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domingo, 8 de diciembre de 2019

La efectividad del presidio

Leyendo algunos pasajes de mi Cita a ciegas me topé con este en el que sostengo que la dureza de las penas y de las amenazas de prisión no sirve a la hora de amedrentar a los criminales:

CORNEJÍN. --Ellos [los estadounidenses] piensan que el castigo es útil no tanto para el castigado como para los potenciales delincuentes, que al saber que podrían enfrentarse a esa dolorosa situación si son atrapados, desisten de cometer el delito que tenían planeado.
CAMPOAMOR. --Nuevo error, que denota una gran falta de conocimiento de la psicología del criminal. Para los hombres que carecen de circunspección, que son muchos, el castigo es una fuerza excitativa más que los arrastra al crimen. La pusilanimidad no es una cualidad dominante de los criminales.

Sigue a esto un alegato en favor de la lenidad de los castigos a los delincuentes, tanto por parte mía como de Campoamor, puesto que nuestras visiones en este punto son coincidentes, y Campoamor remata la explicación con esta frase: “Creo que aunque la sociedad no tuviese ningún código penal, se cometerían pocos más crímenes que los que se cometen” (Filosofía de las leyes, cap. V). Es esta una cuestión completamente fáctica, de modo que no tenemos más que recurrir a los hechos para verificar o rectificar esta hipótesis. Desgraciadamente, no existen en la actualidad sociedades que carezcan de todo código penal, por lo que el experimento no puede realizarse a pleno, pero sí tenemos sociedades en las que el código penal se aplica de manera harto liviana —como la sociedad Argentina desde el 2000 en adelante— y sociedades en las que el código penal se aplica rígidamente y con penas contundentes —como la sociedad estadounidense desde el 2000 en adelante—. He viajado en dos oportunidades en los últimos años a los Estados Unidos y he comprobado que en ciudades como Nueva York, Los Angeles o San Francisco se puede caminar tranquilamente (hablamos de las zonas céntricas, no de los suburbios) sin estar pendientes de los arrebatadores o de los delincuentes de toda laya, mientras que en los cascos centrales de las grandes ciudades de la Argentina los delitos están a la orden del día. ¿Y por qué? Porque los delincuentes, si son atrapados en la Argentina, purgan condenas livianísimas o no purgan condena ninguna, y en la mayoría de los casos, debido a la falta de cárceles suficientes para contener a la masa de delincuentes, las sentencias son acortadas y al reo se le concede la prisión domiciliaria o algún recurso de este tipo cuando aún queda mucha condena por cumplir. En los Estados Unidos, por el contrario, las penas son muy duras, especialmente con los reincidentes, por lo que la política de ese país en materia penal tiende a mantener a los criminales encarcelados durante la mayor parte de su vida activa. No es, en definitiva, que haya más delincuentes en la Argentina que en los Estados Unidos, ocurre simplemente que en la Argentina la mayoría los delincuentes están sueltos mientras que en los Estados Unidos la mayoría de los delincuentes están encarcelados[1]. Para que una sociedad funcione más o menos ordenadamente, el 60% de los delincuentes que en ella operan tienen que estar entre rejas. Si por cada 100.000 habitantes honestos existen 1.000 delincuentes, 600 de estos 1.000 tienen que estar presos; si no, la sociedad tiende al caos. En la Argentina este porcentaje no se verifica: debido a la doctrina Zaffaroni, el 19% de los delincuentes están presos y el resto libres. Por eso el crimen, desde hace un par de décadas, impera en nuestras tierras y en los Estados Unidos decrece. Tanto Campoamor como yo mismo estábamos equivocados.
Que quede claro que mi postura filosófica en relación al castigo no ha variado: entiendo que castigar a un delincuente por los crímenes que comete va en contra de la ética en un sentido amplio.  Allá se lo haya cada uno con su pecado. Pero acá no estoy investigando si el castigo a los delincuentes es algo ético o inético, sino algo mucho más pedestre: si el castigo a los delincuentes funciona cuando se trata de evitar la criminalidad en el corto plazo. Influenciado por mi postura filosófica, fui más allá de ella, o más acá, y afirmé algo que no se cumple ni aquí ni en los Estados Unidos: que aminorar las penas y eliminar las cárceles puede llegar a pacificar la sociedad en el corto plazo. Esto es mentira, tal como ahora lo veo, y por eso rectifico mi juicio. ¿Queremos una sociedad más plena, más genuina, más cristiana? Pues dejemos a los criminales en libertad. ¿Queremos una sociedad más segura? Pues metamos a todos los criminales en prisión, y hasta que no den muestras de haberse reformado, que en prisión permanezcan.


[1] En los Estados Unidos, cada 100.000 habitantes hay 655 reclusos; en la Argentina, 186. Estados Unidos lidera estas estadísticas, no hay otro país que lo supere, mientras que la Argentina está en el puesto 83 (fuente: World Prison Brief https://elordenmundial.com/mapas/paises-mayor-proporcion-gente-en-la-carcel/).

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