¿Existe alguna relación, alguna regla, a
través de la cual podamos relacionar la eticidad de una persona y su saldo eudemónico?
O expresándolo de un modo más sencillo: ¿son las personas buenas, en general,
más felices, o más exitosas, que las malas, o es al revés? Carlos Vaz Ferreira
tiene un esbozo de respuesta:
¡Extraña cuestión, la de las relaciones que existen
entre la moralidad y el éxito! No se puede dar absolutamente ninguna regla: Las
ficciones optimistas [...], los libros de moral, las historietas moralizadoras,
enseñan a los niños, y a veces a los hombres, que la moralidad y el cumplimiento del deber
son siempre reconocidos. Ni es exacto el hecho, ni el procedimiento está pedagógicamente
libre de toda crítica. Si alguien tomara demasiado en serio esas enseñanzas,
esa confianza en la sanción de opinión, más adelante, al recibir los desengaños
tan frecuentes en la práctica, correría peligro de ceder, de aflojarse
moralmente ante la falta de la recompensa en que se acostumbró a creer. Hay,
pues, algo de mistificación, a este respecto, aunque la intención sea
sumamente honrada. Ahora, naturalmente, sería más absurdo todavía irse a la
doctrina opuesta: decir, como se afirma a veces vulgarmente, que las
recompensas sociales, de opinión ó públicas, están en razón inversa de los
méritos. En realidad, no se ve una regla clara ; posiblemente, si alguna
pudiera formularse — pero sumamente vaga, sumamente fluctuante — tal vez fuera
ésta, que, entre paréntesis, es un poco amarga: Me parece evidente, ante todo,
que una moralidad muy deficiente ó inferior, tiende a ser obstáculo para el éxito,
y que, en este punto, y en este grado, las ficciones optimistas a que me he
referido, tienen razón; me parece también que una moralidad mediana facilita el
éxito: que, a medida que crece la moralidad, tiende a asegurarlo mejor, hasta
cierto grado: que no
cometer inmoralidades grandes, es una buena condición de éxito en la vida. Pero
creo también, y esto es lo amargo, que cuando la moral pasa de cierto grado,
cuando llega a hacerse demasiado severa, demasiado estricta, demasiado
escrupulosa, empieza a ser un obstáculo. Naturalmente, esto no quiere decir que
sea un obstáculo absoluto o decisivo; con una moralidad perfecta y rigurosa se
imponen gran cantidad de personas (por lo demás, también con una moralidad
deficientísima se imponen otras, sobre todo en el caso de que esa moralidad
deficientísima esté unida a una inteligencia superior).
Pero si todas estas
fueran leyes, serían tan vagas, tan indecisas, que el número de excepciones
casi igualaría al número de casos en que las leyes se cumplieran. No es, por
consiguiente, en nombre del éxito, como puede predicarse la moral práctica; la
recompensa no es esa (Moral para
intelectuales, pp. 148-9).
Me recuerdan estas
cavilaciones de Vaz Ferreira a otras cavilaciones mías, de vieja data ya, en
las cuales pretendía establecer un "coeficiente hedónico" para cada
especie y en especial para el ser humano, es decir, una cifra que indique en
qué medida el saldo de hedónico o eudemónico (saldo placer-dolor o
felicidad-infelicidad) de una determinada especie se relaciona con el de las
otras. Incluso, siendo consecuente con mi postulado pampsiquista, le atribuía
también un saldo de hedónico (estadísticamente positivo) a la materia
inorgánica. Son éstas conjeturas altamente aventuradas, propias de una época en
la que el rigor metodológico no era una de mis características principales...
Pero son conjeturas, además de aventuradas, ricas en consecuencias y
sugerencias, de modo que no me avergüenzo de haberlas plasmado en mi cuaderno y
de haberlas sostenido. Y como de cierto os digo que aún las sostengo, voy a
caer en la tentación de repetirlas aquí, para que quien no las haya leído en su
momento, las lea ahora:
CORNELIO.-- ¿Quién es más feliz, el que actúa constantemente pensando
en su propio bienestar o el que actúa por intuición, motivado por el bienestar
biomásico espaciotemporal?
RAMPHASTUS.-- Todavía no existe ni existió nadie lo suficientemente
santo y sabio como para ser motivado en la totalidad de su accionar por la
intuición. Sin embargo, suponiendo que pudiera existir actualmente un ser así,
un ser casi completamente intuitivo, tengo que admitir que no sería tan dichoso
como un buen calculador del egoísmo individual.
CORNELIO.-- O sea que para ser fiel al hedonismo individual no es
correcto apuntar al virtuosismo absoluto...
RAMPHASTUS.-- Como tampoco al absoluto vicio. Dese cuenta de que tanto
la virtud como el vicio son atributos casi exclusivamente humanos. Los demás
animales, excepto los ya muy complicados mamíferos, actúan casi exclusivamente
por instinto, o sea que actúan inconcientemente, sin meditar los motivos por
los cuales realizan determinada tarea, y con la inconciente mirada puesta no es
su bienestar individual sino en el de su especie o grupo específico, aunque la
mayoría de las veces estos dos bienestares coinciden y por eso nos queda la
sensación, al estudiar comportamientos animales como el de la huida o la
búsqueda de alimento, de que los mismos están motivados por las apetencias
individuales de búsqueda del placer por escape del dolor, pero esto no es así.
CORNELIO.-- Dicho de otro modo, los animales pertenecientes a especies
poco evolucionadas no son ni buenos ni malos.
RAMPHASTUS.-- Todo lo que es tiende a perseverar en su ser, decía
Spinoza. "Lo que es", en la
naturaleza animal primitiva, no es el individuo, sino las unidades de
replicación que portan los individuos, los genes. Los genes gozan viviendo
dentro de un determinado individuo y por eso lo acicatean para que continúe
vivo (o lo enferman y matan cuando sufren para evitar seguir sufriendo), pero
sobre todo lo incitan a que se reproduzca, porque saben que si no se reproduce,
ellos mueren. La genética particular del individuo morirá de todos modos, pero
muchos de sus rasgos sobrevivirán en sus hijos, y eso lo "saben"
(inconcientemente, claro) los genes, quienes conforman la unidad basal
instintiva, o sea que no se fijan nunca en su propio bienestar sino en el de
sus semejantes. Y cuando parecen ocuparse del individuo mismo no lo hacen más
que para mantenerlo vivo a la espera de que pueda reproducirse o auxiliar a sus
semejantes en el futuro. Esa es la explicación más científica que puede darse
del amor maternal o fraternal: nuestro genes ven en nuestros hijos, padres y
hermanos, conglomerados repletos de genes similares a ellos, y por eso buscan
el bienestar de sus familias antes que el suyo propio. Y de paso explicamos de
dónde nos viene aquel "apetito de inmortalidad" que nos subyuga y que
mal comprendemos cuando lo asociamos a nuestra mortalidad individual.
CORNELIO.-- Pero el instinto no sólo lleva a los animales a procurar el
bienestar de sus familiares directos, también los impele a salvaguardar a otros
individuos...
RAMPHASTUS.-- Pero siempre de su misma especie o grupo social, y lo
hacen porque también en ellos los genes individuales alcanzan a verse
reflejados, también se hacen uno con ellos y así sueñan con la inmortalidad.
Más allá de la familia, del grupo social o de la especie, lo genes ya no se
reconocen mediante el instinto, sino mediante la intuición. El instinto es el
fenómeno básico, siendo el egoísmo individual una especie de atrofia instintiva
y la intuición una sublimación, una expansión del poder del instinto. Tanto el
egoísta como el instintivo y el intuitivo quieren perseverar en su ser, la
diferencia radica en que el primero considera que su ser termina en su
individualidad, el segundo en su especie y el tercero en la biomasa íntegra.
CORNELIO.-- ¿Y cómo encaja el placer aquí?
RAMPHASTUS.-- ¿El placer individual?
CORNELIO.-- Sí.
RAMPHASTUS.-- Partamos de la base de que, para sentir placer, hay que
ser concientes de que de hecho, o potencialmente, nos encontramos ante una
situación placentera. Esto de por sí pone en la pole position al hombre
por ser autoconciente, más allá de si es egoísta o intuitivo. La cuestión pasa
entonces por calcular hasta dónde llegará la inversión que hace cada cual
respecto de su balanza hedonista. (Llamo inversión a las actividades que
implican algún dolor pero que se realizan con vistas a la obtención de un
placer.) El egoísta vicioso se niega sistemáticamente a invertir, derrocha todo
su capital hedonista en placeres instantáneos y efímeros, los que a su vez
suelen venir apareados de dolores más o menos importantes; en consecuencia, el
egoísta vicioso tiende (no nos olvidemos de que todo esto es
estadístico) a ser más desdichado que dichoso, o al menos a no ser tan dichoso
como el egoísta calculador. El egoísta calculador es el individuo que es
conciente de que para acceder a ciertos placeres es menester primero resignarse
a realizar ciertos actos que le acarrearán cierto tipo de dolor, pero si es un
buen calculador sopesará con acierto hasta dónde la inversión se justifica y
luego se sentará a esperar que aparezcan los placeres, que tenderán a ser más
intensos y duraderos que sus opuestos. Este sistema de vida, planteado así, parecería
que carece por completo de verdadera moralidad, pero si se analiza
detenidamente se verá que no es tan así. Una persona capaz de someterse
voluntariamente a un dolor con vistas a la obtención de un placer futuro más
intenso y duradero es a lo menos una persona inteligente, lo cual es un punto a
su favor en cuanto a su moralidad y a la probabilidad de que sea un individuo
altamente moral, pues si bien es cierto que puede haber personas inteligentes y
malas, también lo es que no existen las personas realmente buenas que a su vez
no sean inteligentes. Y si esta persona es realmente inteligente, o
trascendentemente inteligente, sabrá que los mayores placeres los proporciona
el amor, y no tanto la condición de amado como la de amante, por lo que
acomodará su vida hedonista de acuerdo a esta creencia y brindará su afecto
hacia todos quienes sepan recibirlo, soportando desde luego los dolores que
suelen padecer los amantes cuando juegan este juego, y de eso se trata el
egoísmo individual mejor calculado, que es el que mejores intereses recibe
gracias a lo sustancioso de su inversión. Por eso digo que el egoísmo
individual tenderá en el futuro a coincidir con la ética universal. Hoy en día,
para decirlo secamente, "el amor no paga". Quien hace de su vida un
culto al amor suele invertir más de la cuenta y suele morir antes de recibir
las ganancias, lo que lo convierte, o bien en un egoísta que se ha sobrepasado
con el gasto de inversión, o bien en una persona que ha sido redondamente
guiada por la intuición, que no repara en gastos. Esto se modificará de raíz en
el futuro. La ecología, esa ciencia que recién está naciendo, nos educará en el
amor hacia todas las criaturas animales, vegetales y por qué no minerales, y
entonces ese amor hacia el Todo que hoy se considera como digno de gente
insociable y mal encarada, debido a lo cual esta gente se automargina de su
propia sociedad y sufre por ello, ese amor universal será moneda corriente y
quien lo experimente o quiera experimentarlo no sentirá vergüenza de confesarlo,
o miedo de que lo tilden de orate sus propios seres más cercanos, con lo que se
llenará de felicidad al poder amar y a la vez convivir con gente que ama o que
al menos no se burla del amor, y esa su felicidad será completamente individual
por más que redunde en felicidad extranjera, por lo que será lícito encuadrar a
estas personas dentro de la categoría de los egoístas calculadores, sin que por
ello se salgan de la categoría también bien merecida de intuitivos, que será
una y la misma categoría para cuando estos nuevos buenos tiempos se acerquen.
CORNELIO. --
Pero mientras esos nuevos buenos tiempos no lleguen, las personas éticamente
intachables, o las mejores personas existentes, puesto que hoy no pueden
existir personas intachables, seguirán siendo presas de la infelicidad a la que
las conduce la marginación social.
RAMPHASTUS. --
Pero esta marginación de ningún modo puede opacar notablemente al placer que
sienten al amar a las criaturas, al placer de simpatizar con ellas y también al
placer de compadecerlas, porque no sé si usted sabe que la compasión es
placentera, al contrario de lo que la mayoría piensa.
CORNELIO. --
Lo sé, o creo saberlo, y así lo he manifestado en varios pasajes de mis
escritos.
RAMPHASTUS. --
Con menos razón podrá entonces suponer que una persona intuitiva, en la
actualidad, es más desdichada que el ser humano promedio. Los desdichados son
los que se creen intuitivos y por eso se automarginan o son marginados, sin ser
compensados de su ermitañismo por los placeres del amor que en realidad no
sienten. Todo esto es susceptible de ser representado matemáticamente, pero
lamentablemente no dispongo de los conocimientos necesarios en esta materia
como para desarrollar tal empresa.
CORNELIO. --
Expresémoslo entonces con palabras, y dejemos que algún potencial matemático
que las leyere las transforme en ecuaciones.
RAMPHASTUS. --
De acuerdo. Empecemos por la situación presente y por la balanza hedonista de
lo que llamamos materia inanimada.
CORNELIO. --
¿Goza lo inorgánico?
RAMPHASTUS. --
Goza y sufre, pero goza muy débilmente y menos todavía sufre, comparándolo con
otros seres.
CORNELIO. --
¿No podríamos, bastante arbitrariamente, establecer un termómetro del hedonismo
individual, cuyo cero sea la insensibilidad y cuyo uno sea la sensibilidad
positiva (placer) mínima que experimenta lo inorgánico, que resulta del
promedio entre sus dolores y placeres totales?
RAMPHASTUS. --
Podríamos. Y entonces pongámosle dos al promedio hedonista de los virus, tres
al de las bacterias y demás organismos unicelulares y cuatro a los organismos
multicelulares más rudimentarios.
CORNELIO. --
Le propongo que desdeñemos de momento a todas las demás especies y nos
dediquemos al ser humano. ¿Qué puntaje le otorgaría?
RAMPHASTUS. --
En el hombre la cuestión es más compleja. Si hay que establecer un coeficiente
general, podríamos fijarlo digamos en cien, pero éste variará en mucho para uno
y otro lado dependiendo del carácter del individuo, cosa que rara vez sucederá
con los animales inferiores, cuya caracterología escasamente se diferencia
entre individuos de una misma especie.
CORNELIO. --
¿Habrá entonces seres humanos que lleguen a un promedio tal vez de 200 o más
durante su vida individual, y habrá otros que apenas sobrepasen la unidad?
RAMPHASTUS. --
Y hay también, ténganlo muy en cuenta, seres humanos que se quedan, en
promedio, en los números negativos, que son más infelices que felices, que
llevan una vida más miserable que la de los simples microbios.
CORNELIO. --
Seguramente serán éstos los poseedores de un carácter estrictamente
necrofílico, los que odian la vida y a todo lo vivo y aman la muerte y lo
inorgánico y desean volver a su seno, según decía Sigmund Freud respecto de quienes se dejan
sojuzgar por sus pulsiones de muerte.
RAMPHASTUS. --
Son éstos sin duda seres más desdichados que dichosos, pero no cometa el error
de asociar necesariamente la desdicha con la maldad. No se olvide de lo que
acabamos de manifestar: estamos hablando del presente, y en estos tiempos la
gente muy buena, que escapa de una cierta dosis de biofilia moderada para
cortarse sola en la carrera del amor, merced a esa misma soledad, a la negación
de todo placer social indispensable para el buen mantenimiento del estado
anímico, merced a eso estas personas son atacadas frecuentemente por estados
depresivos que las inmovilizan y les impiden disfrutar de todo lo que de
sanamente disfrutable la vida nos ofrece.
CORNELIO. --
Yo escribí en mi diario, hace ya unos tres años, una "teoría del jardín de
infantes", que dice más o menos que toda la humanidad, en su conjunto y en
cada determinada época, se halla rodeada por una soga, como la soga que
utilizan las maestras jardineras para rodear con ella al grupo de niños que
desean movilizar, evitando así que alguno se pierda. La teoría sugiere que
ninguna persona, por elevada o excepcional que fuere, puede alejarse demasiado
del nivel general representado por el pelotón de niños, pues está, como ellos,
circunscrita dentro de los límites que la soga le impone. Si quisiera
"elevarse" hacia la sabiduría o hacia la bondad, deberá egresar del
centro del pelotón y acercarse a la soga, pero, no pudiendo traspasarla, la
única alternativa que tendrá será la de tirar de ella con todas sus fuerzas
hacia el sitio adonde quisiere ir, obteniendo como resultado, si el niño es lo
suficientemente robusto y decidido, algún que otro avance, pero no aislado del
resto del grupo: su cinchada redundará en un corrimiento general, habrá corrido
a todo el grupo, a toda la humanidad, hacia el lugar al que él, tal vez
solitariamente, deseaba movilizarse.
RAMPHASTUS. --
Supongamos entonces que las personas éstas que tiran y tiran de la soga se
obsesionan radicalmente con el tema, y que no disponen de la fuerza necesaria,
como nadie la tiene hoy día, como para llevar a los demás hacia la virtud
coactivamente, sin persuadirlos primero de que les conviene ir hacia ese lugar
y así procurar que caminen solos, sin necesidad de arrastrarlos. ¿Cómo se
sentirá en promedio este hombre, agotado por el desgaste físico, por la incomprensión
de sus semejantes y sobre todo por no poder llegar él, individualmente, a rozar
más de cerca la santidad y la sabiduría?
CORNELIO. --
Se sentirá infeliz con bastante frecuencia, qué duda cabe, pero en promedio
será más dichoso que desdichado, según lo ya establecido.
RAMPHASTUS. --
Me basta con que admita que serán en buena medida infelices estos aspirantes a
la virtud, así queda claro que la desdicha no es en estos tiempos patrimonio
exclusivo de los malvados.
CORNELIO. --
¿Será que para ser feliz, o para hacer lo más feliz que se puede ser en estos
tiempos, es menester no ser una mala persona, pero tampoco ser demasiado bueno?
RAMPHASTUS. --
Así lo creo, reparando siempre, y perdone la insistencia, en el carácter
estadístico del aserto. Se puede ser muy malo y a la vez relativamente dichoso,
pero estos casos son los menos, no desbaratan el promedio. Como tampoco hay que
olvidar que todas estas afirmaciones solamente tienen valor en el tiempo
presente. Dentro de millones de años, si la contaminación ambiental permite que
algunos humanos sobrevivan al furor cancerígeno que asolará dentro de poco al
mundo, los vanguardistas en la carrera hacia la virtud serán los seres más
dichosos, porque no necesitarán "arrastrar" consigo a los demás mortales:
irán todos (o casi todos) hacia allí por propia voluntad, por haber
experimentado al fin el placer que la virtud conlleva cuando se la comparte
socialmente.
CORNELIO. --
Volviendo a nuestra imaginaria puntuación hedonista referente a los seres
actuales, ¿qué puntaje les pondría a los individuos extremadamente necrofílicos
y a los extremadamente biofílicos?
RAMPHASTUS. --
Teniendo en cuenta los puntajes ya dados, les pondría un menos cien a los
necrofílicos extremos y un ciento cincuenta a los extremos biofílicos.
CORNELIO. --
¿Y a los individuos con mejor carácter que el promedio, pero que no aspiran a
la santidad y a la sabiduría en un grado demasiado elevado, es decir, a los
buenos calculadores del egoísmo?
RAMPHASTUS. --
Ellos serían, en mi opinión, los seres actualmente más felices de la tierra.
Les pondría un puntaje de doscientos.
CORNELIO. --
¿No podríamos, con todos estos valores arbitrarios, trazar un no menos
arbitrario gráfico cartesiano?
RAMPHASTUS. --
Podríamos, si tuviésemos papel, lápiz y una mínima luminosidad que nos
permitiese utilizarlos.
CORNELIO. --
Yo traje una linterna, y su dedo y el suelo mojado pueden hacer las veces de
lápiz y papel.
RAMPHASTUS. --
Tendríamos que bajarnos de aquí, que tan cómodos y resguardados nos hallamos.
CORNELIO. -- Bajémonos,
qué otro remedio hay. Pero usted primero, así me amortigua si me caigo.
RAMPHASTUS. --
Si me bajo de acá, no volveré a subir.
CORNELIO. --
Continuaremos, pues, dialogando en el piso.
RAMPHASTUS. --
Si usted insiste...
Al instante
Ramphastus descendió del árbol, haciendo gala de una simiesca destreza, y yo
detrás suyo, mucho más recatada y morosamente. Al instante me dibujó en la
tierra una curva similar a esta:
Fig. 1
RAMPHASTUS. -- Aquí estaría representado el grado de felicidad
individual estadística de los seres en relación a su complejidad (en el tiempo
presente).
CORNELIO. -- ¿Y en dónde figura en la figura el hombre de carácter
extremadamente necrofílico?
RAMPHASTUS. -- No figura, porque la curva representa una continuidad
evolutiva, y yo no sé qué clase de desviación se operó en la evolución ortodoxa
como para engendrar la necrofilia extrema. La cuestión es que simplemente no sé
si la persona necrofílica es más o menos compleja, por ejemplo, que la persona
estándar, y no sabiendo eso no puedo trazar ninguna curva con pretensiones
evolutivas que la incluya. La que sí podría trazar es la curva personal del
individuo necrofílico extremo que relaciona sus niveles hedonistas con la edad
en la que se le van desarrollando:
Fig. 2
RAMPHASTUS. -- Después de los 50 años, la tendencia a la infelicidad se
les estabiliza en -100, aunque los individuos extremadamente necrofílicos no
suelen vivir mucho más allá de esa edad.
CORNELIO. -- ¿O sea que un ser extremadamente necrofílico carece de
tendencias hacia la felicidad ya desde su infancia?
RAMPHASTUS. -- Estadísticamente hablando, sí. Quien tiende a la
necrofilia lo hace o bien porque ha heredado esa tendencia (lo que no quiere
decir que sus padres hayan sido necesariamente necrófilos; las recombinaciones
genéticas suelen barajar defectuosamente incluso los mejores naipes, y al mejor
jugador le puede tocar una mala mano), o bien porque ha sido educado
necrofílicamente, o las dos cosas juntas, que es lo que casi siempre sucede
cuando de grandes criminales se trata. En el caso de la necrofilia genética, el
niño ya nace malo, nace sin saber amar, y por lo tanto es desdichado desde su
mismo nacimiento, o al menos desde los primeros esbozos de sentimentalismos; el
caso de la necrofilia adquirida por educación es más patético aún, pues el crío
se ve sometido a malos tratos desde que sale del útero, y así ningún infante
podría intentar ser feliz.
CORNELIO. -- ¡Pobres niños! Y encima, en vez de perdonarlos
amorosamente cuando comienzan su carrera delictiva, y en vez de enseñarles con
el ejemplo qué camino les conviene para modificar sus destinos y acercarse
aunque más no sea un poco a la dicha, los encerramos en nuestros
"correccionales" de menores, de los cuales egresan inexorablemente
con el título de profesionales del crimen. Pero hablemos de algo un poco más
grato: ¿puede trazarse una curva que, parecidamente a la anterior que relaciona
el tiempo de vida del individuo necrofílico con su nivel hedonista, relacione
los niveles hedonistas promedio de los individuos extremadamente biofílicos,
pero no con sus tiempos de vida individuales sino proyectándolos en el futuro
de la especie?
RAMPHASTUS. -- Cómo no. Sería más o menos así:
Fig. 3
RAMPHASTUS. -- La curva serpenteante indica que los individuos extremadamente
biofílicos serán más felices cada vez pese a las probables aceleraciones y
desaceleraciones del ritmo que los impulsa, y la curva asintótica representa el
grado de dicha al que tenderán los individuos neutros, ni buenos ni malos.
Claramente se ve que el nivel hedonista de estos últimos no tiende al infinito
sino a un cierto punto del que no podrán pasar, a menos que se biofilicen.
CORNELIO. -- O sea que en el futuro el placer individual, la santidad y
la sabiduría estarán directamente relacionados.
RAMPHASTUS. -- Eso es lo que le vengo diciendo desde el comienzo de la
charla: la ética está basada en el placer.
(Extracto de la "Apendicitis" del libro cuarto de mi diario,
titulada Más allá del principio de placer
individual)