Afirma Schopenhauer que
desear
que un acontecimiento cualquiera no hubiera sucedido significa desear algo
imposible del todo; resulta tan necio como si se desease que el sol saliera por
el oeste. Pues todo lo que acontece lo hace de una forma rigurosamente
necesaria.
Resulta, pues, inútil que reflexionemos sobre qué insignificantes y
accidentales fueron las causas que ocasionaron dicho acontecimiento y qué
fácilmente pudo haber ocurrido todo de otra forma: esto es ilusorio, ya que
todas las causas acaecen con tal rígida necesidad y producen su efecto con tal
fuerza, que determinan que, por ejemplo, el sol deba ocultarse por el oeste (El arte de envejecer, § 220).
Esto lo escribió en 1857, pero la idea lo
acompañaba desde mucho antes. Uno puede tomar una de las obras fundamentales de
Schopenhauer, Los dos problemas fundamentales de la ética, cuyo tomo primero data de 1840, y encontrar
frases como estas:
Es
verdad que puedes hacer lo que quieras: pero en cada momento dado de tu vida,
no puedes querer más que una cosa precisa, y una sola, con exclusión de todo lo
demás (tomo I, p. 106).
Puedo hacer lo que quiero: puedo, si
quiero, dar a los pobres todo lo que tengo y convertirme así en uno de ellos,
¡si quiero! Pero soy incapaz de quererlo, porque los motivos opuestos tienen
demasiado poder sobre mí. Por el contrario, si tuviera otro carácter y, a decir
verdad, hasta el extremo de que fuese un santo, entonces podría quererlo. Pero
entonces tampoco podría dejar de quererlo y lo tendría que hacer necesariamente
(ibíd., pp. 132-3).
No es metáfora ni hipérbole, sino una
verdad seca y literal, que, lo mismo que una bola de billar no puede entrar en
movimiento antes de recibir un impulso, tampoco un hombre puede levantarse de
la silla antes de que lo determine a ello un motivo: pero, entonces, se levanta
de una manera tan necesaria e inevitable como la bola se mueve después de haber
recibido el impulso. Y esperar que alguien haga algo sin que lo mueva a ello
ningún interés, es como esperar que un trozo de madera se acerque a mí sin que
tire de él ninguna cuerda (pp. 133-4).
Todo lo que sucede, desde lo más
grande hasta lo más pequeño, sucede necesariamente (p. 155).
¿Cómo puede uno figurarse que un ser,
cuya total existencia y esencia son obra de otro, pueda, sin embargo,
determinarse a sí mismo desde el origen y principio y, por tanto, ser
responsable de sus actos? (p. 171).
Y entonces uno tiende a deducir que
Schopenhauer era determinista. Craso error, porque después de haber escrito tan
contundentes fragmentos, se despacha con un galimatías poco convincente que
vuelve a situar al libre albedrío en el lugar central de la reflexión ética y
lo considera existente y necesario (cf. pp. 200 ss. del tomo I o
pp. 101 ss. del tomo II de ibíd).
Ahorro al lector la cita de estos pasajes, que pueden encontrarse fácilmente en
internet, y voy directo a la conclusión, que aparece en
El mundo como voluntad y representación, tomo II, cap. 47:
Mi filosofía es la única que otorga a
la moral su pleno derecho: pues únicamente
si la esencia del hombre es su propia voluntad, y, por tanto, en el más estricto sentido, él es su
propia obra, son sus hechos realmente suyos
e imputables a él. En cambio, si tiene otro origen
o es la obra de un ser diferente a él, toda su culpa se remonta a su origen o su creador.
La imputabilidad queda así salvada (no la moral
ni la ética, que no necesitan de este subterfugio para tener validez),
y el castigo legitimado. No digo que Schopenhauer no tenga derecho a adoptar
esta postura en favor del libre albedrío, pero entonces ¿para qué escribió todo
lo anterior? ¿Por qué encara para un lado y, como un wing habilidoso, zigzaguea
y se va para el otro? No me gusta que me gambeteen, a no ser que la gambeta sea
ensayada con arte y categoría, pero no es este el caso.