La
creadora de una Europa que sea algo más que una colonia romana (occidental) solo
puede ser la Alemania nórdica, la Alemania de Hölderlin y Nietzsche.
Alfred Baeumler, Nietzsche, el filósofo y el político
Jean Améry fue un poeta vienés nacido en 1912; su
verdadero nombre era Hans Maier. Tenía ascendencia judía, pero nunca practicó
ni la cultura ni la religión judía. En 1935, cuando se promulgaron las leyes de
Núremberg, Améry tomó conciencia por primera vez de su condición de judío.
Entre 1938 y 1939 inició una travesía por Europa para evitar ser capturado por
el régimen nazi; después de un tiempo se unió a un grupo de resistencia. Debido
a su participación en este grupo, fue torturado durante tres meses por soldados
de la Gestapo. Este es su testimonio de una de aquellas sesiones de tortura, un
relato tan puntilloso y crudo como pocos he leído:
Del
techo abovedado del búnker colgaba una cadena que corría en una polea,
de cuya extremidad pendía un pesado gancho de hierro balanceante. Se me condujo
hasta el aparato. El gancho estaba sujeto a la cadena, que esposaba mis manos
tras mis espaldas. Entonces se elevó la cadena junto con mi cuerpo hasta quedar
suspendido aproximadamente a un metro de altura del suelo. En semejante
posición, o más bien suspensión, con las manos esposadas tras las espaldas y
con la única ayuda de la fuerza muscular, sólo es posible mantenerse durante un
periodo muy breve en posición semi-inclinada. Durante esos minutos, cuando ya
se han consumido las únicas fuerzas sobrantes, el sudor nos cubre la frente y
los labios y comenzamos a resoplar, no se podrá responder a ninguna pregunta.
¿Cómplices? ¿Direcciones? ¿Lugares de encuentro? Estas palabras apenas son
audibles. La vida recogida en un único, limitado sector del cuerpo, es decir,
en las articulaciones del húmero, no reacciona, pues se encuentra agotada
completamente por el esfuerzo físico. [Cuando me rendí al dolor] oí entonces un
crujido y una fractura en mis espaldas que mi cuerpo no ha olvidado hasta hoy.
Las cabezas de las articulaciones saltaron de sus cavidades. El mismo peso
corporal provocó una luxación, caí al vacío me encontré colgado de los brazos
dislocados, levantados bruscamente por detrás y desde ese momento cerrados
sobre la cabeza en posición torcida. Tortura, del latín torquere, luxar,
contorcer, dislocar: ¡Toda una lección práctica de etimología! Además sobre mi
cuerpo crujían los golpes con el vergajo, y algunos de ellos desgarraron los
pantalones ligeros de verano que vestía ese 23 de julio de 1943.
Sería del todo irrazonable querer describir
en este punto los dolores que me infligieron. […] El dolor era el que era (Más allá de la culpa y la expiación, pp.
96-7).
Para Améry, la tortura de la que fue
víctima constituyó el episodio más traumático de su vida. Después fue enviado a
Auschwitz el 15 de enero de 1944, donde realizó trabajos forzados hasta su
liberación, el 15 de abril de 1945.
¿Habría sido a Nietzsche capaz de
ejecutar esta tortura, habría tenido la “entereza” de levantar esa cadena? No
lo sabemos. Posiblemente no; era un hombre demasiado delicado. Pero la pregunta
que interesa no es esta sino la siguiente: ¿Estaba ese soldado nazi afectado,
directa o indirectamente, por la vía libre que ofrecía Nietzsche a las
conciencias para efectuar este tipo de tareas? Tampoco lo sabemos; pero podemos
conjeturar, por la permeabilidad que el mensaje nietzscheano había logrado
entre la juventud alemana[1], que muy probablemente,
cuando levantaba la cadena, pensaba en Nietzsche toda vez que algún impulso
compasivo le sugería terminar con el calvario.
Las palabras pueden matar, las palabras
pueden lastimar. En el caso de Nietzsche lo han hecho, y lo seguirán haciendo
hasta tanto los alumnos de filosofía comprendan que lo que sus maestros les
inculcan acerca de este “filósofo” son simples desvaríos de quienes no están a
la altura de su misión educativa.
[1] “Yo, personalmente, no puedo leer a Nietzsche sin recordar el nazismo.
Tenía 14 años cuando cayó este régimen. Era suficiente para recordar las frases
con las cuales nos trataron como niños. Me suben del inconsciente cuando leo
estos textos. Me revientan desde adentro. Por todos lados andaban las citas de
Nietzsche sin que haya aparecido explícitamente la fuente. Solamente con la
lectura de Nietzsche me di cuenta” (Franz Hinkelammert, Solidaridad o
suicidio colectivo, “Niestzche: el tremendum del fascinosum”).
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