Platón pretendía
que el filósofo fuese un amante de almas y no de cuerpos; Bernardo Soares va
más allá: ni almas ni cuerpos, simplemente imágenes:
Tengo del amor profundo y de su uso
provechoso un concepto superficial y decorativo. Estoy sujeto a pasiones
visuales. [...]
No me acuerdo de haber amado sino el
«cuadro» de alguien, lo puro exterior —en que el alma no entra más que para
hacer ese exterior animado y vivo y, así, diferente de los cuadros que hacen
los pintores—.
Amo así:
fijo, por bella, atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de
mujer o de hombre —donde no hay deseo no hay preferencia de sexo— y esa figura
me obceca, me cautiva, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que verla
[...].
Amo con la
mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me
cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera [...]. No me interesa saber
qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que lo vea, su aspecto
exterior.
La inmensa
serie de personas y de cosas que forma el mundo es para mí una galería
interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me interesa porque el
alma es monótona y siempre la misma en todo el mundo; diferentes apenas sus
manifestaciones personales, y lo mejor de ella es lo que transborda hacia el
sueño, hacia las maneras, hacia los gestos, y así entra en el cuadro que me
cautiva [...].
Así vivo,
en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres, indiferente,
como un dios de otro mundo, al contenido: espíritu de ellos. Profundizo el ser
propio en su extensión, y cuando anhelo la profundidad, es en mí y en mi
concepto de las cosas donde la busco (LDD,
§ 245, “El amante visual”).
Don
Quijote amaba en Dulcinea no lo que Dulcinea era, sino lo que él soñaba que
era. Por eso no necesitaba verla y sentirla para amarla, antes al contrario,
hacía (inconscientemente) todo lo posible para no acercársele, porque el real
espíritu de Dulcinea, si se le acercaba, le opacaría ese espíritu ideal que él
le imaginaba. Tal vez esta manera de amar de los Quijotes y los Soares sea
todavía más sublime que el amor platónico.
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