Vivir no es necesario; lo que es necesario es crear.
Fernando
Pessoa, Escritos autobiográficos,
automáticos y de reflexión personal
En 1912, mucho antes de conocer a
Ofelia, ya tenía en claro Pessoa que su destino no se enderezaría hacia la
felicidad: “No cuento con gozar mi vida; ni en gozarla
pienso. Solo quiero volverla grande, aunque para eso tenga que ser mi
cuerpo [...] la leña de ese fuego” (EEAA, p. 49). ¿Será entonces que algunos grandes creadores, como Pessoa,
como Poe, como Faulkner, necesitan
destruir su cuerpo, quemar su cuerpo, para encender su alma? Parece que sí. “Para crear, me destruí”, dice
Bernardo Soares (LDD,
§ 34). La dicha, para ellos, representaba el fin del
incendio, la muerte de la criatura creante. Destino trágico si los hay, en el
que el artista debe decidir entre su bienestar personal y el bienestar de sus
obras. Por fortuna no todos los hombres de genio funcionan con ese combustible;
y yo, que no sé si soy de genio y que a veces también dudo de si soy un hombre,
me alegro de no necesitar del martirio en la hoguera para que las musas me
visiten.
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