Cuando se vive de forma mecánica se rechaza el ocio y
se lo estigmatiza. Las máquinas no descansan. Luego la vagancia, lejos de ser
una opción de vida, configura un delito:
Aquí se ha
supuesto que no debe haber vagos, que no debe haber poetas, que no debe haber
enfermos y que no debe haber personas de edad. Se ha supuesto, en fin, que no
se debe perder el tiempo. Las mismas diversiones [...] exigen una energía
prodigiosa y son una forma más de la actividad nacional. [...] no hay medio de
quedarse sin hacer nada. Es preciso bailar unos bailes gimnásticos, concentrar
la atención en el espectáculo, jugar, oír una música estridente y violenta...
es preciso hacer algo constantemente... Y esto es terrible, aunque no lo
parezca, porque yo creo que toda la civilización se ha hecho a ratos perdidos y
que su labor será interrumpida en cuanto la humanidad se niegue
sistemáticamente a perder el tiempo. Yo creo que la civilización es precisamente
obra de los vagos, de los enfermos, de los poetas y las personas de edad (Julio
Camba, Un año en el otro mundo, p.
67-8).
Ya he dicho en otra ocasión que aquellos países que
idolatran el trabajo tienden a ser los más infilosóficos, y los Estados Unidos
y el Japón son una muestra de ello. Tampoco es cosa de irse al otro extremo,
como nos vamos los argentinos, que somos especialistas en no trabajar y en
exigir que el Estado nos mantenga, es decir, que nos mantengan los que
trabajan. Ni una cosa ni la otra. Ser vago, sí, pero vago creativo, creativo en
el sentido de búsqueda intelectual y creativo en el sentido de búsqueda de su
propio sustento. Esa es la vagancia que crea cultura; la otra es gravosa y es
preciso eliminarla, porque contamina y deja mal parada a la primera ante los
ojos de las personas "respetables". Lo que tanto el vago creativo
como el vago parasitario tienen muy en claro es que el trabajo, en el sentido
de la búsqueda del sustento, es algo desagradable y hay que ponerle coto lo más
que se pueda, y este aserto es el que los yanquis, con su viejo y mal digerido puritanismo
a cuestas, no alcanzan a ver o a entender y por eso trabajan como trabajan, lo
que explica su formidable fortaleza económica y su endeblez artística y social.
Ya lo dijo Camba: "A medida que este pueblo se llena de dinero se despoja
de contenido espiritual" (Un año en
el otro mundo, p. 118).
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