Fernando Pessoa
[...], sexualmente, representa un enigma.
JGS, p. 362
Pessoa, según Taborda de Vasconcelos, fue un
individuo “divorciado del sentimiento erótico” (Antropografia
de Fernando Pessoa,
citado en CT,
p. 76). Divorciado o no, se sospecha que murió virgen, aunque él no se manifestó nunca sobre este tema. Supongamos por un momento que fue así[1];
podemos preguntarnos entonces acerca de los motivos de esta voluntaria o
forzada castidad. En principio digamos que tenía del sexo una imagen bastante
negativa, tanto de la heterosexualidad como de la homosexualidad[2].
En uno de sus últimos poemas (sin título, 5/4/1935) se lee:
El amor es lo esencial.
El sexo es solo un accidente.
Puede ser igual
O diferente.
El hombre no es un animal.
Es carne inteligente.
Aunque que a veces enferme[3].
También Bernardo Soares: “No sueño poseerte. ¿Para
qué? Sería traducir a plebeyo mi sueño. Poseer un cuerpo es ser trivial”. “Soy
un delicado y un casto, incluso en mis sueños” (LDD, § 17 del apéndice y § 246). Uno
de los puntos fundamentales de la doctrina de los rosacruces —doctrina que
Pessoa tanto admiraba— es el de la virginidad. Mantenerse virgen sería
para ellos una especie de vía directa al crecimiento espiritual. Así lo explica
Pessoa:
La castidad masculina, siendo completa
como debe ser, impide al semen formado aglutinarse y es reintegrado por el
cuerpo, entrando hacia la sangre. Y es de este modo como el individuo, por así
decirlo, se fecunda a sí mismo, siendo, internamente, su propia mujer (AP 2504).
Pero hay otra hipótesis, que no viene a rechazar sino a
complementar esta primera, y es la que sostiene el brasilero José Paulo
Cavalcanti Filho. Según este biógrafo, Pessoa habría sido dotado por la
naturaleza de un miembro viril excesivamente pequeño y ese factor le habría
quitado confianza a la hora de relacionarse con el sexo opuesto:
Pessoa tenía un amigo, Antônio Botto, que
era homosexual asumido, a pesar de ser casado. Botto contaba haber quedado
sorprendido con el tamaño del pene de Pessoa, que sería muy pequeño. No
tengo cómo probarlo, pero mi explicación es que por eso el poeta no tenía el
coraje de exponerse ante las mujeres (entrevista realizada por el diario O Globo, edición electrónica del
24/3/11).
¿Te acuerdas lector de los
insultos de
Margaret Mansel? “¡Hombre sin pene de hombre! ¡Hombre con clítoris en vez de
pene!” Esto refuerza la teoría de Cavalcanti, y
también la mía que esbocé el 6/6/6:
La conducta de muchos grandes hombres de la historia
universal se podría explicar mucho mejor, desde el punto de vista psicológico,
si nos hubiesen llegado esas dos cifras que indican el grandor del miembro.
Claro que dada la vanidad que casi todos poseemos, convendría que tales medidas
fuesen verificadas por un escribano y no por el propio interesado, lo que haría
demasiado engorroso el asunto. Pero habría que intentarlo.
Debería ser
obligatorio, al cumplir un muchacho la mayoría de edad, el registro notarial de
sus medidas antropométricas más relevantes, para que en el futuro podamos echar
un poco más de luz sobre algunos extraños comportamientos de ciertos hombres
célebres que, con esos datos a la mano, seguramente serían más sencillos de
explicar[4].
[1] Esto no quita que haya sido,
en la única relación duradera que se le conoce con una mujer, bastante efusivo.
Inés Pedrosa, directora de la Casa Museo Fernando Pessoa en Lisboa, conoció en
persona a la sobrina de su gran amor, Ofelia Queiroz. “Me contó que su tía siempre
pensó que lo reconquistaría y que tenía una pasión enorme. Y que una vez le dijo
que la relación no era tan platónica, que él era tímido pero que a veces tenía
unos ímpetus, unos impulsos y la metía en unas puertas en la calle. [...] Lo
que dice la sobrina de Ofelia es que era muy apasionado” (Inés Pedrosa, citada
por Fernando Savater en Lugares con genio, p. 136).
[2] Dos de sus biógrafos entendían que prefería
—estéticamente, no de hecho— las relaciones homosexuales, anteponiéndolas a las
heterosexuales: “Aceptaba el amor físico entre el
mismo sexo como una serena y bella abstracción”
(JGS, p. 373); también Ángel Crespo:
“Pessoa se sentía inclinado a admitir como espectador la homosexualidad porque
le atribuía —en determinadas personas— un carácter estético” (Con Fernando Pessoa, p. 396). No voy a refutar estas opiniones,
que seguramente dan cuenta de las ideas del poeta en su época de madurez, pero
hay que consignar que Pessoa, en 1907, opinaba todo lo contrario respecto del
sexo homosexual. Para este juvenil Pessoa, el hecho de admitir que hay más
belleza y armonía en el cuerpo de un hombre que en el de una mujer no significa
que hay más belleza en el sexo entre hombres que entre hombre y mujer.
“Admitamos que, ante los ojos de la belleza pura, la belleza física del hombre
sea superior a esta misma belleza en la mujer; [...] ¿A qué deducción llegamos?
A ninguna que difiera del mismo hecho. Se trata de una superioridad ante los
ojos de la belleza pura, no frente a los ojos del sexo”. “Apenas se adopta un
punto de vista sexual en la apreciación de la belleza, el criterio de la belleza pura se abandona; y dado que se abandona y
dado que es solo por este criterio
que el hombre es físicamente superior en belleza a la mujer, el hombre deja
entonces de ser superior”. “Los pederastas cometen un crimen no solo contra el
sexo, sino contra la belleza [...], porque la belleza no admite ningún
sentimiento ajeno al de la belleza, ningún sentimiento diferente al hecho mismo
de ser bella. Al entender la belleza
solo como algo sexual, el hombre retrocede; al aplicarla a un objeto para el
que no estaba pensada, no solo retrocede sino que se desvía”. “Aunque pensemos
con frecuencia que un paisaje hermoso es más bello que una mujer, en términos
de belleza, un hombre no desea, por ese motivo, tener relaciones sexuales con
el paisaje. Este ejemplo muestra bien el absurdo en el que reside la
pederastia” (EGL, pp. 171 a 174).
[3] O amor é que é essencial./O sexo é só um acidente./Pode ser
igual/Ou diferente./O homem não é um animal:/É uma carne inteligente,/Embora às
vezes doente (AP
361).
[4] Es por
demás curioso el hecho de que Pessoa haya escrito (en francés, bajo el
heterónimo Jean-Seul de Méluret) una sátira, Francia en 1950, “extraño retrato de una
sociedad en la que, por ejemplo, el incesto es obligatorio y está de moda medir
la longitud del
pene” (RB, p. 102).
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