Preguntábanle a
Julio Camba — famoso periodista español de la primera mitad del siglo xx — por
qué, en determinado momento, había dejado de escribir y desaparecido de las
redacciones, si tenía tanto dinero como para darse el lujo de evitar el trabajo
literario por diez meses sin que su economía se resintiera, a lo que Camba
respondió:
En general, mis compañeros suponen que no escribo
porque tengo mucho dinero, y yo quisiera salir al paso de esta hipótesis al
reanudar mis tareas de escritor […]. No, queridos compañeros. Si yo me he
pasado diez meses sin escribir, no ha sido porque la Fortuna me haya hecho
objeto de su predilección, sino, al revés, porque, no habiéndose dignado
acordarme sus favores, yo no podía invertir mi tiempo en una ocupación tan
ruinosa como la de cultivar las letras. Para cultivar las letras yo creo que
hace falta tener tanto dinero como para cultivar el yachting o para coleccionar cuadros antiguos […]. La literatura no
debe producir, sino costar. Debe ser un entretenimiento de ricos, y yo no
abandono la esperanza de poder muy pronto, en unión de ustedes, dedicarme
enteramente a ella (“Hace diez meses”, artículo publicado en el diario El Sol el 16/9/1925, incluido en el
compendio titulado Maneras de ser
periodista).
Me gustaría no
coincidir con este punto de vista. No con eso de que la literatura no debe
producir sino costar, porque siempre me pareció correcta esa postura, sino con
lo que viene después, con lo de que para poder escribir a pata suelta es
necesario disponer de un colchón de morlacos; pero la realidad es que poco a
poco me voy olvidando de mi época de escritor pobre y ya voy necesitando,
imperativamente, tornarme rico para volver a escribir con fluidez y gallardía.
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