Si el
Niñito está en condiciones de alquilar una casa [...], la más modesta que
quiera, póngale dentro apenas los objetos indispensables para vivir sin la más
mínima sombra de lujo [...] ¿Por qué no me lleva junto a usted que es la única
ambición que tengo? [...] No tendré desilusiones porque me sentiré felicísima
siempre que tenga su compañía constante —tanto cuanto sea posible—, su amistad
y cariño constante [...]. Oh, mi amor, lléveme junto a usted lo más deprisa
posible porque yo no puedo resistir más la necesidad que tengo de besarlo
[...], de formar parte de su vida.
Carta de Ofelia Queiroz a
Fernando Pessoa, 29/3/1931
“Nunca amé a nadie”, confesó
Bernardo Soares. “Amar ha sido cosa que siempre
me ha parecido imposible”. Pessoa, en cambio, amó una vez a una
mujer, una casi niña de diecinueve años —él ya tenía treinta y uno— que conoció
en su oficina de trabajo y que se llamaba Ofelia Queiroz[1].
Esta pasión tuvo dos etapas: la primera y más encendida duró desde marzo hasta
noviembre de 1920; la segunda, desde septiembre de 1929 a enero de 1930 --con
ciertas recidivas hasta 1931--. Pessoa se enamoró perdidamente de esta
muchachita que al principio no mostraba mucho interés (tenía otro cortejador,
más joven que Pessoa, y Pessoa comenzó el cortejo con el pie izquierdo[2]).
“Era de desprecio —por lo menos así lo creía
el poeta enamorado— el sentimiento que por entonces inspiraba a la
insignificante dactilógrafa” (JGS, p.
434). Sin embargo a los pocos meses ya planeaban casarse, y para ello, como no
había dinero disponible para comprar una casa, se dedicó Pessoa… a los
acertijos:
Compraba todos
los días el Times y otros periódicos ingleses, en buena medida para
participar en los concursos de crucigramas[3].
El poeta intervenía en algunos de estos, al parecer con el propósito de ganar
una suma importante que, llegado el caso, y hablamos de 1920, hubiese permitido
una vida en común con Ofelia Queiroz (CT,
p. 91).
Por desgracia para la
carenciada pareja (y por suerte —podemos especular— para los futuros lectores
de Pessoa), nunca le acertó al premio mayor.
La relación, en
breve, comenzó a declinar:
El tiempo, que envejece las caras y el cabello,
también envejece, pero aún más deprisa, las pasiones. La mayoría de la gente,
porque es estúpida, consigue no darse cuenta de ello, y piensa que ama todavía
porque ha contraído el hábito de sentirse amado. [...] Las criaturas
superiores, sin embargo, están privadas de la posibilidad de esta ilusión,
porque no pueden creer que el amor dure; cuando lo sienten acabado, no se
engañan interpretando como amor la estima o la gratitud que él ha dejado. [...]
El amor ha pasado. [...]
Mi destino pertenece a otra Ley,
cuya existencia Ophelinha desconoce, y está cada vez más subordinado a la
obediencia a Maestros que no consienten ni perdonan (carta a Ofelia del
29/11/1920, citada en Cartas a Ophélia,
carta 36).
Y sobrevino la separación. Nueve
años después, una Ofelia ya madura y con esa edad en que a las mujeres de aquella
época les comenzaba a destruir el ánimo la soltería, se aferra al salvavidas
Pessoa, el único que parecía tener a la mano, y ya no le interesó tanto que su
pretendiente fuera un pobre traductor de misivas, sin propiedades y sin cuentas
bancarias. Disfrutó el poeta este nuevo recreo amoroso, pero a esas alturas ya
tenía en claro su objetivo en la vida y pensaba que el matrimonio se lo
arruinaría:
Mi vida gira en torno a mi obra literaria [...]. Todo
el resto en mi vida tiene un interés secundario: naturalmente hay cosas que me
gustaría tener y otras que tanto me da si llegan o no. Es necesario que quienes
me tratan se convenzan de que soy así, y de que exigirme los sentimientos, por
lo demás dignos, de un hombre vulgar y banal es como exigirme que tenga los
ojos azules y el cabello rubio.
[...] Me gusta mucho —pero mucho—
Ophelinha. Aprecio mucho —muchísimo— su índole y su carácter. De casarme, solo
lo haría con usted. Queda por saber si el matrimonio, el hogar (o como quieran
llamarle) son cosas compatibles con mi vida interior. Lo dudo. Por ahora,
quiero organizar a la brevedad esa vida interior y mi trabajo. Si no consigo organizarme, claro está que nunca pensaré
siquiera en pensar en casarme. Si la organizara en términos de ver que el
matrimonio sería un estorbo, claro que no me casaré (op. cit., carta 43,
29/9/1929).
Concluyó nomás que la vida
conyugal perjudicaría su literatura
Quiero ser libre insincero.
Sin fe ni deber ni nada.
Prisiones, ni de amor quiero.
No me améis, que no me agrada.
(Noventa poemas últimos, 23/8/1930)
y se
alejó para siempre del amor. Así de tiránica es esta vocación[4].
Ansiaba la
libertad. No la libertad física sino la intelectual, la libertad de poder
escribir toda vez que lo quisiera y sobre el tema que quisiera. Y para lograr
eso, según él, hay que destruir el amor.
No solo quien nos odia o nos envidia
nos limita y oprime; quien nos ama
también nos limita.
Que los dioses me concedan que,
desprovisto de afectos,
tenga la fría libertad de las cumbres
sin nada.
Quien quiere poco, tiene todo;
quien nada quiere es libre;
quien no tiene y no desea, hombre es
como los dioses.
Odas de Ricardo
Reis, 1/2/1930
Quien nos
ama nos limita, y nosotros, si amamos, nos limitamos también. ¿Es esto cierto?
Depende de a quién se aplique la sentencia. Con Pessoa funcionaba. Un amor le
hubiese alargado la vida, pero posiblemente al precio de cortarle las alas. En mi
caso —y no me objetes lector que relaciono todo con mi persona; ¿no es este un
diario de intimidades?—, en mi caso, mi amor por Javier poco a poco se va
acomodando dentro de mi plan de vida de una manera bastante conveniente a mis
aspiraciones literarias. Es verdad que su amor, o mejor dicho el tiempo que a
este amor le dedico, limita estas aspiraciones, pero más las limitaría la desesperación
de la soledad o el cáncer tiroideo que se relame viéndome ingresar diariamente
a mi actual trabajo[5].
Mi vida se va organizando de tal modo que lo que Pessoa consideraba fatal para
su creación —el matrimonio—, a mí me la resguarda. Un muerto no escribe, un
loco de soledad tampoco. Siempre supuso Pessoa que en algún momento se volvería
loco: “Una de mis complicaciones mentales —horrible más allá de
cualesquier palabras— es el miedo a la locura, el cual es, en sí mismo, locura”
(EEAA,
p. 43). Había leído a Nietzsche y temía correr su misma suerte. Loco no se
volvió, pero se murió tempranamente, lo cual, a efectos de su producción
literaria, es lo mismo. Yo confío en ser como Voltaire: un escribidor que,
conforme va envejeciendo, mejor escribe. A Pessoa el alcohol lo destruyó
prematuramente; yo lo controlé por ahora, pero nunca se sabe, y el mayor
resguardo que poseo para no caer de nuevo en sus garras es Javier. Es decir, el
amor. Un amor que me limita, pero que al mismo tiempo me permite seguir viviendo
y escribiendo.
¿Qué clase de poemas habría escrito un Pessoa
octogenario? Nunca lo sabremos. Es esa una pérdida irreparable. Conmigo no
sucederá. Viviré muchos años, llegaré a viejo, y eso se lo deberé,
fundamentalmente, al amor y a los afectos.
[1] Aparentemente,
Pessoa habría tenido otro gran amor además del de Ofelia, aunque mucho más
fugaz y escondido, una rubia misteriosa, posiblemente una inglesa llamada Madge
Anderson, hermana de la esposa de su medio hermano, de la que no se conoce con
precisión el lugar que ocupó en el corazón del poeta (cf. José Barreto, “A
última paixão de Fernando Pessoa”, artículo disponible en internet).
Tal vez pensando en ella escribió estos versos: Da la sorpresa de ser. / Es alta, de un rubio oscuro. / Da gusto pensar
en ver / su cuerpo medio maduro (AP 130, 10/9/1930). “Miguel Roza, sobrino del poeta, estima […] que la inspiradora de este
poema no es sino Hanni Larissa Jaeger, la compañera de Aleister Crowley en su
viaje a Lisboa de 1930, interpretación a la que se suma Zenith” (CT, p. 150).
[2] Así lo cuenta la propia Ofelia: “Un día se cortó la luz en la oficina. Freitas no
estaba y Osorio, el cadete, había salido a hacer un trámite. Fernando fue a
buscar una lámpara de petróleo, la encendió y la puso encima de mi mesa. Un
poco antes me había enviado una cartita donde solo escribió: «Le pido que se
quede». Yo me quedé, como para ver qué pasaba. Por entonces ya había notado el
interés de Fernando hacia mí; y yo, lo confieso, también le encontraba cierta
gracia… Recuerdo que estaba de pie, a punto de ponerme el abrigo, cuando él
entró en mi despacho. Se sentó en mi silla, dejó sobre la mesa la lámpara que
traía y comenzó de pronto a declararse como Hamlet a Ofelia: «¡Oh, querida
Ofelia!, mido mal mis versos, carezco de arte para medir mis suspiros, pero te
amo en extremo. ¡Oh, hasta el último extremo, créeme!». Quedé muy conmovida,
como es natural, y sin saber qué decir ni hacer, acabé por ponerme el
abrigo y despedirme apresuradamente. Fernando se levantó con la lámpara en la
mano para acompañarme hasta la puerta. Pero, de repente, apoyó la lámpara sobre
la divisoria de la pared, me tomó sorpresivamente por la cintura, me abrazó y,
sin decir una palabra, me besó, me besó apasionadamente, como un loco. […] Días
más tarde, como Fernando parecía ignorar lo que había sucedido entre nosotros,
resolví escribirle una carta pidiéndole una explicación; lo que dio origen a su
primera carta-respuesta, con fecha 1° de marzo de 1920” (Ofelia Queiroz, citada
por Luis Gruss en Lo inalcanzable, p.
43). Este arrebato pessoano aconteció el 22/1/20.
[3] Crucigramas no,
acertijos. Según Cavalcanti Filho, difícilmente pudo ver Pessoa una grilla de
palabras cruzadas en el Times,
“puesto que, nacidas en Inglaterra desde 1762 [...], el primer número de esas
cruzadas sería publicado en el Times
apenas en 1935” (CF, p. 367).
[4] Pero ¿era realmente
amor lo que los unía? Pessoa, en la piel de Álvaro de Campos, parece querer
decirnos que el amor que Ofelia le ofrecía no tenía la calidez que él anhelaba:
“Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo, / me sirvieron el
amor como guisado frío. / Delicadamente le hice notar al cocinero / que lo
prefería caliente, / que el guisado (y era al estilo de Oporto) nunca se come
frío” (“Dobrada à moda do Porto”, AP
2201).
[5] La máquina que utilizo para soldar lonas
plásticas opera con radiofrecuencia y presenta gran dispersión. Tengo dos
nódulos en la tiroides y la hipótesis de que dicha máquina los viene
prohijando.
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