Hoy he llegado, de repente, a una sensación
absurda y justa. Me he dado cuenta, en un relámpago íntimo, de que no soy
nadie. [...] Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario
prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, nadie.
Bernardo Soares, Libro
del desasosiego, § 25
Se puede decir de él lo que Lou Andréas Salomé dijo de Nietzsche: «La
historia de este hombre es, de cabo a rabo, una biografía del dolor».
Robert Bréchon, Extraño extranjero
¿Fue
feliz Pessoa, al menos durante algunos momentos, mientras escribía cierta prosa
o cierto poema? No. La escritura no tenía en él un efecto beatífico, era apenas
un calmante: “Mal
conoceríamos a Pessoa si creyésemos que la escritura le dio la felicidad o la
salvación. […] No, escribir no es vivir: es sin más el remedio que encontró
para sufrir menos por no vivir” (RB, pp. 145-6). En la tecla da este biógrafo
cuando afirma que la escritura nunca debe ser un sucedáneo de la vida si lo que
buscamos es vivir de manera más o menos apacible. Pero el caso es que Pessoa no
buscaba esto, de manera que su renuncia a la vida en
favor de su escritura fue una decisión feliz --feliz para nosotros-- y
completamente coherente. El
problema, en lo que a mí concierne, es que yo sí quiero gozar la vida, no me
conformo con crear una gran obra literaria a expensas de mi salud y de mi
bienestar personal, y por eso no puedo, no quiero y no debo desdeñar la vida y
apostar todo a mi escritura. Tampoco a mí la escritura me da felicidad. Me
provoca cierta satisfacción, pero no me hace feliz ni mucho menos. Y ¿qué es lo
que me hace feliz? No lo sé, no lo he descubierto. Pero a falta de felicidad,
existen cuatro cosas que me producen un gran bienestar: viajar (como viajero,
no como turista[1]), correr, tomar sol y
escuchar música. Creo que Pessoa no tuvo la suerte de encontrar algún
pasatiempo como estos que le permitiera reconciliarse con la vida. ¡Vivir!, vivir
estará siempre antes que escribir, porque el bien vivir, además, alimenta las
ganas de escribir —al menos así sucede, en los últimos tiempos, en mi caso—.
Yo sé que a la
mayoría de las personas los goces le pasan más por los amigos, por los amores,
por la familia, que por tomar sol o salir a correr; lo acepto, pido entonces
que también acepten mi propia escala de valores hedónica, que a falta de amigos
y con amores desteñidos, se contenta con las caricias del astro rey, con el
corazón bombeando acelerado y con un rock de los 80 que le marca el ritmo.
"Vivir no es
necesario; lo que es necesario es crear". Yo no funciono así. Creo, luego vivo.
Creo de crear, pero también de creer. De creer que viviendo bien y en paz
conmigo mismo podré crear más y mejores narraciones para insertar en este
diario.
4:45 P.M.
Si tuvo Pessoa un período de felicidad, o de bienestar espiritual,
ese tiene que haber ocurrido en 1920, en medio de su relación sentimental con
Ofelia Queiroz. Leamos un tramo de una carta que Ofelia le escribe allá por noviembre
de 1929:
Mi amor estaba muy bien dispuesto, me
hizo reír todo el camino, ya me dolía la boca; por lo demás, yo siempre lo
conocí así. Antiguamente, en la oficina de su primo, me hacía reír tanto tanto
que, a veces, cuando venía Valadas, tenía dificultades para permanecer seria.
Después el Ibis se dedicaba a hacer muecas para que yo no pudiese ponerme
seria. Siempre tuvo poco juicio (carta de Ofelia citada en CT, p. 141).
Hay
que estar muy contento, muy alegre, para comportarse así frente a una mujer.
Lamentablemente para él, su deber de escritor fue más fuerte y la relación
sentimental acabó, lo mismo que las muecas y las alegrías.
Esto demuestra que Pessoa no era tan tétrico como lo pintan. Si
era capaz de divertir a los niños con sus morisquetas, si era capaz de hacer lo
mismo con su novia, era un hombre divertido. Ofelia, y los niños que con él jugaron,
podrán certificarlo. Si el resto de las personas que lo trataron no percibió
esta faceta de su personalidad, ellas se lo perdieron. No estoy negando que
haya sido infeliz, pero dentro de su infelicidad existieron oasis de alegría en
los que la seriedad y la depresión, por algún tiempo, desaparecieron.
9:19 p.m.
Gran misógino ha sido Pessoa, escudado, en la
mayoría de los casos, por sus heterónimos. “La abusiva liberación del espíritu
naturalmente siervo de la mujer y del pueblo plebeyo da siempre resultados
desastrosos para la moral y para el orden social”, dice Antonio Mora en “La
libertad de la mujer y de la plebe”, y en otra parte sigue con parecidas ideas:
Las tres clases más profundamente viciadas en su misión
social, por el influjo de las ideas modernas, son las mujeres, el pueblo y los
políticos. La mujer, en nuestra época, se cree con el derecho a tener una
personalidad; lo que puede parecer justo
y lógico, y otras cosas similares; pero infelizmente fue de otro modo
dispuesto en la naturaleza (textos manuscritos, publicados en internet en AP 585).
Yo no tengo heterónimos, tan solo un pobre
seudónimo, que se parece tanto a mí como mi imagen en un espejo. No puedo,
pues, encubrir mi misoginia e imputársela a un yo que no poseo. Soy misógino y
a poca honra, y estoy tratando de curarme de esta enfermedad. Soy misógino,
pero no tanto como Pessoa, porque no creo que la mujer esté destinada por naturaleza
para ser esclava del hombre.
[1] La diferencia que
existe, según mi criterio, entre un entre un viajero y un turista, está en la
entrada del 14/8/6.
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