… Una esposa como Virginia… ¡el eterno
ideal de los poetas! Ni mujer, ni niña. Una ondina; una imaginería de amapolas.
Abelardo Castillo, Israfel
Poe
se casó con su prima Virginia Clem en mayo de 1836. Ella tenía trece años y él
veintisiete. Muchos considerarán este tipo de aventuras románticas como una
degeneración del verdadero amor, como una depravación. No es mi caso. Yo creo
que el amor de un hombre hecho y derecho hacia una mujer-niña es el amor
virtuoso por excelencia. Es tan puro como cualquier otro amor más “razonable”
en el que las edades no difieren tanto, pero posee ventajas inestimables por
sobre estos:
La mayoría de los hombres no comprende --y
solo algunos artistas han abarcado este hecho en toda su importancia-- que el
verdadero desarrollo de la mujer, su verdadero florecer, está entre los doce y
los veinte años. Estos ocho años son el mayo de su vida; lo que viene luego es
verano, otoño e invierno. En su mes de mayo, la mujer es mitad ángel, mitad ser
humano. No ha echado plumas todavía y no se sabe en qué día se despierta y,
bajo las caricias del amado, se convierte de niña en mujer. [...] Risa infantil
se mezcla a la sobria exigencia, ingenua sorpresa a la entrega. Solo en este
período está dispuesta a creer en todos los sueños; solo en este período el
poeta puede tentarla por castillos ideales de cristal, por reino futuros,
resplandecientes como un cuento. Diez años más tarde habrá una mueca irónica
alrededor de su boca, cuando el poeta llegue a casa con la afirmación de que el
gran triunfo soñado se realizará dentro de pocas semanas. Ya ha perdido la fe.
[...] Solamente en la edad virginal puede el poeta formar a la mujer según sus
ensueños, hacerla creación propia como su obra. Después de los veinte años la
pizarra ha sido cubierta de escritura, la mujer ha desarrollado su
personalidad: comienza el difícil problema de la adaptación mutua, de la
voluntaria renuncia a inclinaciones y particularidades, y hasta el hecho de que
uno de los cónyugues está acostumbrado a dormir con la ventana abierta y el
otro con la ventana cerrada puede llevar a graves conflictos matrimoniales. Se
debería tratar de no considerar como privados de toda razón a los poetas que
prefieren a la mujer la mujer-niña (Lee van Dovski, La erótica de los
genios, pp. 138-9).
Yo siempre me he
sentido atraído por las mujeres-niñas, las cuales despiertan mi amor y mi
lascivia de un modo mucho más intenso que las mujeres hechas y derechas. ¿Seré
un depravado o seré un poeta? Creo que un poco de ambas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario