La Comisión de depuración
que habría de destituir a Heidegger, en 1945, de sus funciones como profesor
universitario, comenzó creyendo que el acusado no era, como lo habían
catalogado las tropas francesas de ocupación, un “nazi típico”, sino una
víctima poco menos que inocente de unos deplorables mecanismos burocráticos que
lo obligaron a militar en aquella agrupación. El primer informe redactado por
este Comité rezaba lo siguiente:
El filósofo y
catedrático Martin Heidegger vivía antes de los profundos cambios de 1933 en un
mundo espiritual completamente apolítico, aunque mantenía amistosos contactos
(también a través de sus hijos) con el movimiento de juventud de la época y con
ciertos portavoces literarios de la juventud alemana, como Ernst Jünger, que
anunciaban el final de la era capitalista-burguesa y el advenimiento de un
nuevo socialismo alemán. El filósofo esperaba de la revolución
nacionalsocialista una renovación espiritual de la vida alemana sobre una base
popular y al mismo tiempo, como muchos otros intelectuales alemanes, una
conciliación de los antagonismos sociales y la redención de la cultura
occidental frente al peligro del comunismo. No tenía una representación muy
clara de los sucesos políticos del ámbito parlamentario que precedieron a la
subida al poder del nacionalsocialismo, pero creía en la misión histórica de
Hitler consistente en llevar a cabo ese giro histórico que el mismo intuía
(citado por Hugo Ott en Martin
Heidegger: en camino hacia su biografía, p. 149).
Esta imagen de una persona
políticamente ingenua, un antidemócrata inofensivo que solo vive en la esfera
intelectual y simpatiza, de un modo aséptico, con las cabezas pensantes de la
revolución conservadora, que no sabía lo que hacía, que se dejó envolver sin
querer en las peores maquinaciones, fue propiciada por él mismo, en la
esperanza de que no lo importunaran y le permitieran continuar ejerciendo la
docencia. Oehlkers, uno de los más influyentes titulares de la Comisión de
depuración, entendía que Heidegger había sido una víctima del sistema… y de su
esposa:
Oehlkers describe [...] a un Heidegger que se
encuentra comprometido oscuramente por el activismo nazi de la señora
Heidegger; según él, la señora Heidegger casi llegó a hacerse odiosa en su
región (Friburgo-Zähringen) y en el otoño de 1944 “maltrató brutalmente a las
mujeres de Zähringen cuando hubo que cavar las trincheras” y no dudo en “enviar
a cavar a las enfermas y embarazadas” (Ott, op. cit., p. 150).
Parece que Heidegger se había casado con una especie
de sargento inescrupuloso, lo que fue utilizado en su defensa: casi que se
había vuelto nazi por imposición de su pareja[1].
Tuvo que venir su examigo Karl Jaspers a modificar este punto de vista y trazar
un cuadro mucho más verídico, lo que torció el rumbo de la investigación y
comprometió definitivamente la posición de Heidegger. La realidad, lo no
contado a la Comisión, ni por por Heidegger ni por su esposa, era que el
exrector de la Universidad de Friburgo
anudó voluntariamente contactos con círculos
estudiantiles, para ser más exactos con los cuadros nazis de los grupos
estudiantiles de Friburgo y Berlín; en otras palabras, Martín Heidegger estaba
al corriente de lo que se le venía encima cuando la gran marea de negras aguas
anegó Alemania. En realidad, esta convulsión era imprescindible en el marco de
su pensamiento de la historicidad. Pues bien, esto fue precisamente lo que más
enérgicamente negó Heidegger desde sus primeras declaraciones ante el comité de
depuración en julio de 1945 (op. cit., p. 150).
Heidegger mintió sobre su pasado nazi para
salvar su pellejo, su casa y su biblioteca. ¿Se habrá sentido mal por ocultar
sucesos que lo enorgullecían? No lo creo: para un “filósofo” que considera a la
ética como una disciplina carente de interés, que está más allá del bien y del
mal y que relativiza todos los valores, la mentira no tiene por qué ser
considerada innoble.
[1] “Los apólogos de Heidegger (incluida Hanna
Arendt) se esforzaron por presentarlo como víctima de la siniestra obsesión de
Elfride, y acusaron a esta de ser la fuerza oscura que lo urgió a unirse a los
nazis, la responsable de que arruinara su vida y la causa de todas sus
desgracias («su estrechez de miras y su estupidez —dijo Arendt
refiriéndose a Elfride— apestan a asqueroso resentimiento y permiten entender
todo lo malo que le ocurre a él»). Fue
una manera fácil de absolver a Heidegger de toda responsabilidad por sus decisiones,
pero eso no se correspondía con la verdad. Fuera lo que fuese, Heidegger no fue
nunca un instrumento en las manos de su esposa ni de nadie" (Elzbieta Ettinger, Hanna Arendt y Martin Heidegger, pp. 85, 86 y 117).
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