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jueves, 16 de abril de 2020

Jean Améry: la tortura como trauma indeleble


La creadora de una Europa que sea algo más que una colonia romana (occidental) solo puede ser la Alemania nórdica, la Alemania de Hölderlin y Nietzsche.
Alfred Baeumler, Nietzsche, el filósofo y el político

Jean Améry fue un poeta vienés nacido en 1912; su verdadero nombre era Hans Maier. Tenía ascendencia judía, pero nunca practicó ni la cultura ni la religión judía. En 1935, cuando se promulgaron las leyes de Núremberg, Améry tomó conciencia por primera vez de su condición de judío. Entre 1938 y 1939 inició una travesía por Europa para evitar ser capturado por el régimen nazi; después de un tiempo se unió a un grupo de resistencia. Debido a su participación en este grupo, fue torturado durante tres meses por soldados de la Gestapo. Este es su testimonio de una de aquellas sesiones de tortura, un relato tan puntilloso y crudo como pocos he leído:

Del techo abovedado del búnker colgaba una cadena que corría en una polea, de cuya extremidad pendía un pesado gancho de hierro balanceante. Se me condujo hasta el aparato. El gancho estaba sujeto a la cadena, que esposaba mis manos tras mis espaldas. Entonces se elevó la cadena junto con mi cuerpo hasta quedar suspendido aproximadamente a un metro de altura del suelo. En semejante posición, o más bien suspensión, con las manos esposadas tras las espaldas y con la única ayuda de la fuerza muscular, sólo es posible mantenerse durante un periodo muy breve en posición semi-inclinada. Durante esos minutos, cuando ya se han consumido las únicas fuerzas sobrantes, el sudor nos cubre la frente y los labios y comenzamos a resoplar, no se podrá responder a ninguna pregunta. ¿Cómplices? ¿Direcciones? ¿Lugares de encuentro? Estas palabras apenas son audibles. La vida recogida en un único, limitado sector del cuerpo, es decir, en las articulaciones del húmero, no reacciona, pues se encuentra agotada completamente por el esfuerzo físico. [Cuando me rendí al dolor] oí entonces un crujido y una fractura en mis espaldas que mi cuerpo no ha olvidado hasta hoy. Las cabezas de las articulaciones saltaron de sus cavidades. El mismo peso corporal provocó una luxación, caí al vacío me encontré colgado de los brazos dislocados, levantados bruscamente por detrás y desde ese momento cerrados sobre la cabeza en posición torcida. Tortura, del latín torquere, luxar, contorcer, dislocar: ¡Toda una lección práctica de etimología! Además sobre mi cuerpo crujían los golpes con el vergajo, y algunos de ellos desgarraron los pantalones ligeros de verano que vestía ese 23 de julio de 1943.
Sería del todo irrazonable querer describir en este punto los dolores que me infligieron. […] El dolor era el que era (Más allá de la culpa y la expiación, pp. 96-7).

Para Améry, la tortura de la que fue víctima constituyó el episodio más traumático de su vida. Después fue enviado a Auschwitz el 15 de enero de 1944, donde realizó trabajos forzados hasta su liberación, el 15 de abril de 1945.
¿Habría sido a Nietzsche capaz de ejecutar esta tortura, habría tenido la “entereza” de levantar esa cadena? No lo sabemos. Posiblemente no; era un hombre demasiado delicado. Pero la pregunta que interesa no es esta sino la siguiente: ¿Estaba ese soldado nazi afectado, directa o indirectamente, por la vía libre que ofrecía Nietzsche a las conciencias para efectuar este tipo de tareas? Tampoco lo sabemos; pero podemos conjeturar, por la permeabilidad que el mensaje nietzscheano había logrado entre la juventud alemana[1], que muy probablemente, cuando levantaba la cadena, pensaba en Nietzsche toda vez que algún impulso compasivo le sugería terminar con el calvario.
Las palabras pueden matar, las palabras pueden lastimar. En el caso de Nietzsche lo han hecho, y lo seguirán haciendo hasta tanto los alumnos de filosofía comprendan que lo que sus maestros les inculcan acerca de este “filósofo” son simples desvaríos de quienes no están a la altura de su misión educativa.


[1] “Yo, personalmente, no puedo leer a Nietzsche sin recordar el nazismo. Tenía 14 años cuando cayó este régimen. Era suficiente para recordar las frases con las cuales nos trataron como niños. Me suben del inconsciente cuando leo estos textos. Me revientan desde adentro. Por todos lados andaban las citas de Nietzsche sin que haya aparecido explícitamente la fuente. Solamente con la lectura de Nietzsche me di cuenta” (Franz Hinkelammert, Solidaridad o suicidio colectivo, “Niestzche: el tremendum del fascinosum”).

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