La sensación de estar siendo uno presa de una
injusticia no es privativa de los seres humanos:
Hace unos años
demostramos que los primates ejecutan de buena gana una tarea para obtener
rodajas de pepino hasta que ven que otros obtienen uvas, mucho más dulces, como
premio. Los comedores de pepino se ponen nerviosos, tiran al suelo sus verduras
y se declaran en huelga. Un alimento perfectamente apetecible es rechazado solo
porque un compañero obtiene algo mejor. Llamamos a esto “aversión de
desigualdad”, un tema que desde entonces se ha estudiado en los perros (Frans
de Waal, El bonobo y los diez
mandamientos, p. 28).
Esto significa que el sentimiento justiciero es más instintivo que
racional, y que por tanto la tarea de eliminarlo de nuestras sociedades no será
sencilla ni rápida.
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