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lunes, 13 de agosto de 2018

Pessoa, el poeta fingidor


Considero al  Libro del desasosiego como un verdadero diario íntimo. [...] Bernardo Soares no pasa de ser una máscara —muy transparente por lo demás— que Fernando Pessoa pone ante su rostro al escribir este diario íntimo: una máscara que, en muchas ocasiones, parece dejar distraídamente sobre la mesa —o sobre la cómoda— en la que se apoya para escribir.
Ángel Crespo, Estudios sobre Pessoa [p. 18 y 210]

“Yo, artísticamente, no sé sino mentir”, le escribe Pessoa a João Gaspar Simões (AP 2987). Una de sus frases, tal vez la que más ha trascendido, es la siguiente: El poeta es un fingidor. ¿Es tan así? Para responder a esta pregunta es necesario precisar un poco mejor el aserto, porque decir que la frase el poeta es un fingidor es falsa o verdadera, carece de lógica. Yo creo que algunos poetas pueden ser fingidores y otros no, de manera que si la oración la escribiésemos así: “todo poeta es un fingidor”, entonces sería falsa. Pero lo que Pessoa quiere significar es que los poetas no fingidores son malos poetas y los que fingen —como él, supuestamente— hacen buena poesía. Tenemos entonces, simplemente, que analizar esta frase: “solo fingiendo se puede hacer poesía de alta calidad”, y decidir si es verdadera o falsa. Para ello tenemos que especificar primero qué entendemos por poesía de alta calidad. Esto, me parece, no es difícil: poesía de alta calidad es aquella que conmueve y emociona, de diferentes maneras, al público que la lee. Un poema que nos deja impertérritos, por muy perfecto que esté redactado en cuanto a su constitución formal, es un mal poema, porque la piedra de toque para descubrir un buen poema será siempre la emoción y la conmoción que suscita en el lector. Desde luego que hay poemas que nos dejan fríos a unos y que conmueven hasta las lágrimas a otros, debido a lo cual, forzosamente, esta catalogación estética se mueve bajo el imperio de la democracia o la estadística. La poesía de Bécquer, por ejemplo, es en este sentido mucho mejor que la de cualquier otro poeta menos leído, que también nos conmueva, y esto es porque Bécquer conmueve masivamente. No interesa si su poesía es simplona, trivial o cursi: si conmueve a muchos, es buena poesía y se acabó.
Sabemos que Pessoa es un poeta, y es poeta incluso —yo diría sobre todo— cuando escribe en prosa. Sabemos también que su obra cumbre, lo más leído y admirado de su producción, es el Libro del desasosiego. Este libro, desde su publicación en los años 80, no ha dejado de conmover a los millares de personas que lo han descubierto, y ha sido un éxito de ventas tanto en lengua portuguesa como en las ediciones españolas. La vara estadística que adoptamos para juzgar si una obra poética es buena, nos dice a las claras que el Libro del desasosiego es, de punta a punta, brillantemente poético. Y ¿por qué será que ha tenido tanto éxito entre la crítica literaria exigente y especializada, al igual que entre el público general? La respuesta, nuevamente, es muy sencilla: porque el lector asocia a Bernardo Soares con Fernando Pessoa y le atribuye al propio Pessoa todos los desasosiegos del primero. Se los atribuye en serio, no como un juego de ficciones. El lector toma este libro como una real autobiografía de Pessoa. Él nos dice que todo es ficción, que todo es fingimiento; nadie le cree. O prefieren no creerle, porque si le creen, todo el encanto de esta obra magnífica se va por el caño. Todo el mundo sabe, porque Pessoa mismo, con sus cartas, se encargó de certificarlo, que ha sido este portugués un ser esencialmente desdichado. Los que lo conocieron, en la mayoría de los casos, opinan lo mismo. Luego es evidente la equiparación que realiza el lector de la figura de Bernardo Soares con la de Pessoa. Y esa equiparación es lo que conmueve. ¿Qué suerte habría tenido, en cuanto a las emociones que despierta, el Libro del desasosiego si hubiera sido escrito, digamos, por Voltaire? No nos conmoveríamos leyéndolo ni la décima parte de lo que nos conmovemos ahora, porque sabríamos, conociendo el temperamento y la jocosidad de Voltaire, que el libro es una completa ficción, un completo fingimiento. ¿Por qué las películas basadas en algún hecho real nos aclaran, al comienzo de la misma, esta condición? Porque el director conoce perfectamente la psicología del espectador y sabe que si le dicen que la historia es verídica, no fingida, la gente se conmoverá mucho más que si la mirase sin este dato en la cabeza.
El lector, el espectador, el consumidor de arte no quiere fingimiento. Quiere que el artista se abra y sea sincero, que cuente lo que realmente le sucede o le ha sucedido, que transmita a través de su obra lo que siente o ha sentido, no quiere fingimientos. El problema es que algunos poetas, como no sienten nada, como son emocionalmente frígidos, tienen que fingir, a través de sus creaciones, que sienten algo que realmente no sienten, y esto es lo que llama Pessoa hacer poesía. Pero ya hemos visto que se equivoca, y su equivocación es más llamativa todavía habiendo sido él un poeta que no necesitaba fingir, porque sus desasosiegos eran reales, y los plasmaba de tal manera que estamos plenamente convencidos de que eran sus desasosiegos. Con el fingimiento a otra parte: la poesía, y el arte en general, piden sinceridad. O mejor dicho, quienes piden sinceridad son los consumidores de arte y de poesía. Si el artista quiere fingir que finja, pero nadie se conmoverá con su obra como se conmueven los espíritus hiperósmicos cuando huelen la verdad.
La filosofía y la poesía no son tan distintas, siempre que las tratemos con igual criterio. Desde el momento en que suponemos que la poesía es fingimiento, la tarea de hermanarlas se nos cae a tierra.

domingo, 12 de agosto de 2018

Pessoa el inactivo


Mi vida está hecha de pasividad y de sueño. Yo cultivo el odio a la acción como una flor de invernadero.
Fernando Pessoa, Plural de nadie, § 98 y 186

Para Pessoa, el hombre de altas miras espirituales actúa poco y piensa mucho; el hombre activo es más un troglodita que un ser humano contemporáneo:

Entre la vida teórica y la vida práctica hay un abismo, sobre el que algunos, más individuales, no-sociales, son puente. Manda quien quiere, siervo de pensamientos dispersos, anónimos, que por tales no son pensamientos. Dejemos la acción a aquellos que piensan por cabeza ajena, pues existen solo para actuar. Recojámonos al juego alado, fútil incluso, de las teorías, desilusionados de cualquier posibilidad de que podamos actuar sobre los otros, de que seamos más en la vida que forasteros (EEAA, p. 193).

En otro lado escribe:

Todo lo que en mí es exclusivamente intelectual es muy fuerte [...]. La voluntad inhibidora, que es la voluntad intelectual, es muy fuerte en mí. Poseo, incluso, bajo fuertes requerimientos emocionales, la fuerza de no hacer. Me falta la voluntad de actuar, la voluntad de proyectarme sobre el exterior; lo que me resulta difícil es hacer. [...] Quiero desarrollar mi voluntad de acción, pero lo quiero sin que mi emoción o mi inteligencia tengan de qué quejarse” (EGL, pp. 372-3).

Coincido con Pessoa en el sentido de que yo soy como él, pero no en el sentido de que la vida intelectual sea, per se, más valiosa que la vida activa. Escribió Max Scheler un ensayo titulado El santo, el genio, el héroe, en el que se describen tres tipos de personalidades completamente distintas, pero igualmente valiosas. Estas tres tipologías se corresponden con mis tres temperamentos ideales: el temperamento religioso, el filosófico y el revolucionario. Y no existe superioridad de ningún tipo entre el filósofo de vida contemplativa y el activo héroe, son tan solo caminos temperamentales idealizados que uno toma de acuerdo al disco duro con que vino equipado[1].


[1] El propio Pessoa admite, en otro texto, que el ideal humano es el de ser, además de reflexivo y sentimental, eminentemente activo: “El hombre superior piensa con mayor precisión, siente más profundamente, desea de manera más instantánea [...]. No es frío ni severo; por el contrario, es un pensador, sin ser puramente un pensador; sentimental, sin ser puramente sentimental; es un hombre de acción, pero sin parecerse a una máquina” (EGL, pp. 14-15).

sábado, 11 de agosto de 2018

Pessoa y su vocación de ama de casa


El hecho de haber sido misógino no le impedía a Pessoa imaginarse mujer. Escribe Bernardo Soares: “Toda inapetencia hacia la acción inevitablemente feminiza. Fallamos en nuestra verdadera profesión de amas de casa y guardesas” (LDD, § 33). Detestaba a los hombres de acción porque él era lo opuesto; pero lo opuesto a un hombre de acción ¿no es una mujer sumisa? Una mujer que lave y planche, que realice los quehaceres domésticos, y también, por qué no, escriba. El coqueteo con la homosexualidad es incontestable.
Yo, al igual que Soares, tengo un cierto rechazo hacia la vida activa, me enderezo más al retraimiento, al hogar; me contraigo más de lo que me expando. Ya lo decía mi madre: “Cornelio es caserito, es el más caserito de mis hijos”. Y pronto, muy pronto, podré llevar a la práctica ese anhelo de ama de casa cuidadora de mis bienamados hijos.

viernes, 10 de agosto de 2018

Pessoa misógino


Hoy he llegado, de repente, a una sensación absurda y justa. Me he dado cuenta, en un relámpago íntimo, de que no soy nadie. [...] Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, nadie.
Bernardo Soares, Libro del desasosiego, § 25

Se puede decir de él lo que Lou Andréas Salomé dijo de Nietzsche: «La historia de este hombre es, de cabo a rabo, una biografía del dolor».
Robert Bréchon, Extraño extranjero

¿Fue feliz Pessoa, al menos durante algunos momentos, mientras escribía cierta prosa o cierto poema? No. La escritura no tenía en él un efecto beatífico, era apenas un calmante: “Mal conoceríamos a Pessoa si creyésemos que la escritura le dio la felicidad o la salvación. […] No, escribir no es vivir: es sin más el remedio que encontró para sufrir menos por no vivir” (RB, pp. 145-6). En la tecla da este biógrafo cuando afirma que la escritura nunca debe ser un sucedáneo de la vida si lo que buscamos es vivir de manera más o menos apacible. Pero el caso es que Pessoa no buscaba esto, de manera que su renuncia a la vida en favor de su escritura fue una decisión feliz --feliz para nosotros-- y completamente coherente. El problema, en lo que a mí concierne, es que yo sí quiero gozar la vida, no me conformo con crear una gran obra literaria a expensas de mi salud y de mi bienestar personal, y por eso no puedo, no quiero y no debo desdeñar la vida y apostar todo a mi escritura. Tampoco a mí la escritura me da felicidad. Me provoca cierta satisfacción, pero no me hace feliz ni mucho menos. Y ¿qué es lo que me hace feliz? No lo sé, no lo he descubierto. Pero a falta de felicidad, existen cuatro cosas que me producen un gran bienestar: viajar (como viajero, no como turista[1]), correr, tomar sol y escuchar música. Creo que Pessoa no tuvo la suerte de encontrar algún pasatiempo como estos que le permitiera reconciliarse con la vida. ¡Vivir!, vivir estará siempre antes que escribir, porque el bien vivir, además, alimenta las ganas de escribir —al menos así sucede, en los últimos tiempos, en mi caso—.
Yo sé que a la mayoría de las personas los goces le pasan más por los amigos, por los amores, por la familia, que por tomar sol o salir a correr; lo acepto, pido entonces que también acepten mi propia escala de valores hedónica, que a falta de amigos y con amores desteñidos, se contenta con las caricias del astro rey, con el corazón bombeando acelerado y con un rock de los 80 que le marca el ritmo.
"Vivir no es necesario; lo que es necesario es crear". Yo no funciono así. Creo, luego vivo. Creo de crear, pero también de creer. De creer que viviendo bien y en paz conmigo mismo podré crear más y mejores narraciones para insertar en este diario.

4:45 P.M.
Si tuvo Pessoa un período de felicidad, o de bienestar espiritual, ese tiene que haber ocurrido en 1920, en medio de su relación sentimental con Ofelia Queiroz. Leamos un tramo de una carta que Ofelia le escribe allá por noviembre de 1929:

Mi amor estaba muy bien dispuesto, me hizo reír todo el camino, ya me dolía la boca; por lo demás, yo siempre lo conocí así. Antiguamente, en la oficina de su primo, me hacía reír tanto tanto que, a veces, cuando venía Valadas, tenía dificultades para permanecer seria. Después el Ibis se dedicaba a hacer muecas para que yo no pudiese ponerme seria. Siempre tuvo poco juicio (carta de Ofelia citada en CT, p. 141).

Hay que estar muy contento, muy alegre, para comportarse así frente a una mujer. Lamentablemente para él, su deber de escritor fue más fuerte y la relación sentimental acabó, lo mismo que las muecas y las alegrías.
Esto demuestra que Pessoa no era tan tétrico como lo pintan. Si era capaz de divertir a los niños con sus morisquetas, si era capaz de hacer lo mismo con su novia, era un hombre divertido. Ofelia, y los niños que con él jugaron, podrán certificarlo. Si el resto de las personas que lo trataron no percibió esta faceta de su personalidad, ellas se lo perdieron. No estoy negando que haya sido infeliz, pero dentro de su infelicidad existieron oasis de alegría en los que la seriedad y la depresión, por algún tiempo, desaparecieron.

9:19 p.m.
Gran misógino ha sido Pessoa, escudado, en la mayoría de los casos, por sus heterónimos. “La abusiva liberación del espíritu naturalmente siervo de la mujer y del pueblo plebeyo da siempre resultados desastrosos para la moral y para el orden social”, dice Antonio Mora en “La libertad de la mujer y de la plebe”, y en otra parte sigue con parecidas ideas:

Las tres clases más profundamente viciadas en su misión social, por el influjo de las ideas modernas, son las mujeres, el pueblo y los políticos. La mujer, en nuestra época, se cree con el derecho a tener una personalidad; lo que puede parecer justo y lógico, y otras cosas similares; pero infelizmente fue de otro modo dispuesto en la naturaleza (textos manuscritos, publicados en internet en AP 585).

Yo no tengo heterónimos, tan solo un pobre seudónimo, que se parece tanto a mí como mi imagen en un espejo. No puedo, pues, encubrir mi misoginia e imputársela a un yo que no poseo. Soy misógino y a poca honra, y estoy tratando de curarme de esta enfermedad. Soy misógino, pero no tanto como Pessoa, porque no creo que la mujer esté destinada por naturaleza para ser esclava del hombre.


[1] La diferencia que existe, según mi criterio, entre un entre un viajero y un turista, está en la entrada del 14/8/6.

jueves, 9 de agosto de 2018

Pessoa y Nietzsche


Y proclamo también: Primero:
¡El superhombre será, no el más fuerte, sino el más completo!
Y proclamo también: Segundo:
¡El superhombre será, no el más duro, sino el más complejo!
Y proclamo también: Tercero:
¡El superhombre será, no el más libre, sino el más armónico!
Álvaro de Campos, “Ultimátum”

No simpatizaba con Nietzsche Pessoa. En Nietzsche, dice, “la contradicción de sí mismo es la única coherencia fundamental” (AP 1656). Lo consideraba un apóstol de la violencia y de la crueldad, un filósofo de la deshumanidad.

La filosofía de Friedrich Nietzsche es la resultante de su temperamento y de su época. Su temperamento era el de un asceta y el de un loco. Su época en su país era de materialidad y de fuerza. Resultó fatalmente una teoría donde un ascetismo loco se casa con una (involuntaria) admiración por la fuerza y ​​el dominio (AP 3469).

El superhombre de Pessoa, contrariamente al superhombre nietzscheano, “es compasivo, apasionado en su amor por la humanidad” (EGL, p. 15).
Según Pablo Javier Pérez López, las noticias que Pessoa tuvo de Nietzsche fueron casi todas de segunda mano, a través de intérpretes tendenciosos, por lo cual su visión del nietzscheanismo es sesgada y parcial:

…No decimos aquí que Pessoa no leyera nunca directamente a Nietzsche sino que probablemente no lo hizo con la distancia y la atención necesaria debido fundamentalmente a la imagen desvirtuada que encontró de él en [el libro Degeneración de] Nordau. […] Pessoa no quiso o no pudo comprender a Nietzsche (POT, pos. 5065 y 5079).

Me recuerda esto, una vez más, a mi polémica con la doctora Cragnolini. Los exégetas del bigotudo, cuando encuentran a un escritor que reprende a su santo por promover los holocaustos, se apresuran a decir que tal escritor no ha leído bien a Nietzsche, que lo ha leído a través de interpósitas personas y que más vale que no opine si no leyó el corpus completo de este pensador. Lo que se necesita aquí, para desmentir a Pessoa, no son afirmaciones de esta calaña sino citas de Nietzsche que digan lo contrario, es decir, que no avalen la violencia y la crueldad. Desde luego que las hay (“la contradicción de sí mismo es la única coherencia fundamental”), pero las hay mucho más explícitas y numerosas en el otro sentido, y por lo tanto la posición de Pessoa se me antoja más justificada que la de Pérez López y la de Cragnolini[1].


[1] Esta antipatía tan marcada de Pessoa hacia Nietzsche no le impidió apropiarse de algunas de las más notables consignas nietzscheanas. “Pessoa parece haber heredado de Nietzsche, más allá del voluntarismo irracionalista que adopta en el ámbito político, el individualismo aristocrático, la idea de la muerte de los dioses y la concepción del cristianismo como religión decadente para los débiles” (Rodrigo Calado Baltazar Ribeiro de Almeida, «Ultimátum» de Álvaro de Campos, p. 120).

miércoles, 8 de agosto de 2018

Pessoa y los reformistas


El mal está por toda la tierra y una de sus formas es la felicidad.
Fernando Pessoa

Bernardo Soares, o el hedonismo patas para arriba: “Todo placer es un vicio, porque buscar el placer es lo que todos hacemos en vida, y el único vicio negro es hacer lo que toda la gente hace” (LDD, § 395). Algo de verdad debe de haber en este aserto, porque el vicio acarrea dolores, y toda vez que experimento algún placer intenso, sobre todo sensitivo, me pregunto: ¿qué consecuencia dolorosa me deparará esto? Pero Soares exagera: existen placeres sensitivos moderados, como el sabor de una manzana o el olor de las rosas, que nada tienen de viciosos. Y existen placeres espirituales intensos, como los que se derivan del amor, que son virtuosos por definición.

9:41 P.M.
Una verdad incómoda para quienes buscan mejorar a los pueblos desde fuera hacia adentro y no, como debe ser, pese a ser más difícil, de adentro afuera: “Un verdadero habitante de la civilización se preocupará antes por Dios y por las Parcas que por la reforma social. Si le interesa la humanidad, es solo como una introducción al alma, o a los dioses” (Fernando Pessoa, EBI, § 46). En otras palabras, ocupémonos de Dios y de las Parcas, que lo demás —a saber, la reforma social— se nos dará por añadidura.

martes, 7 de agosto de 2018

Pessoa y la no felicidad


Vivir no es necesario; lo que es necesario es crear.
Fernando Pessoa, Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal

En 1912, mucho antes de conocer a Ofelia, ya tenía en claro Pessoa que su destino no se enderezaría hacia la felicidad: “No cuento con gozar mi vida; ni en gozarla pienso. Solo quiero volverla grande, aunque para eso tenga que ser mi cuerpo [...] la leña de ese fuego” (EEAA, p. 49). ¿Será entonces que algunos grandes creadores, como Pessoa, como Poe, como Faulkner, necesitan destruir su cuerpo, quemar su cuerpo, para encender su alma? Parece que sí. “Para crear, me destruí”, dice Bernardo Soares (LDD, § 34). La dicha, para ellos, representaba el fin del incendio, la muerte de la criatura creante. Destino trágico si los hay, en el que el artista debe decidir entre su bienestar personal y el bienestar de sus obras. Por fortuna no todos los hombres de genio funcionan con ese combustible; y yo, que no sé si soy de genio y que a veces también dudo de si soy un hombre, me alegro de no necesitar del martirio en la hoguera para que las musas me visiten.

lunes, 6 de agosto de 2018

Genio literario y matrimonio en Pessoa


Para el primer biógrafo de Pessoa, “el amor por Ofelia fue una momentánea transigencia con la sinceridad convencional del hombre al que la soledad, la avidez de ternura, la necesidad de una familia apremiaban por todos lados” (JGS, p. 362). El destino, según Simões, salva la futura obra de Pessoa y lo rescata de la “cobarde transigencia” que estaba a punto de cometer comprometiéndose con Ofelia, enviándole de regreso a Lisboa a su querida madre que había enviudado por segunda vez. La convivencia con su madre y hermanas le devolvió el espíritu familiar que buscaba en Ofelia. A medida que se aferraba a su madre (“su verdadero y único amor”, dice Simões) se desaferraba de Ofelia, hasta que finalmente la dejó. La libido de Pessoa “estaba dominada por la representación inconsciente de la madre” (ibíd., p. 373). La teoría de Simões es la de que si no fuera por el regreso de su madre, Pessoa habría sucumbido a los burgueses encantos del matrimonio y se habría casado con Ofelia, y el genio literario, a partir de ahí, habría desaparecido. Esta hipótesis, por jugar con hechos que no son hechos porque nunca sucedieron, no puede ser corroborada, mas no por eso hay que desdeñarla. Tal vez Pessoa corrió peligro de muerte allá por los años 20, no el hombre sino el artista, y su madre lo rescató. Si este es el caso, habrá que decir que la muerte de su padrastro no pudo ser más oportuna.

domingo, 5 de agosto de 2018

El único amor de Pessoa



Si el Niñito está en condiciones de alquilar una casa [...], la más modesta que quiera, póngale dentro apenas los objetos indispensables para vivir sin la más mínima sombra de lujo [...] ¿Por qué no me lleva junto a usted que es la única ambición que tengo? [...] No tendré desilusiones porque me sentiré felicísima siempre que tenga su compañía constante —tanto cuanto sea posible—, su amistad y cariño constante [...]. Oh, mi amor, lléveme junto a usted lo más deprisa posible porque yo no puedo resistir más la necesidad que tengo de besarlo [...], de formar parte de su vida.
Carta de Ofelia Queiroz a Fernando Pessoa, 29/3/1931

“Nunca amé a nadie”, confesó Bernardo Soares. “Amar ha sido cosa que siempre me ha parecido imposible”. Pessoa, en cambio, amó una vez a una mujer, una casi niña de diecinueve años —él ya tenía treinta y uno— que conoció en su oficina de trabajo y que se llamaba Ofelia Queiroz[1]. Esta pasión tuvo dos etapas: la primera y más encendida duró desde marzo hasta noviembre de 1920; la segunda, desde septiembre de 1929 a enero de 1930 --con ciertas recidivas hasta 1931--. Pessoa se enamoró perdidamente de esta muchachita que al principio no mostraba mucho interés (tenía otro cortejador, más joven que Pessoa, y Pessoa comenzó el cortejo con el pie izquierdo[2]). Era de desprecio —por lo menos así lo creía el poeta enamorado— el sentimiento que por entonces inspiraba a la insignificante dactilógrafa” (JGS, p. 434). Sin embargo a los pocos meses ya planeaban casarse, y para ello, como no había dinero disponible para comprar una casa, se dedicó Pessoa… a los acertijos:

Compraba todos los días el Times y otros periódicos ingleses, en buena medida para participar en los concursos de crucigramas[3]. El poeta intervenía en algunos de estos, al parecer con el propósito de ganar una suma importante que, llegado el caso, y hablamos de 1920, hubiese permitido una vida en común con Ofelia Queiroz (CT, p. 91).

Por desgracia para la carenciada pareja (y por suerte —podemos especular— para los futuros lectores de Pessoa), nunca le acertó al premio mayor.
La relación, en breve, comenzó a declinar:

El tiempo, que envejece las caras y el cabello, también envejece, pero aún más deprisa, las pasiones. La mayoría de la gente, porque es estúpida, consigue no darse cuenta de ello, y piensa que ama todavía porque ha contraído el hábito de sentirse amado. [...] Las criaturas superiores, sin embargo, están privadas de la posibilidad de esta ilusión, porque no pueden creer que el amor dure; cuando lo sienten acabado, no se engañan interpretando como amor la estima o la gratitud que él ha dejado. [...]
El amor ha pasado. [...]
Mi destino pertenece a otra Ley, cuya existencia Ophelinha desconoce, y está cada vez más subordinado a la obediencia a Maestros que no consienten ni perdonan (carta a Ofelia del 29/11/1920, citada en Cartas a Ophélia, carta 36).

Y sobrevino la separación. Nueve años después, una Ofelia ya madura y con esa edad en que a las mujeres de aquella época les comenzaba a destruir el ánimo la soltería, se aferra al salvavidas Pessoa, el único que parecía tener a la mano, y ya no le interesó tanto que su pretendiente fuera un pobre traductor de misivas, sin propiedades y sin cuentas bancarias. Disfrutó el poeta este nuevo recreo amoroso, pero a esas alturas ya tenía en claro su objetivo en la vida y pensaba que el matrimonio se lo arruinaría:

Mi vida gira en torno a mi obra literaria [...]. Todo el resto en mi vida tiene un interés secundario: naturalmente hay cosas que me gustaría tener y otras que tanto me da si llegan o no. Es necesario que quienes me tratan se convenzan de que soy así, y de que exigirme los sentimientos, por lo demás dignos, de un hombre vulgar y banal es como exigirme que tenga los ojos azules y el cabello rubio.
[...] Me gusta mucho —pero mucho— Ophelinha. Aprecio mucho —muchísimo— su índole y su carácter. De casarme, solo lo haría con usted. Queda por saber si el matrimonio, el hogar (o como quieran llamarle) son cosas compatibles con mi vida interior. Lo dudo. Por ahora, quiero organizar a la brevedad esa vida interior y mi trabajo. Si no consigo organizarme, claro está que nunca pensaré siquiera en pensar en casarme. Si la organizara en términos de ver que el matrimonio sería un estorbo, claro que no me casaré (op. cit., carta 43, 29/9/1929).

Concluyó nomás que la vida conyugal perjudicaría su literatura

Quiero ser libre insincero.
Sin fe ni deber ni nada.
Prisiones, ni de amor quiero.
No me améis, que no me agrada.
(Noventa poemas últimos, 23/8/1930)

 y se alejó para siempre del amor. Así de tiránica es esta vocación[4].
Ansiaba la libertad. No la libertad física sino la intelectual, la libertad de poder escribir toda vez que lo quisiera y sobre el tema que quisiera. Y para lograr eso, según él, hay que destruir el amor.

No solo quien nos odia o nos envidia
nos limita y oprime; quien nos ama
también nos limita.
Que los dioses me concedan que, desprovisto de afectos,
tenga la fría libertad de las cumbres sin nada.
Quien quiere poco, tiene todo;
quien nada quiere es libre;
quien no tiene y no desea, hombre es como los dioses.

Odas de Ricardo Reis, 1/2/1930

Quien nos ama nos limita, y nosotros, si amamos, nos limitamos también. ¿Es esto cierto? Depende de a quién se aplique la sentencia. Con Pessoa funcionaba. Un amor le hubiese alargado la vida, pero posiblemente al precio de cortarle las alas. En mi caso —y no me objetes lector que relaciono todo con mi persona; ¿no es este un diario de intimidades?—, en mi caso, mi amor por Javier poco a poco se va acomodando dentro de mi plan de vida de una manera bastante conveniente a mis aspiraciones literarias. Es verdad que su amor, o mejor dicho el tiempo que a este amor le dedico, limita estas aspiraciones, pero más las limitaría la desesperación de la soledad o el cáncer tiroideo que se relame viéndome ingresar diariamente a mi actual trabajo[5]. Mi vida se va organizando de tal modo que lo que Pessoa consideraba fatal para su creación —el matrimonio—, a mí me la resguarda. Un muerto no escribe, un loco de soledad tampoco. Siempre supuso Pessoa que en algún momento se volvería loco: “Una de mis complicaciones mentales —horrible más allá de cualesquier palabras— es el miedo a la locura, el cual es, en sí mismo, locura” (EEAA, p. 43). Había leído a Nietzsche y temía correr su misma suerte. Loco no se volvió, pero se murió tempranamente, lo cual, a efectos de su producción literaria, es lo mismo. Yo confío en ser como Voltaire: un escribidor que, conforme va envejeciendo, mejor escribe. A Pessoa el alcohol lo destruyó prematuramente; yo lo controlé por ahora, pero nunca se sabe, y el mayor resguardo que poseo para no caer de nuevo en sus garras es Javier. Es decir, el amor. Un amor que me limita, pero que al mismo tiempo me permite seguir viviendo y escribiendo.
¿Qué clase de poemas habría escrito un Pessoa octogenario? Nunca lo sabremos. Es esa una pérdida irreparable. Conmigo no sucederá. Viviré muchos años, llegaré a viejo, y eso se lo deberé, fundamentalmente, al amor y a los afectos.


[1] Aparentemente, Pessoa habría tenido otro gran amor además del de Ofelia, aunque mucho más fugaz y escondido, una rubia misteriosa, posiblemente una inglesa llamada Madge Anderson, hermana de la esposa de su medio hermano, de la que no se conoce con precisión el lugar que ocupó en el corazón del poeta (cf. José Barreto, “A última paixão de Fernando Pessoa”, artículo disponible en internet). Tal vez pensando en ella escribió estos versos: Da la sorpresa de ser. / Es alta, de un rubio oscuro. / Da gusto pensar en ver / su cuerpo medio maduro (AP 130, 10/9/1930). “Miguel Roza, sobrino del poeta, estima […] que la inspiradora de este poema no es sino Hanni Larissa Jaeger, la compañera de Aleister Crowley en su viaje a Lisboa de 1930, interpretación a la que se suma Zenith” (CT, p. 150).
[2] Así lo cuenta la propia Ofelia: “Un día se cortó la luz en la oficina. Freitas no estaba y Osorio, el cadete, había salido a hacer un trámite. Fernando fue a buscar una lámpara de petróleo, la encendió y la puso encima de mi mesa. Un poco antes me había enviado una cartita donde solo escribió: «Le pido que se quede». Yo me quedé, como para ver qué pasaba. Por entonces ya había notado el interés de Fernando hacia mí; y yo, lo confieso, también le encontraba cierta gracia… Recuerdo que estaba de pie, a punto de ponerme el abrigo, cuando él entró en mi despacho. Se sentó en mi silla, dejó sobre la mesa la lámpara que traía y comenzó de pronto a declararse como Hamlet a Ofelia: «¡Oh, querida Ofelia!, mido mal mis versos, carezco de arte para medir mis suspiros, pero te amo en extremo. ¡Oh, hasta el último extremo, créeme!». Quedé muy conmovida, como es natural, y sin saber qué decir ni hacer, acabé por ponerme el abrigo y despedirme apresuradamente. Fernando se levantó con la lámpara en la mano para acompañarme hasta la puerta. Pero, de repente, apoyó la lámpara sobre la divisoria de la pared, me tomó sorpresivamente por la cintura, me abrazó y, sin decir una palabra, me besó, me besó apasionadamente, como un loco. […] Días más tarde, como Fernando parecía ignorar lo que había sucedido entre nosotros, resolví escribirle una carta pidiéndole una explicación; lo que dio origen a su primera carta-respuesta, con fecha 1° de marzo de 1920” (Ofelia Queiroz, citada por Luis Gruss en Lo inalcanzable, p. 43). Este arrebato pessoano aconteció el 22/1/20.
[3] Crucigramas no, acertijos. Según Cavalcanti Filho, difícilmente pudo ver Pessoa una grilla de palabras cruzadas en el Times, “puesto que, nacidas en Inglaterra desde 1762 [...], el primer número de esas cruzadas sería publicado en el Times apenas en 1935” (CF, p. 367).
[4] Pero ¿era realmente amor lo que los unía? Pessoa, en la piel de Álvaro de Campos, parece querer decirnos que el amor que Ofelia le ofrecía no tenía la calidez que él anhelaba: “Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo, / me sirvieron el amor como guisado frío. / Delicadamente le hice notar al cocinero / que lo prefería caliente, / que el guisado (y era al estilo de Oporto) nunca se come frío” (“Dobrada à moda do Porto”, AP 2201).
[5] La máquina que utilizo para soldar lonas plásticas opera con radiofrecuencia y presenta gran dispersión. Tengo dos nódulos en la tiroides y la hipótesis de que dicha máquina los viene prohijando.

sábado, 4 de agosto de 2018

Pessoa y el cansancio de pensar


“Ayer —nos cuenta Pessoa— sufrí la influencia refrescante de algunas páginas de estadística. Si se reflexiona con cuidado, el misterio del Universo se encuentra también ahí. Aunque no lo parezca” (PDN, § 39). Cualquier ciencia, por blanda que sea, tiene que mostrarnos un costado estadístico para que podamos considerarla como tal. Interesarse por las estadísticas, saber interpretarlas y no dejarse engañar por ellas es tarea ineludible para el pensador filosófico.

1:22 a.m.
Nos cansamos de todo, menos de comprender”, decía Virgilio. Bernardo Soares no está de acuerdo: “Dijo mal el escoliasta de Virgilio. De lo que más nos cansamos es, sobre todo, de comprender. Vivir es no pensar” (LDD, § 374). Yo le voy a Virgilio: el día que me canse de comprender, la vida se me tornará tediosa. ¿Y no era por eso, por haberse cansado de comprender, que Soares-Pessoa vivía desasosegado?

1:46 A.M.
No es imprescindible estudiar letras o filosofía para ser un buen escritor o un buen pensador. Pessoa se inscribió en un curso de letras en Lisboa, pero asistió poco y de forma irregular[1]. Su formación literaria no necesitó de las universidades. Yo me inscribí en la carrera de filosofía en el 2011, pero apenas cursé un cuatrimestre. Mi formación filosófica tampoco necesitó de las universidades.

1:58 A.M.
A Pessoa nunca le sobró el dinero, y en algunas ocasiones le faltó[2]. Pese a ello, continuó siempre trabajando en lo mismo: era, según su propia definición, un “corresponsal extranjero en casas comerciales” (EEAA, p. 112). Y eso que no le faltaron oportunidades de progreso. Como el ofrecimiento del doctor Coelho de Carvalho, entonces rector de la Universidad de Coimbra, para que ocupase la cátedra de lengua y literatura inglesa en la Facultad de Letras; o el del general Silvano, que le ofreció una ocupación que le proporcionaría ochenta mil reales mensuales. También desestimó una oferta de empleo de la filial portuguesa de la Vacuum Oil Company (cf. CF, p. 485). Pessoa rechazó todos estos empleos bien pagados porque requerían más dedicación y mayores responsabilidades. No quiso ganar más al precio de resignar horas dedicadas a la vida literaria.
 Yo también, en algún momento, sufrí alguna estrechez económica (véanse mis anotaciones del 20/10/7), aunque nunca me faltó el sustento. Y yo también rechazaré en unos meses un trabajo bien remunerado —el de lonero— para dedicarme con mayor esmero a la filosofía y la literatura.

3:50 p.m.

Parece que en el camino que transita desde la certeza de la filosofía socrática, desde una piel platónica o kantiana, Pessoa, deshaciéndose de su credulidad científica llegara a la otra orilla que busca la verdad mediante la mentira, ya asumida, mediante la asunción de que todo es ilusión, de que lo esencial es la apariencia (POT, pos. 1789).

Yo también tendría que leer un poco más de poesía, aunque no tanta como para mutar en poeta. Siempre fui y me consideré un pensador filosófico con facultades poéticas y no un poeta animado por la filosofía. Pero un poco de poesía me vendría bien, porque últimamente (desde hace unos treinta años) estoy demasiado racionalista.

4:57 P.M.
La mentira artística, a la que era propenso Pessoa, pugnaba con igual fuerza en su espíritu joven con el amor filosófico a la verdad. Después la mentira artística le sacó varios cuerpos a la verdad; consecuencia: se convirtió, acicateado por Alberto Caeiro, en un poeta demasiado irracional, y sus inclinaciones filosóficas se hicieron demasiado posmodernas, con todo lo que ello implica en detrimento de la coherencia intelectiva.
Dice Pérez López:

Sentía vivos en él al filósofo y al poeta, en una pugna que a nuestros jóvenes ojos encarna la pugna de toda la historia dialéctica de nuestra animalidad quizá en una reproducción ontogénica de esa gran pugna que nos constituye como especie e individuo. Una pugna de dos mitades que no logran hermanarse (POT, pos. 1793).

Todos los amantes de la literatura tenemos un poco de filósofos y un poco de poetas, y todos nos inclinamos un poco más hacia alguno de estos dos bandos. Según Miguel de Unamuno, “la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia”. Pessoa opinaba lo mismo. Yo creo que la buena filosofía se acuesta con las dos por igual, porque una filosofía con poca ciencia tiende al verbalismo huero y una filosofía con poca poesía tiende al almidonamiento. Puede, sí, el pensador filosófico recostarse un día más hacia la poesía y otro día más hacia la ciencia, pero no conviene que deje de lado ninguna de estas disciplinas por un período prolongado. Pessoa se acostó mucho, demasiado a la poesía como para pretender el rótulo de pensador filosófico; yo me acuesto muy poco como para pretender el rótulo de poeta.

6:29 p.m
Pensador temerario era Pessoa; el prurito de la demostración científica no le quitaba el sueño. Leamos por ejemplo este pasaje:

Si la fecundación se da en períodos en los que los dos padres (o uno solo de ellos) viven en tensión nerviosa constante, el producto de ese acto, el hijo, tenderá a recibir un elemento de anormalidad, aunque los padres sean normales (EGL, p. 41).

Yo afirmé hace un tiempo (y lo sigo sosteniendo) que si la fecundación se realiza con amor, el hijo nacerá con una impronta más armónica y equilibrada que si se realiza por mero deseo sexual, y que una relación sexual sin amor, pero con excitación intensa, recombina mejor la genética del futuro hijo que el sexo sin amor y sin deseo. A temeridad epistemológica no me gana nadie.

8:29 p.m.
Disfrutó mucho Pessoa, en su juventud, leyendo los libros de Haeckel. En su biblioteca personal se encuentran Los enigmas del universo, Las maravillas de la vida, El origen del hombre y la Historia de la creación de los seres organizados según las leyes naturales. Son los mismos libros que yo he leído, en mi juventud (filosófica), en la Biblioteca Nacional y en la del Congreso, con la única diferencia de que Pessoa los leyó traducidos al francés y yo al español.
 Haeckel es un trampolín de singular potencia para lanzarse de lleno a la filosofía, pero es un trampolín solamente, hay que rebotar en él y alejarse. Quedarse en Haeckel es como subir al trampolín y no saltar por miedo a la caída. La filosofía implica mucho más riesgos que los que Haeckel y sus discípulos están dispuestos a correr.

9:54 p.m.
Fernando Pessoa, además de ganarse la vida traduciendo cartas comerciales, participó de algunas campañas publicitarias y sus frases fueron recompensadas con un extra de dinero que siempre fue bienvenido. El aporte que más trascendió en este sentido fueron sus ideas en favor de la bebida gaseosa que ya en aquel momento comenzaba a ser furor en el mundo:

El escritor fue contratado en 1928 como redactor y creador de una campaña publicitaria [...] para el lanzamiento de la Coca-Cola en Portugal. [...] La aguda mordacidad del poeta se tradujo en el siguiente eslogan: Primero se extraña, después se entraña. La frase produjo algún impacto inicial, seguido luego de un escándalo que traería enormes perjuicios financieros. Ocurre que el entonces Director de Salud de Lisboa [...] entendió que el mensaje publicitario era un explícito reconocimiento de la toxicidad y condición adictiva del producto. Sobre esa base decretó la prohibición del consumo y, más aún, ordenó que todas las botellas de Coca-Cola existentes en Portugal fueran arrojadas al mar (Luis Gruss, Lo inalcanzable, p. 36).

En lugar de los portugueses, los que se hicieron adictos a la Coca-Cola fueron los peces de ese mar, que desde aquel entonces se llama Mar Muerto: esa infesta bebida los mató a todos.


[1] Se matriculó “en el Curso superior de Letras de la Universidad de Lisboa (con un especial interés en la Cátedra de Filosofía), cursos que frecuenta desde finales de 1905 a mediados de 1907” (POT, pos. 1770).
[2] En su diario, entrada del 14/11/1915, escribe: "En casa sin cena, porque no tenía dinero" (EEAA, p. 86). También en algunas ocasiones tuvo que pedir dinero prestado a uno u otro amigo.

viernes, 3 de agosto de 2018

Pessoa y la metafísica


No, no, ¡eso, no!
¡Todo menos saber qué es el Misterio!
Superficie del Universo, oh Párpados Cerrados,
¡nunca os alcéis!
¡La mirada de la Verdad Final no podría soportarse!
Álvaro de Campos, “Demogorgon”

Consideraba Pessoa que existen tres senderos posibles para conocer lo oculto:

El camino mágico, que es extremadamente peligroso, en todos los sentidos (incluye prácticas como las del espiritismo, intelectualmente al nivel de la brujería, que también es magia); el camino místico, que no tiene propiamente peligros, pero es incierto y lento[1]; y el que se llama camino alquímico, el más difícil y el más perfecto de todos, porque comprende una transmutación de la propia personalidad que la prepara, sin grandes riesgos y con las defensas que los otros caminos no tienen (primera carta de Pessoa a Casais Monteiro, AP 3007).

Yo entiendo que el único camino posible para desentrañar lo oculto que merece ser desentrañado, es el camino del bien, del comportamiento ético hasta las últimas consecuencias. Haz el bien y conocerás la Verdad. Esos otros caminos que postula Pessoa quizá también nos lleven hacia lo oculto, pero será un oculto distinto, que no merece desocultarse tanto como el otro, o que conviene redondamente mantener tapado.

8:58 p.m.
Pessoa creía en la metafísica:

Son insinceros los escritos hechos para asombrar, y también aquellos —notad bien, esto es importante—, aquellos que no se apoyan sobre ninguna idea metafísica fundamental, es decir aquellos donde no pasa ni tan solo como un soplo, una noción de la gravedad y del misterio de la vida (PDN, § 221).

No solo aprobaba la metafísica sino que vivía, y sobre todo escribía, inmerso en ella. La grandeza de su poesía

se encuentra no tanto en su extrema belleza de forma o en sus prodigiosas riquezas de contenido o la complejidad de la propia alma del poeta que la produjo, como en el de que ella se encuentra realmente estructurada sobre un pensamiento metafísico —metafísica primitiva, metafísica mágica, metafísica ocultista si se quiere—, pero no por eso revela menos profundamente una conciencia que vivió en comunión con el insondable misterio que solo la muerte devela (JGS, párrafo final).

Después está el tema de la religiosidad, que es cosa diferente de la metafísica, aunque se vinculan, pero se puede creer en la metafísica sin ser una persona religiosa. Debido a su oposición al sacerdocio[2], algunas personas dudan de su religiosidad[3]. Yo creo que fue Pessoa un hombre religioso, y a quien lo niegue le recitaré la siguiente afirmación suya:

Hay solo dos tipos de estados de ánimo constante en los que vale la pena vivir la vida: el noble júbilo de una religión o el noble pesar de haber perdido una. Lo demás es vegetación, y solo una botánica psicológica puede interesarse en una humanidad tan diluida (PDN, § 28).

O esta otra:

Creo en la existencia de mundos superiores al nuestro y de habitantes de esos mundos, que existen con diferentes niveles de espiritualidad, sutilizándose hasta llegar a un Ente Supremo, que presumiblemente creó este mundo (primera carta de Pessoa a Casais Monteiro, AP 3007).

Está claro que Fernando Pessoa creía en la religiosidad como un valor a cultivar, valor que quizás había perdido y que añoraba[4].


[1] En otro lado agrega: “Los caminos del Misticismo y de la Magia son a menudo caminos de engaño y error. […] Ambos […] son atajos para el conocimiento. En cierto sentido, tanto el Misticismo como la Magia son confesiones de impotencia”  (AP 1258).
[2] Bajo la máscara de uno de sus primeros heterónimos llegó a escribir este durísimo (aunque humorístico) texto en contra de la curia: “Yo, Charles Robert Anón, ser, animal, mamífero, tetrápode, primate, placentario, macaco, catirrineano, hombre; dieciocho años de edad, soltero (excepto de vez en cuando), megalómano, con huellas de dipsomanía, dégénéré supérieur, poeta, con pretensiones de escritor humorista, ciudadano del mundo, filósofo idealista, etc., etc. (para ahorrar trabajo al lector). En nombre de la VERDAD, de la CIENCIA y de la FILOSOFÍA, no con campana, libro y vela, sino con lapicera, tinta y papel, profiero sentencia de excomunión para todos los curas y sectarios de todas las religiones del mundo. Excommunicabo vos. Que seáis todos malditos” (EEAA, p. 30). Y Joaquim Moura Costa, un heterónimo menor, sentencia en 1910: “Maldita sea en toda parte / la Iglesia Católica. [...] Hay solo dos cosas que hacer para aquella / Iglesia Católica: / cagar para ella y mear para ella. / Caguemos pues y todo junto / para la Iglesia Católica” (AP 307).
[3] Cavalcanti Filho lo clasifica, en un cuadro sinóptico, como ateo (CF, p. 262). Ángel Crespo, por el contrario, entiende que fue Pessoa “un hombre esencialmente religioso” (Estudios sobre Pessoa, p. 17).
[4] (Nota añadida el 14/1/19.) En 1912 Pessoa escribió un artículo en el que describe la nueva poesía portuguesa como esencialmente metafísica y esencialmente religiosa, y afirma que toda gran poesía es religiosa (cf. AP 3101).