Toni Morrison, Paraíso
Quizá no me atraigan los burdeles en calidad de
cliente, pero tal vez me atraigan en calidad de encargado. William Faulkner,
interrogado por un periodista acerca de cuál sería el mejor ambiente para un
escritor, respondía lo siguiente:
Si
usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de
administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista
puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y
del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada que hacer
excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la
policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte
del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como
para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el
trabajo da cierta posición social; no tiene nada que hacer porque la encargada
lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán
con respeto y le dirán “señor”. Todos los contrabandistas de licores de la
localidad también le dirán “señor”. Y él podrá tutearse con los policías. De
modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda
la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado
elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle
pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha
enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco,
comida y un poco de whisky (William Faulkner, entrevista publicada en la
revista Sur de Buenos Aires, no pude
averiguar en qué fecha).
Al
igual que Faulkner —y a diferencia de Pessoa, que prefería escribir por la
noche[1]—,
me gusta la escritura mañanera, y no dudo de que los burdeles sean por la
mañana tan silenciosos como los cementerios. Pero no tengo amigos dueños de
burdeles, por lo que difícilmente conseguiré ese puesto tan conveniente a mis
aspiraciones literarias.
11
45 P.M.
Escribió Pessoa, allá por 1913, una novela que quedó trunca y que dio
en llamar Marcos Alves. El
protagonista es un trastornado cuya imaginación indecente le lleva a
interpretar todo comportamiento humano desde el punto de vista sexual. “Su sexualidad le había invadido el cerebro
por completo [...]. Se confundía extrañamente con sus ansias de verdad y de
certeza”. La tragedia de Marcos Alves es la de tener “nobles ideales, altos y
puros”, y saber, al mismo tiempo, que es “torpe y puerco y lleno de
corrupciones y horrores de la carne” (AP 381). ¿Pessoa describiéndose a sí mismo? No
estoy seguro. De lo que sí estoy seguro es de que, de carambola, terminó
describiéndome a mí.
[1] Escribía por la noche porque no podía dormir.
“No duermo, ni espero dormir. Ni en la muerte espero
dormir”, dice Álvaro de Campos (AP
2358). En esto no nos parecemos: yo duermo como una marsopa. Últimamente estoy
escribiendo bastante por la noche, pero no porque no pueda dormir sino porque
la necesidad de escribir, y la imposibilidad de hacerlo durante el día, me
empuja instintivamente a despertarme durante la madrugada.
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