“La vista de las
angustias del prójimo angústiame materialmente, y con frecuencia usurpo las
sensaciones de un tercero. El oír una tos continuada irrita mis pulmones y mi
garganta”, confiesa mi maestro Montaigne (Ensayos,
1, XX). Eso no es ni más ni menos que la empatía, una emoción más abarcativa
que la compasión, fenómeno mucho más circunscrito y complejo. La compasión es
el sentimiento que nos incita a ir en auxilio de los demás; la empatía nos
conecta unos con otros, ya sea por medio de la compasión o de cualquier otro
sentimiento. Este fenómeno de la empatía
emana de conexiones
corporales inconscientes que involucran caras, voces y emociones. Las personas
no deciden ser empáticas: simplemente lo son.
[...] Pensemos en un
niño pequeño que se pone a llorar cuando su amigo cae y rompe a llorar, o que
ríe alegremente en una habitación llena de adultos divertidos por un chiste
verde más allá de la comprensión del niño. La empatía tiene su origen en la
sincronización corporal y la propagación de los estados anímicos (Frans de
Waal, El bonobo y los diez mandamientos,
p. 148).
Según este científico, la empatía puede ser pasiva, a diferencia de la
compasión, que es necesariamente activa. Yo entiendo que la compasión, para que
tenga un verdadero contenido ético, tiene que ser no solo activa, sino
inteligente. Por eso digo que para ser santo no basta con sentir compasión: hay
que estar imbuido en una compasión inteligentemente activa. Este tipo de
compasión es la que no se limita a compadecer, sino que además procura poner
término al dolor que origina el padecimiento... pero de forma tal que la
erradicación de dicho dolor no acarree en el futuro males mayores que los que
ahora suprime. Con la convicción de que su acción es buena, una madre, al ver
la delicada piel de su bebé taladrada por picaduras de mosquitos, la refresca
frotándola con algodones empapados en alcohol fino. El bebé se siente aliviado
y ya no llora, por lo que cree conveniente repetir este procedimiento una y
otra vez... hasta que al fin el niño deja de llorar para siempre. El amor de la
madre guio el algodón, pero como era un amor estúpido, su convicción resultó
inmoral; su buena intención no sirvió para tornar puro a ese asesinato.
¿Serán capaces los animales de experimentar
la compasión inteligentemente activa, más allá de la empatía natural y de la
compasión a secas? Es difícil determinarlo, pero creo que este tipo de
compasión, mezcla de sentimiento y razonamiento fino, solo puede darse en el
ser humano.
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