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jueves, 26 de junio de 2014

Carne molida

Tolstoi se volvió vegetariano luego de visitar un matadero. Tú no tienes que pasar por esa traumática experiencia: internet te facilita las cosas. ¡Buen provecho!

https://www.youtube.com/watch?v=XkFzoFQh5uY

https://www.youtube.com/watch?v=ljrIGsuS1Vs&feature=share

https://www.youtube.com/watch?v=EJeCEjHznJI

https://www.youtube.com/watch?v=jb7SJ-SE8Wc

miércoles, 25 de junio de 2014

No leer novelas

Es más fácil escribir diez volúmenes de filosofía que llevar a la práctica una sola regla, no importa cuál.
León Tolstoi, Diarios, 17/3/1847

Algunas de las reglas generales que se autoimpuso Tolstoi y que después --por regla general-- casi nunca cumplió[1]. La del 15/5/1856, que en realidad son dos: "No dejar jamás escapar las ocasiones de placer y no buscarla jamás. Me impongo como regla eterna no entrar nunca en un solo cabaret ni en un solo burdel". En relación a la segunda oración, yo me impuse algo parecido en el 2010, y hasta el momento lo cumplí a rajatabla. En relación a lo primero, la regla es confusa; porque ¿qué tipo de ocasiones de placer no debemos dejar escapar jamás? Nadie duda de que la venganza implica placer, y placer de alto vuelo (en el sentido de la intensidad); sin embargo, creo que Tolstoi no ha seguido su regla en este tipo de ocasiones, y lo bien que hizo.
Otras reglas más tempraneras. La del 21/12/1850: "No leer novelas"[2], y una muy curiosa del 24/12/1850: "Jugar a las cartas solo en caso de emergencia". ¿Solo en caso de emergencia? ¿Qué tipo de emergencia amerita jugar las cartas? Yo haría un mix con estas dos reglas de Tolstoi y armaría una para mí: "No leer novelas, excepto en casos de emergencia". La última vez que se me presentó una emergencia de este tipo fue en el 2006, y la emergencia se llamaba Crimen y castigo. A partir de ahí jamás volví a leer una novela, y así me mantendré hasta que se me presente una nueva emergencia, vale decir, hasta que caiga en mis manos una novela digna de ser leída y encuentre la ocasión y el tiempo de leerla sin dejar de lado por ello mis preocupaciones filosóficas.




[1] Y el mismo Tolstoi era el primero en criticarse por esta inconsecuencia: "Es ridículo que habiendo comenzado a los quince años a escribir reglas, lo siga haciendo todavía ahora, casi a los treinta, sin haber creído ni haber seguido una sola, y no sé por qué sigo creyendo en ellas y deseándolas" (Diarios, 11/6/1855).
[2] Más tarde explicará: "La lectura de los periódicos y de las novelas es algo parecido al tabaco: un medio para olvidar" (1/12/1888)

martes, 24 de junio de 2014

Tolstoi, experto en lascivia

No logro dominar la lujuria, más aún porque esta pasión, en mí, se ha convertido en costumbre.
León Tolstoi, Diarios, 19/6/1850
 
Si existió alguien que pudiese definir la lascivia, ese alguien era León Tolstoi:
 
"Lascivo" no es una injuria, sino [...] un estado de inquietud, de curiosidad y de necesidad de novedad, que se desprende de relaciones que tienen como fin el placer no con una persona, sino con muchas. Como el alcohólico (Diarios, 19/8/1889).
 
Pero la comparación con el alcohólico no es del todo exacta, porque un alcohólico puede tomar vino y nada más que vino, o cerveza, o whisky o lo que sea, sin jamás serle infiel a su bebida de cabecera, mientras que una persona lujuriosa, por definición, anhela la variedad, desea yogar con cuanta persona se le cruza por su camino --de preferencia, personas desconocidas.

Continúo la entrada en donde la dejé: "Uno puede intentar contenerse, pero un alcohólico es un alcohólico y un lascivo es un lascivo: en cuanto bajan la guardia, recaen. Yo soy un lascivo". Yo también. Y mi guardia, desde hace unos tres años, está bien alta y no me permite sucumbir a ninguno de los platillos que se me ofrecen. ¡Pero me muero de ganas!...

martes, 17 de junio de 2014

¿La gloria o la virtud?

"Soy viejo", dice Tolstoi ¡cuando apenas cuenta con 23 años! Pero continúo, que lo más interesante viene ahora:

Soy viejo, el tiempo del desarrollo ya pasó o está pasando; sin embargo a mí me sigue atormentando la sed... no de gloria, no quiero la gloria, la desprecio, sino de ejercer una gran influencia para la felicidad y el bienestar de los hombres (Diarios, 29/3/1852).


"No quiero la gloria, la desprecio", dice Tolstoi cuando es un perfecto ignoto. Pero dos años después, cuando la fama golpea a su puerta y su apellido es ya reconocido en el ámbito literario ruso, escribe: "Soy tan ambicioso, y este sentimiento ha sido tan poco satisfecho, que con frecuencia temo que si tuviera que elegir entre la gloria y la virtud elegiría la primera" (7/7/1854). Primero, cuando no posee ni la virtud ni la gloria, elige ir en busca de la virtud; pero luego, ni bien la gloria le muestra una pequeña porción de su corpulencia, se aferra a ella con tal ímpetu que parece olvidarse de su gran aspiración al perfeccionamiento ético. ¿Me sucedería lo mismo a mí en el caso de que la gloria golpease a mi puerta con anterioridad a mi sepelio? Seguramente sí; entonces prefiero seguir siendo un ente anónimo[1].


[1] La esposa de Tolstoi confirma este defecto de su marido: "El origen de todos sus actos es la vanidad, el apetito de fama y el deseo de que la gente hable de él sin parar. Nadie me va a convencer de lo contrario" (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 19/9/1891).

lunes, 16 de junio de 2014

León Tolstoi y Sofía Bers: del amor incondicional al odio profundo

¡Cómo son las cosas!, una tiende a pensar que el genio se ocupa en exclusiva de asuntos filosóficos, o éticos e históricos, pero luego sucede que los privilegiados cerebros también se distraen con nimiedades y montan unos cristos del diablo cuando sus esposas leen a escondidas páginas de sus diarios y van ellos mismos y leen a hurtadillas los diarios de sus esposas pensando que éstas les ponen cuernos… en fin, un catálogo de pequeñas miserias sin cuento.
  Alicia Giménez Bartlett, Días de amor y engaños

Horas antes de casarse con Sofía (o Sonia[1]) Bers, le comenta Tolstoi a una gran amiga: "... Para que pudiera hacerse una idea de lo que esta criatura [su futura esposa] es, tendría que escribir volúmenes y volúmenes. Soy feliz como no lo había sido desde que nací" (carta a Alexandra Tolstaia del 17/9/1862, citada en Correspondencia, p. 247). Y el 5 de enero de 1863, transcurridos tres meses y pico desde la boda, escribe en su diario:

La amo cuando por la noche o por la mañana me despierto y veo que me mira y me ama. [...] Amo cuando se sienta a mi lado, y ambos sabemos que nos amamos [...]. Amo cuando estamos mucho tiempo solos y yo digo: "¿qué hacemos? Sonia, ¿qué hacemos?" Y ella se ríe. Amo cuando se enoja conmigo y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, su pensamiento y su palabra se vuelven ásperos: "déjame, me aburres"; un minuto más tarde ya me sonríe con timidez. Amo cuando no me ve y no sabe que estoy allí y yo la amo a mi manera. Amo cuando es una niña con su vestido amarillo y adelanta la mandíbula inferior y la lengua, amo cuando veo su cabeza echada hacia atrás, y su carita seria y asustada, infantil y apasionada, amo cuando...

26 años después, desde su novela más desgarradoramente autobiográfica, describe Tolstoi los sentimientos del protagonista hacia su pareja:

Experimentaba como una necesidad de pegarla, de machacarla los sesos; pero sabía que eso no era posible, y por lo tanto me contuve, pero para dar escape a mi furor, agarré un pisapapeles, y gritando otra vez: "¡Vete!", lo tiré al suelo hacia donde ella estaba. [...] Entonces se marchó, pero se detuvo en el umbral. Y en ese momento, mientras aún me veía (lo hacía para que me viera) empecé a agarrar cosas, candeleros, el tintero, y los tiré también, sin dejar de gritar: "¡Vete, que no respondo de mí!" Ella se fue y me calmé inmediatamente. Una hora después entró en mi cuarto el ama de casa, diciendo que mi mujer estaba con un ataque de histerismo (La sonata a Kreutzer, cap. XXII).

En 26 años, el enamoramiento incandescente y la mayor felicidad soñada se transformó en "una necesidad de pegarla, de machacarla los sesos". La santidad de Tolstoi, al tacho por una mujer.
¡Ah, la convivencia!...[2]




[1] Tolstoi prefería llamarla Sonia, que es en el idioma ruso el diminutivo de Sofía.
[2] El punto de inflexión, el momento en el cual, al parecer, dejaron definitivamente de quererse, ocurrió en 1870. Esto se deduce de una reveladora entrada en el diario de Tolstoi, la del 26/5/1884: "Estoy terriblemente mal. Los dos extremos: arranques de espiritualidad y el poder de la carne. [...] Una sola causa: la ausencia de una mujer amada y amante. Esto comenzó hace catorce años cuando se rompió una cuerda y adquirí conciencia de mi soledad. Pero eso tampoco es una razón. Debo encontrar a mi mujer justamente en ella. Debo y puedo y la encontraré. Señor, ayúdame". Pero nunca la encontró. El 18/6/1884, escribe resignado: "La ruptura con mi mujer no se puede decir que sea más grave: es total". Y por fin, el 20/8/1910, a pocos días de su muerte, sentencia: "Hoy pensé, cuando hacía memoria de mi matrimonio, que estaba predestinado. Nunca estuve siquiera enamorado".

domingo, 15 de junio de 2014

Una reflexión epistemológica de Tolstoi


Las ciencias concretas, a la inversa de las abstractas, se vuelven menos exactas cuanto más se acerca el objeto de su estudio a la vida del hombre: a) matemáticas, b) astronomía, c) química, d) física, e) biología (comienza la imprecisión), f) antropología (la impresión aumenta), g) sociología (la imprecisión sobrepasa todo los límites y de ciencia ya no queda nada) (Diarios, 13/6/1895).


Y esta tendencia a la inexactitud culmina con la filosofía, que desde luego no es una ciencia ni pretende serlo y cuyos postulados últimos y más interesantes no solo no pueden ser verificados, sino que tampoco deberían serlo. La filosofía bien entendida termina siendo, como la religión, una cuestión de fe.

martes, 10 de junio de 2014

La admiración de Tolstoi por Henry George

"Pensé en las reivindicaciones del pueblo --escribe Tolstoi-- y llegué a la conclusión de que la principal es la propiedad de la tierra; abolir la propiedad privada de la tierra y decretar que pertenece a quien la trabaja sería la garantía más sólida de libertad" (Diarios, 7/5/1901). Se ponía Tolstoi en sintonía con el pensamiento de Henry George, de quien había leído dos de sus libros, Progreso y pobreza, y Problemas sociales, causándole, sobre todo el primero, una impresión "muy grande" (Correspondencia, p. 554). Cinco años después, desde la entrada de su diario del día 2/4/1906, confirma su admiración por el economista norteamericano:

Se habla y se discute sobre el sistema de Henry George. Lo que vale la pena no es el sistema [...], lo que vale la pena es que este sistema establece una relación común e igual para todos los hombres en relación con la tierra. Que intenten encontrar algo mejor.


Pero ¿qué es esto de "abolir" la propiedad privada de la tierra, de "decretar" que pertenece a quien la trabaja? Para un cristiano de pura cepa, estas palabras, que implican coacción, deberían estar prohibidas. Por eso caería Tolstoi en una contradicción si entendiese que este sistema es lo mejor que le podría pasar a la economía de un pueblo agrícola. Lo mejor, sin duda, sería que los terratenientes, por su propia iniciativa, se desprendiesen de sus tierras, obsequiándoselas generosamente a los peones que las trabajan; pero --suponía Tolstoi con buen tino-- puesto que tal decisión no la tomarán ni ahora ni en el corto ni en el mediano plazo, lo interesante sería emplear el sistema de George mientras tanto, mientras el mundo (y en especial los ricos) se cristianizan. "Yo exijo mucho más que él --le escribe en cierta ocasión a su esposa--, pero su proyecto es el primer peldaño de una escalera por la que me gustaría subir". Queda salvada, pues, la contradicción: Henry George como un peldaño tan solo hacia la pacificación de la humanidad en un reinado universal de la compasión y el amor al prójimo y no tan próximo. Bien.

lunes, 9 de junio de 2014

Correspondencia de Tolstoi, seleccionada por Selma Ancira

He adquirido --y he pagado un dineral por él (41 dólares)-- el grueso tomo de la Correspondencia de León Tolstoi, seleccionada y traducida por la señora Selma Ancira, la misma que se tomara el trabajo de traducir y seleccionar los pasajes de los diarios de Tolstoi que vengo citando desde marzo de este año. Esta buena mujer concretó lo que ella misma, desde el prólogo de este libro, califica de inexplicable: puso al lector de habla hispana al corriente de los diarios íntimos y de las cartas del conde Tolstoi, que hasta entonces no se habían traducido con este rigor y esta caudalosidad. ¡Felicidades, Selma! Gracias a gente como ella, traductores que se enorgullecen de su profesión en lugar de considerarse escritores frustrados, la literatura pega saltos inconmensurables. Sin ella, mi conocimiento de la psicología y del pensamiento de Tolstoi quedaría por siempre a la altura de una germinación o un brote.
Y el libro comienza con un epígrafe de Tolstoi que le sienta muy bien a Selma, y también a mí (al menos en la teoría): "Para vivir honradamente es necesario desgarrarse, confundirse, luchar, equivocarse, empezar y abandonar, y de nuevo empezar y de nuevo abandonar, y luchar eternamente y sufrir privaciones. La tranquilidad es una bajeza moral" (carta a su abuela Alexandra, 18-20 de octubre de 1857).


domingo, 8 de junio de 2014

Progreso espiritual en Tolstoi

Me he aficionado a la caza con rifle y, como resulta que no tiro mal, me entrego a esta ocupación dos o tres horas al día. [...] La semana pasada maté un jabalí que me dio un momento de gozo como nunca antes había experimentado.
León Tolstoi, Correspondencia, cartas a su tía Tatiana, 2 y 29/10/1852


Desde la entrada de su diario del día 26/8/1909, cuenta Tolstoi "cómo disparaba a las aves y a los animales, cómo remataba a las aves con una púa en la cabeza y a las liebres con un puñal en el corazón sin la menor piedad". "Hacía cosas --concluye-- en las que ahora no puedo pensar sin horror". Esto es para los que opinan que el progreso espiritual de Tolstoi era pura cháchara, pura hipocresía. Si este acrecentamiento de los lindes de la compasión, no solo hacia el género humano sino hacia el resto de las especies, no implica progreso espiritual, entonces no sé lo que el progreso espiritual sea.

jueves, 5 de junio de 2014

El club de los escritores matinales


Se escribe mejor en ayunas.
León Tolstoi, Diarios, 29/6/1853

Nos cuenta Rüdiger Safranski que Schopenhauer

sólo escribía las tres primeras horas del día, y justificaba esa distribución del tiempo diciendo que si se estrujase más el cerebro, los pensamientos se volverían desvaídos, perderían originalidad y el estilo degeneraría (Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, p. 389).


Yo me manejaba parecidamente, porque el cerebro admite un cierto nivel de estrujamiento y no más, y se le saca más jugo cuando se lo estruja fresco y lozano. Pero ahora ya no dispongo de mis mañanas, y esas tres horas de óptimo rendimiento neuronal las dedico a emparchar lonas o a soldar cortinas roller. ¡Auxíliame San Arturo!