La prensa es uno de los
grandes factores que los hombres que critican al capitalismo indican cuando
quien probar que el capitalismo es el origen de las guerras modernas. En vista
de que la administración de un gran periódico necesita un gran capital, los
propietarios de los órganos importantes forzosamente pertenecen a la clase
capitalista, y sería raro y excepcional suceso que no simpatizasen con su
propia clase en las ideas y en la manera de ver las cosas. Ellos pueden
determinar las noticias que deben tener la gran multitud de lectores de
periódicos; pueden realmente falsificar las noticias, o, sin ir tan lejos,
escogerlas cuidadosamente, dando aquellos párrafos que puedan fomentar las
pasiones que a ellos les conviene estimular, y suprimiéndolas cuando sea
necesario recetar un antídoto. De este modo el concepto del mundo en la
imaginación del lector medio de periódicos es falseado, por ser lo que conviene
a los intereses del capitalista. Esto es cierto en muchos sentidos; pero sobre
todo en cuanto se refiere a las relaciones entre las naciones. A la mayoría del
pueblo de un país puede hacérsele amar u odiar cualquier otro país, según el
deseo de los propietarios de los periódicos, que están muchas veces influidos,
directa o indirectamente, por el deseo de los grandes financieros. [...] La
mayoría de los hombres no son lo suficientemente sagaces para estar alerta
contra las influencias de la prensa, y mientras sigan sin tener un sentido
crítico, el poder de la prensa continuará siendo muy grande.
Bertrand
Russell, Los caminos de la libertad, pp. 158-9
Llegará el día en que
podamos pensar por nosotros mismos, evitando intermediarios. Mientras tanto, ya
que necesitamos de ellos, busquémoslos en donde las probabilidades de que
quieran engañarnos sean menores. Editar un libro no requiere necesariamente de
un gran capital, lo que sí es necesario para la edición de un periódico; por lo
tanto, los libros no necesariamente nos engañarán haciéndonos creer que en el
capitalismo está la base de toda civilización decente. La conclusión es
categórica: Mientras no tengamos poder de razonamiento crítico, evitemos los
diarios y acerquémonos a los libros. Esto, además, nos procurará una ventaja
adicional: el perfeccionamiento de nuestros conocimientos perennes. Los diarios
se ocupan estrictamente de lo temporal, de lo presente, de lo que mañana
olvidaremos porque no nos interesará en lo más mínimo (como el suicidio del
empresario Alfredo Yabrán, asunto tan "esencial" a nuestra existencia
que el diario Clarín, en su edición del 21/5/98, le dedicó ¡treinta y
dos páginas!, y aún se sigue hablando de ese "importante asunto" en
todo medio informativo noticioso con el que uno infortunadamente se topa. Digo
yo, a quien esté leyendo esto, transcurridos ya unos años de la muerte de este
tipo, ¿le interesa en algo ese acontecimiento?); los libros, o mejor dicho los
libros buenos, a diferencia de los diarios, nos instruyen acerca de temas que
no pasarán de moda, siendo así que la lectura de La República de Platón,
libro escrito hace más de dos mil años, nos conmueve e interesa tanto como
El miedo a la libertad, de Fromm, escrito hace sólo unos decenios, y esto
por dar los dos primeros ejemplos que me vienen a la mente. En resumen,
considero inmoral no tanto la lectura de periódicos como sí el malgastar
nuestro dinero comprándolos. Los cuarenta o cincuenta dólares que una familia
gasta por mes en la compra de diarios y en la intoxicación de su razonamiento
alimentaría ya no la inercia mental, sino el estómago de por lo menos otra
familia completa a la que el capitalismo que fomenta la prensa le impide comer
diariamente. (Y ni que hablar del tema de la deforestación. Por más que el
papel prensa sea mayormente papel reciclado, la incidencia de las infinitas y
voluminosas tiradas diarias sobre el ecosistema mundial es escalofriante. Se me
dirá que para editar libros también hay que tirar árboles, a lo que responderé
que sí, pero compárese la cantidad de papel utilizado en la edición de un libro
--que no se edita todos los días, ni todos los meses-- con la que requiere la
edición de un diario y se tendrá una noción cabal de que el verdadero crimen a
la naturaleza viene de la prensa noticiosa y no de las editoriales. Reciclar la
conducta de los empresarios de la prensa, y no el papel que utilizan, es lo que
realmente importa.) Y para quienes vean pasar las horas de un modo triste y aburrido
sin su tabloide, mi recomendación no es que compren un libro, sino que
concurran a una biblioteca; de este modo no contribuirán al derribe
indiscriminado de árboles ni tampoco al acrecentamiento de la fortuna personal
de algún editor inescrupuloso, además de, a modo de yapa, instruirse
atemporalmente y aespacialmente, es decir, poblar sus pensadoras de
conocimientos que carezcan de límites geográficos e históricos, que son los
únicos conocimientos que pueden hacernos mejorar en algún sentido.