Si lo que se pretende es la espiritualización de un
pueblo, es decir, que el pueblo vea más allá de la materia y del placer y
apunte con su acción y su pensamiento al universo de los valores, hay otras
estrategias mucho más recomendables y mucho menos tortuosas que la de la
guerra. Una de las más efectivas, sin duda, es la promoción del arte. Que todos
estén en condiciones de contemplar obras de arte de calidad y que muchos estén
también en condiciones de plasmarlas. Pero hay un problema, porque el arte pide
ocio, tanto sea para crearlo como para contemplarlo, y el pueblo
norteamericano, como ya hemos visto, trabaja demasiado y no tiene tiempo para
invertir en algo que no sirva para ganar dinero. A las únicas que les sobra el
tiempo, dice Camba, es a las mujeres, por lo que ellas terminan siendo las
destinatarias exclusivas de cualquier inquietud artística:
El ocio, que
en Europa es un privilegio de clases, aquí es un privilegio de sexos. Solo las
mujeres disponen de ocio en los Estados Unidos. Rockefeller y los demás
millonarios trabajan, por viejos que estén, un mínimo de diez horas al día. Y
así como en Europa los hombres y las mujeres han contribuido por igual a la
dignificación artística del ocio, aquí son las mujeres las únicas encargadas de
dirigirlo.
Se escribe para las mujeres, se pinta para las mujeres, se representan
comedias y se dan conciertos para las mujeres. El arte va pasando,
automáticamente, al dominio exclusivo de la mujer y poco a poco se va
afeminando. Y no hay esperanza ninguna, porque cuanto más se afemina el arte,
más lo considera el hombre indigno de sí. A la larga, el hombre se desentenderá
en absoluto del arte en América, así como hoy se desentiende de las puntillas y
de las modas, y el caso es que tendrá razón. [...]
Nada de santos barbudos y realistas; nada de mendigos harapientos. Personajes
alegres, limpios, bien vestidos y bien nutridos. Lo bonito en vez de lo bello.
[...] Un arte, en fin, de cuyas obras se pueda hablar como de un producto de
repostería. [...]
Es posible que la mujer tenga tantas cualidades artísticas como el
hombre; pero es indudable que el hombre tiene tantas cualidades artísticas como
la mujer, y un arte que prescinda de la influencia masculina, un arte para
mujeres solas, será, forzosamente, un arte inferior (Un año en el otro mundo, pp. 38-9).
Cien
años exactos han pasado desde la redacción de este artículo y hoy día, tanto en
el gran país del norte como en cualquier otro lado, la mujer trabaja a la par
del hombre e incluso, en muchas ocasiones, es la que provee el sustento a la
familia. El ama de casa ociosa es ahora la excepción y no la regla y por eso el
arte ya no apunta solo a las mujeres; pero como estuvo tantos años apuntando
solamente a ellas, sigue siendo un arte afeminado, por más que muchos hombres
lo consuman, y pasará un largo tiempo hasta que en los países en donde se ha
producido este fenómeno comiencen a surgir nuevamente obras de arte de calidad
como en los siglos anteriores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario