En relación al problema de la verdad, cabe hacerse dos preguntas que no conviene confundir entre sí: 1) ¿En qué consiste la verdad?, y 2) ¿Cómo surge la verdad?
Distintas teorías, esgrimidas por distintos pensadores en diferentes épocas, han pretendido contestar alguna de estas dos preguntas. En relación a la pregunta 1, la respuesta más conocida proviene de la denominada teoría de la adecuación, que intenta explicar la verdad como una relación de ajuste o correspondencia entre la realidad y lo que decimos de ella. Tomás de Aquino y los filósofos medievales lo expresaron con una acertada definición: “Adecuación entre el entendimiento y la cosa”. Aceptado esto, tenemos que dejar en claro de qué naturaleza podrían ser el entendimiento y la cosa de los que se habla. Sabemos bien, sobre todo partir de Kant, que el entendimiento funciona mediante juicios o proposiciones; tendrá la cosa, pues, que adecuarse a un determinado juicio para que la verdad aparezca, o, mejor expresado (pues las cosas no se adecuan sino que son), la verdad consistirá en un juicio adecuado a la cosa. Pero las cosas de que el juicio habla pueden ser de categorías bien diferentes. Existen juicios de cosas materiales, de cosas axiológicas, de cosas formales y de cosas metafísicas. Los juicios referentes a cosas materiales serán aquellos susceptibles de demostración o refutación empírica (por ejemplo, “esta manzana es verde”), y los llamaremos juicios sintéticos a posteriori. También así llamaremos a los juicios axiológicos o juicios de valor, sólo que su demostración o refutación empírica se torna bastante más problemática que la de los juicios referentes a cosas materiales. Los juicios referentes a cosas formales serán aquellos en los que el predicado se deduce del sujeto del juicio (por ejemplo, “el triángulo es una figura de tres lados”), y los llamaremos juicios analíticos a priori. Por último, los juicios referentes a cosas metafísicas serán aquellos en los que la adecuación no se produce ni a través de la experiencia ni a través de la deducción a partir del sujeto del juicio, sino a través de una intuición intelectual en la que Kant, ciertamente, no creía, pero yo creo y por lo tanto debo postularla. Estos juicios metafísicos son los únicos que cumplen los requisitos necesarios para ser denominados sintéticos a priori[1], y los ejemplos por antonomasia serían “Dios existe”, “la inmortalidad de la conciencia individual es factible” o “los hombres poseen libre albedrío”.
Otro intento de responder a la pregunta 1 –intento de un orden enteramente distinto al anterior--, lo constituye la teoría pragmatista, desarrollada por Dewey y James, que equipara verdad con utilidad. Al constatar la función práctica del conocimiento, el pragmatista reduce a verdad esa función y estima que un conocimiento es verdadero si nos permite actuar con éxito y falso si nos conduce al fracaso: un mapa de carreteras es verdadero si nos orienta y nos permite llegar a nuestro destino y es falso si nos desorienta y nos perdemos. En el ámbito de la ciencia, la verdad se manifiesta en el éxito de la experimentación. En el ámbito de las creencias, James sostiene que son verdaderas si producen efectos beneficiosos en el creyente y falsas si los efectos producidos son perniciosos. No hace falta decir --pero igual lo digo-- que una teoría tal se enfrenta a un sinnúmero de objeciones.
Pasemos a la pregunta 2. La respuesta podemos encontrarla, por un lado, en la teoría de la verdad como coherencia, formulada por primera vez por Hegel, quien no comulga con el criterio de verdad como adecuación a la realidad, sino como coherencia o conexión entre el conjunto de proposiciones de un sistema. La verdad, más que en las proposiciones aisladas, está en el sistema. Se trata de un criterio válido para las ciencias formales: matemáticas y lógica, pero no aplicable a las ciencias empíricas, donde la teoría ha de acomodarse a los hechos que pretende explicar: un sistema puede tener coherencia lógica y ser falso. Pero tenemos también una teoría más orgánica y plausible: la teoría del consenso, que se remonta hasta Sócrates y ha sido desarrollada en el siglo XX por Apel y Habermas. Destaca la importancia del diálogo como el mejor de los procedimientos para descubrir la verdad. De un diálogo libre, limpio de coacción y de intereses, sin ignorancia de datos relevantes. Sin duda me quedo, si he de elegir, con esta última teoría en respuesta a la pregunta 2[2], lo mismo que me quedo con la teoría de la adecuación para responder a la pregunta 1.
[1] Con la salvedad de que en estos casos lo a priori no es sinónimo de necesario y evidente, sino meramente de imposibilidad empírica de demostración o refutación. Así, estos juicios sintéticos a priori, al igual que lo juicios sintéticos a posteriori, podrían ser falsos.
[2] Pero guardémonos de responder con esta teoría a la pregunta 1. El consenso es un criterio fiable para descubrir la verdad, pero no para fundamentarla. A lo largo de la historia se han dado consensos mayoritarios radicalmente falsos: la esclavitud, la inferioridad de la mujer, la pena de muerte, el racismo... La principal virtud de esta teoría consistirá siempre en reivindicar la humilde idea de que la mejor forma de acceder a la verdad es aducir razones propias, escuchar las ajenas y dialogar con rigor y serenidad.
Prefiero decir que la verdad es el desvelamiento del ser.
ResponderEliminarAtentamente, Joseph Kabamba
ese no era Heidegger?
EliminarSiii, yo también pienso que lo dijo antes Heidegger :)
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