Siempre consideré al periodismo
como un género menor dentro del mundo literario, primero por su carácter
mercenario, por necesitar el periodista de una paga como incentivo para mover
su pluma, y segundo porque tiende a ocuparse de lo actual, en desmedro de lo
importante. En relación con lo primero Julio Camba no fue la excepción, pero sí lo fue
muchísimas veces para lo segundo con su sana costumbre de olvidarse de la diosa
Actualidad para detenerse en otros considerandos no perecederos. Sus mejores
trabajos, los que hoy perduran y perdurarán por siempre gracias a las varias
compilaciones que se han hecho y se siguen haciendo, son aquellos que no se
detienen en el ahora sino que investigan lo universal y lo eterno, o sin llegar
a tanto, se ocupan de cosas más universales y más eternas que la condecoración
del mariscal Nosecuánto.
He adquirido la facultad de
convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Ya pueden ustedes darme
las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una
máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… De cada una de esas cosas
yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o, si ustedes lo
prefieren, les haré la columna de todas esas cosas juntas. El articulista es
algo así como el avestruz. El avestruz lo convierte todo en cosa de comer y lo
digiere todo: el articulista lo reduce todo a un artículo de periódico (“Cómo
escribo los artículos”, incluido en el compendio titulado Maneras de ser periodista).
Sí, un pollo asado y un gabán viejo son conceptos más
eternos y más universales que una circunstancial condecoración o un paquete de
medidas económicas, y en los artículos de Camba, para nuestro deleite, hay más
pollos y más gabanes que en el resto de los artículos periodísticos que yo haya
sabido leer. Por eso este periodista y su manera de hacer periodismo perduran,
mientras que los demás articulistas se hunden junto con sus artículos en el
oscuro anonimato ni bien transcurren tres o cuatro meses de aparecida la
publicación. Hay que consumirlos frescos, porque si no se pudren. Con Camba
sucede muy otra cosa[1].
[1] “Hubo un tiempo —decía— en que lo más
semejante al periodismo era la industria piscícola. Usted podía ponerse
indistintamente a pescar noticias o a pescar sardinas y, cualquiera de las dos
cosas que pescase, tenía que negociarla, forzosamente, en un término de
veinticuatro horas. Transcurrido ese plazo, en efecto, las sardinas empezaban a
dar demasiado olor y las noticias se pasaban del todo. Había que buscar un
procedimiento que permitiese conservar indefinidamente en buen estado ambas
mercancías y, por doloroso que ello resulte para nuestro orgullo profesional,
debemos reconocer que, mientras los piscícolas encontraron varios, nosotros,
los periodistas, todavía no hemos encontrado ninguno. No sabemos salar, prensar
ni siquiera ahumar nuestras noticias; no hemos dado con el modo de ponerlas en
aceite o en salmuera y, como no podemos, tampoco, llevarlas a ninguna cámara
frigorífica, de ahí el que nuestro negocio dé tan poco de sí. […] Yo, sin
embargo, no renuncio a la idea de que alguien, en nuestra profesión, encuentre
un día el modo de deshidratar las noticias, o de someterlas a cualquier otro
tratamiento que, de efímero y transitorio, las transforme en permanentes y
duraderas” (“El periodismo y la pesca”, artículo publicado en el diario ABC del 21/11/1942, citado en el
compendio Maneras de ser periodista).
Y él mismo lo encontró, encontró el modo de ahumar, de deshidratar, si no las
noticias mismas, al menos los artículos periodísticos, para que lleguen hasta
nosotros, sabrosos y nutritivos, después años y años de haber sido concebidos.
¡Felicitaciones!
No hay comentarios:
Publicar un comentario