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miércoles, 3 de febrero de 2016

La laboriosidad norteamericana

Cuando se vive de forma mecánica se rechaza el ocio y se lo estigmatiza. Las máquinas no descansan. Luego la vagancia, lejos de ser una opción de vida, configura un delito:

Aquí se ha supuesto que no debe haber vagos, que no debe haber poetas, que no debe haber enfermos y que no debe haber personas de edad. Se ha supuesto, en fin, que no se debe perder el tiempo. Las mismas diversiones [...] exigen una energía prodigiosa y son una forma más de la actividad nacional. [...] no hay medio de quedarse sin hacer nada. Es preciso bailar unos bailes gimnásticos, concentrar la atención en el espectáculo, jugar, oír una música estridente y violenta... es preciso hacer algo constantemente... Y esto es terrible, aunque no lo parezca, porque yo creo que toda la civilización se ha hecho a ratos perdidos y que su labor será interrumpida en cuanto la humanidad se niegue sistemáticamente a perder el tiempo. Yo creo que la civilización es precisamente obra de los vagos, de los enfermos, de los poetas y las personas de edad (Julio Camba, Un año en el otro mundo, p. 67-8).


Ya he dicho en otra ocasión que aquellos países que idolatran el trabajo tienden a ser los más infilosóficos, y los Estados Unidos y el Japón son una muestra de ello. Tampoco es cosa de irse al otro extremo, como nos vamos los argentinos, que somos especialistas en no trabajar y en exigir que el Estado nos mantenga, es decir, que nos mantengan los que trabajan. Ni una cosa ni la otra. Ser vago, sí, pero vago creativo, creativo en el sentido de búsqueda intelectual y creativo en el sentido de búsqueda de su propio sustento. Esa es la vagancia que crea cultura; la otra es gravosa y es preciso eliminarla, porque contamina y deja mal parada a la primera ante los ojos de las personas "respetables". Lo que tanto el vago creativo como el vago parasitario tienen muy en claro es que el trabajo, en el sentido de la búsqueda del sustento, es algo desagradable y hay que ponerle coto lo más que se pueda, y este aserto es el que los yanquis, con su viejo y mal digerido puritanismo a cuestas, no alcanzan a ver o a entender y por eso trabajan como trabajan, lo que explica su formidable fortaleza económica y su endeblez artística y social. Ya lo dijo Camba: "A medida que este pueblo se llena de dinero se despoja de contenido espiritual" (Un año en el otro mundo, p. 118).

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