Estos dos hombres, Hitler y Mussolini, que
han, cada uno en maneras esencialmente diferentes, introducido un
contramovimiento al nihilismo, han aprendido ambos de Nietzsche.
Martin Heidegger, “Conferencias sobre Schelling”
(1936), citado por Otto Pöggeler en “Den Führer führen?”
De todos los acólitos que ha tenido Nietzsche, el
más famoso y prestigioso, sin duda ninguna, ha sido Martin Heidegger. Pero
además de ser el más famoso y prestigioso — prácticamente todas las listas de
los pensadores más importantes del siglo XX comienzan con su nombre[1]—, ha
sido también el que mejor lo ha interpretado. En efecto, de entre todos los
pensadores de renombre que quedaron deslumbrados e hipnotizados por la prosa de
Nietzsche, solo Heidegger entendió su mensaje (también Baeumler, pero este ya
no es un pensador de renombre), el mensaje profundo y certero de su voluntad de
poder, y no intentó desviarlo y descafeinarlo tal como lo hicieron los
franceses. Tan bien entendió Heidegger a Nietzsche, tan consecuente fue con su
idea madre, que no le quedó más remedio que afiliarse al partido
nacionalsocialista y militar, primero como rector de la Universidad de
Friburgo, luego como simple profesor, en favor de aquel movimiento[2]. La filosofía
de Heidegger es (entre otras cosas) un espejo deformado de la filosofía de
Nietzsche[3]. Digo deformado por el estilo literario que adoptó Heidegger
para exponerla, todo lo contrario del estilo nietzscheano, transparente a más
no poder y estéticamente brillante. La jerga de Heidegger confunde, y él mismo
se encargó de aclarar que su filosofía era, como todo poema, intraducible, de
modo que quien no supiese hablar alemán jamás podría comprenderla. Según él, se
puede escribir sobre filosofía en cualquier idioma, pero “pensar”, solo se
puede pensar en alemán y en griego. Pero me estoy desviando; decía que a
Heidegger jamás se le pasó por la cabeza disfrazar a Nietzsche y edulcorarlo
para que los buenos burgueses no se asustasen de las consecuencias que
implicaría poner en práctica sus doctrinas. Él también entendió con Nietzsche
que la voluntad de poder es voluntad de dominio (en su última etapa la
emparentará con el dominio técnico), que el hombre libre es un guerrero que
debe apoderarse de lo que considera sus tierras a como dé lugar, pisoteando las
cabezas de los débiles y de los cobardes (en el caso de Heidegger, de los
judíos) sin prestar oídos a los llamados de la ética o a los decadentes
sentimentalismos. Y tuvo la suerte que no tuvo Nietzsche: se encontró, cuando
abandonó sus pretensiones sacerdotales y se decidió a filosofar de manera
laica, con un movimiento político en auge que se acomodaba casi perfectamente a
sus ideas ontológicas fundamentales. Nietzsche, en su delirio final, quiso
crear por propia cuenta este movimiento político y liderarlo espiritualmente;
Heidegger nació a la filosofía con este movimiento ya creado y con un líder
político bien definido, motivo por el cual se le presentó una única
preocupación: ganarse la confianza del Führer
para que este lo aureolara como el principal filósofo del Tercer Reich. Fracasó
en su intento, porque el nacionalsocialismo eligió, en su evolución, un camino
distinto al que Heidegger le proponía, pero esta discrepancia en los modos no
lo apartó del movimiento en su conjunto y de la idea de que Hitler era el
esperado mesías que barrería de un plumazo tanto al comunismo como al
capitalismo tecnocráticos que tenían a la Europa espiritual atenazada por los
costados[4]. Le fue fiel al nazismo hasta su misma muerte --y no me
refiero a la muerte del nazismo--.
Y así como sucede con Nietzsche, que sus
discípulos le perdonan todo, o intentan esconder lo que no le perdonan, los
discípulos de Heidegger que no simpatizan con los movimientos fascistas tienden
a decir que Heidegger cometió un “error” al afiliarse al NSDAP y aceptar el
rectorado de la Universidad de Friburgo en 1933, pero que el error fue
subsanado al año siguiente al renunciar a dicho rectorado, renegando, con este
acto, de la ideología nazi. (Sin embargo, continuó pagando religiosamente su
cuota de afiliación hasta el fin de la guerra.) Eso es lo que piensan, o lo que dicen que piensan, los que
todavía lo defienden como persona; también están aquellos heideggerianos que
afirman que no interesa si Heidegger fue nazi toda su vida o si renegó del
nazismo, que lo que importa es su filosofía y no su comportamiento. Según estos
últimos, la filosofía de Heidegger es independiente de su pensamiento político
y de su militancia, de manera que es posible aborrecer a Heidegger como persona
y declarar genial su pensamiento. Sobre estos últimos comentadores no puedo caer
con rigurosidad, siendo como soy un pensador que por lo general no se atiene a
sus propios presupuestos; pero si se lograse probar que la propia filosofía de
Heidegger está imbricada de tal modo con el nazismo que no es posible, desde
sus propias concepciones metafísicas, separarla de él, entonces el propio
comportamiento de Heidegger quedaría de lado y se desplomaría su filosofía, tal
como se desplomaría la filosofía de Nietzsche si es que alguna vez se acierta a
demostrar que preanuncia o anticipa al nazismo, por más que Nietzsche no haya
militado en ningún partido político y su conducta civil haya sido, por lo que
sabemos, irreprochable. Que Heidegger haya sido nazi no es lo interesante: lo
interesante es que este dato les ha servido a muchos investigadores para
comenzar a sospechar una “contaminación” totalitaria en la estructura interna y
principal de su filosofía.
Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial,
Martin Heidegger fue destituido de su cátedra y se le prohibió enseñar y
participar de cualquier actividad universitaria[5].
En 1951 esta prohibición se revocó, pero mientras tanto sus libros continuaron
circulando, ya que su jerga enmarañada —tal vez por propia virtud de ese
enmarañamiento— no fue relacionada, por ninguno de los encargados del revisionismo
de su legado, con las atrocidades cometidas por el nazismo. Pero sucedió que en
1953 tuvo Heidegger la osadía de publicar su curso de Introducción a la metafísica, dictado en 1935, sin revisarlo y sin
comentarlo, y el libro que lo contenía cayó en manos de Karl Otto Apel, quien
se lo mostró a su gran amigo y compañero de estudios, Jürgen Habermas,
recomendándole que prestase atención a ciertos pasajes. Habermas, que hasta
entonces había tenido a Heidegger como su “maestro determinante”, sintió que el
piso se le movía:
Estaba yo por entonces tan seducido por Ser y Tiempo que la lectura de ese curso
impregnado de fascismo hasta en sus detalles estilísticos constituyó para mí un
shock. [...] Lo que más me chocó fue
la circunstancia de que en 1953 Heidegger publicara un curso de 1935 sin añadir
comentario alguno y sin introducir (así lo suponía yo) ningún cambio. Tampoco
el prólogo contenía ninguna palabra sobre lo que mientras tanto había pasado (Identidades nacionales y postnacionales,
p. 51).
Era Habermas, ya en aquel entonces, un pensador
“de izquierdas”, pero suponía que sus dos grandes pasiones, la política y la
filosofía, permanecerían por siempre separadas… hasta que recibió aquella Introducción a la metafísica y le echó
un vistazo.
Yo había leído Ser y tiempo con los ojos de Kierkegaard. La ontología fundamental
contenía una ética que, como me parecía, apelaba a la conciencia individual, a
la veracidad existencial del individuo. Ahora publicaba este mismo Heidegger
las lecciones no revisadas y no comentadas pronunciadas en el año 1935. El
vocabulario de estas lecciones reflejaba la fetichización del espíritu popular
[...] y el colectivismo del festivo decir «nosotros». De manera inopinada la
existencia del pueblo (Dasein des Volkes)
ocupaba el lugar de la existencia (Dasein)
individual (Entre naturalismo y religión,
p. 27).
Lo que más le molestaba de aquel escrito de
Heidegger
eran
sobre todo cuatro cosas: la fatal conexión del llamamiento heroico a la
«violencia creadora» con un culto del sacrificio: el «sí más profundo y amplio
a la aniquilación». Acto seguido me irritaban los prejuicios platónicos del
mandarín alemán, que devaluaba la «inteligencia» frente al «espíritu», el
análisis frente al pensar auténtico y que quería reservar la verdad esotérica
«a los pocos». Me molestaban también los afectos anticristianos y
antioccidentales que se dirigían contra el universalismo igualitarista de la
Ilustración. Pero para mí el verdadero escándalo lo provocaba la negación de la
responsabilidad político-moral del filósofo nacionalsocialista por las
consecuencias de una criminalidad de masas sobre la que por entonces, ocho años
después del final de la guerra, apenas aún nadie hablaba. En la controversia
seguida se perdió completamente de vista la interpretación con la que Heidegger
estilizaba el fascismo como un «destino del Ser» eximente en lo personal. Como
es conocido, él despachó su grave error político como mero reflejo de un
«desvarío» no imputable personalmente (op. cit, p. 27).
En
los años siguientes —continúa Habermas—
identifiqué
claramente el afecto que unía a espíritus como Heidegger, Carl Schmitt, Ernst
Jünger o Arnold Gehlen. En todos ellos se asociaba el desprecio por las masas y
por lo mediocre con la celebración del individuo
arrogante, de lo escogido y de lo extraordinario, por un lado, y con el rechazo
de las habladurías, la esfera pública y de lo impropio, por otro. El silencio
era ponderado frente al diálogo; la regularidad del mandato y la obediencia,
frente a la igualdad y la autodeterminación. De este modo se definía el
pensamiento neoconservador mediante la oposición rotunda de aquel impulso
democrático básico que nos estimulaba desde 1945.
El
libro de Heidegger motivó el primer escrito público de Habermas, un pequeño
artículo que fue publicado en un periódico de Fráncfort en julio de 1953. En él
despacha su amargura por haber descubierto la cara demoniaca del admirado
maestro:
Lo
genial se mueve siempre entre dos luces, y tal vez tenga razón Hegel cuando
dice que a los individuos de importancia histórica universal no se los puede
medir con criterios morales. Pero cuando esa ambigüedad del genio proporciona e
incluso nutre una interpretación de lo genial que tiene como consecuencia la
destrucción política, también entra en su derecho la crítica en su papel de
vigilante público (Jürgen Habermas, “Pensar con Heidegger contra Heidegger”,
artículo incluido en Perfiles
filosófico-políticos, cap. 2).
Acto
seguido califica a Ser y tiempo como
el acontecimiento filosóficamente más importante desde la Fenomenología Hegel, y justamente por eso no comprende
cómo
un pensador de este rango pudo caer en tan manifiesto primitivismo como es el
que revela, cuando se lo mira sin prejuicios, el compulsivo nerviosismo de esa
llamada a la autoafirmación de la Universidad alemana.
Suponía
Habermas que la ontología de Heidegger no se mezclaba con los entes, con las
cosas mundanas, pero no resultó así:
Heidegger
pone [...] expresamente a la pregunta de todas las preguntas, es decir, la
pregunta por el Ser, en conexión con el movimiento histórico de aquellos días.
[...] Entendamos bien: en la situación política de 1935, en la que se perfila
el doble frente de Alemania contra el Este contra el Oeste, Heidegger ve el
reflejo de un momento en la historia del Ser, que se ha venido gestando durante
dos milenios y que confía al pueblo alemán una misión histórica universal.
Y en
esta historia “metafísica” del Ser, lo que predomina, tal como predominaba en
Nietzsche, es la aristocracia de los fuertes:
Es
la fuerza la que eleva al individuo aristocrático sobre la vulgaridad de los
muchos. El individuo superior elige la gloria, queda ennoblecido por el rango y
por la dominación que pertenecen al Ser mismo, mientras que los muchos, que
según un fragmento de Heráclito, al que se cita con aplauso, andan ahítos como
el ganado, esos muchos son los perros y los asnos. Lo superior es lo fuerte,
por eso el Ser se sustrae a todo aquel que está atento al compromiso, a la
distensión, a la igualación: “La verdad no es para todo el mundo, sino
solamente para los fuertes”. [...] Es el pusilánime el que pone sus miras en el
acuerdo, en el compromiso, en la asistencia mutua, y por tanto, solo puede
percibir la violencia como una perturbación de su vida. Por eso el violento no
conoce la bondad y la indulgencia (en el sentido usual) y no se deja ni
apaciguar ni sosegar por el éxito o el prestigio. [...] El violento es el
individuo superior, el solitario inquietante, y finalmente el sin salida, que
considera la no existencia como la victoria suprema sobre el Ser, que encuentra
la plenitud de su existencia en la tragedia.
El
papel que quiere protagonizar Heidegger, a través de estas lecciones (que
fueron impartidas, recuérdese, en 1935), es el de Juan el Bautista:
No
es difícil darse cuenta de que Heidegger, a partir de las vivencias de [...]
Nietzsche, [...] pone en liza al fuerte y al elegido contra el burgués; al
pensamiento originario contra el common
sense y el arrojo hasta la muerte que lo extraordinario puede exigir,
contra lo habitual y carente de riesgo, ensalzando lo uno y condenando lo otro.
Y ni que decir tiene que un hombre así, en las condiciones del siglo XX, tenía
que hacer el efecto de un animador ideológico, y en las exaltadas condiciones
de 1935, tenía que aparecer como un profeta.
Extraño Juan Bautista es este, pero más extraño
será el mesías que viene anunciando.
Tan ligada está la ontología de Heidegger con los
burdos acontecimientos de este mundo que la modifica de acuerdo con los vientos
que soplan:
Hoy se nos habla de custodia, de pensante
rememoración, de vigilancia, de gracia, de amor, y de escucha, donde en 1935 se
nos exigía violencia, mientras que ocho años antes [en Ser y tiempo] Heidegger alababa la decisión cuasirreligiosa por la
existencia privada, replegada sobre sí misma, con autonomía finita en medio de
la nada en un mundo sin dioses. El llamamiento ha cambiado de coloración por lo
menos dos veces de acuerdo con la situación política. [...] El curso de 1935
desenmascara sin piedad la coloración fascista de aquella época. Pero esa
coloración no solamente se debe a motivos externos, sino que resulta también
del contexto de la cosa misma.
Cuidado con esto último, porque aquí ya se está
sospechando que en la totalidad de la filosofía de Heidegger el fascismo juega
un rol fundamental, que es inherente a ella. Sería entonces una filosofía mucho
más lógica… y mucho más terrible.
A continuación, Habermas le echa en cara a
Heidegger el hecho de ocultar la raíz religiosa de su doctrina:
… No parece dispuesto a admitir ya su procedencia
teológica, a admitir que la existencia histórica de que habla Ser y tiempo circunscribe un ámbito de
experiencias específicamente cristianas que a través de Kierkegaard se remontan
a San Agustín.
Por último, finaliza su artículo Habermas
reconociendo que ya Heidegger no es su amigo intelectual, sino su enemigo
político:
¿No es la principal tarea de los que se dedican
al oficio del pensamiento la de arrojar luz sobre los crímenes que se
cometieron en el pasado y mantener despierta la conciencia de ellos? En lugar
de eso, la gran masa de la población, con los responsables de entonces y de
ahora a la cabeza, solo quieren oír hablar de rehabilitación; en lugar de eso,
Heidegger publica sus palabras sobre la grandeza e íntima verdad del nacionalsocialismo,
unas palabras que han cumplido los dieciocho años, pero que están ya demasiado
decrépitas y que seguro que no serán las de aquellos cuyo juicio aún nos
aguarda. Parece que ha llegado el momento de pensar con Heidegger contra
Heidegger.
Las palabras de Habermas, pese a ser un David que
luchaba contra un Goliat, causaron revuelo en Alemania, por lo que el propio
Heidegger se vio en la necesidad de responderle con una carta al director del
periódico Die Zeit
publicada el 24 de setiembre de 1953:
Hubiera sido muy
fácil borrar para la imprenta esa frase que usted saca ["la íntima verdad y
grandeza del movimiento"] junto con
todas las demás
que cita. Pero no lo he hecho, ni tampoco lo haré en el futuro. Pues, por un
lado, esas frases pertenecen históricamente al curso y, por otro, estoy convencido de que el curso puede soportar
muy
bien la mencionada
frase cuando se trate de un lector que haya aprendido la artesanía del pensamiento
(Martin Heidegger, citado por Habermas en Identidades
nacionales y postnacionales, p. 54).
La artesanía del pensamiento. Más bien diría yo el retorcimiento
del pensamiento. Pues eso es lo que hacen los heideggerianos con el pensamiento
de Heidegger: lo retuercen tanto como pueden, lo descoyuntan al máximo y
después lo reagrupan, pero a su manera, para borrar con esta maniobra lo que
Heidegger realmente pensaba y no quieren que se sepa. Trabajo digno del más
delicado artista, que con el dúctil material que la estrafalaria prosa de
Heidegger proporciona dibuja cualquier cosa, moldea cualquier vasija, total
mucho nunca se entiende, que para entender están los pocos, ellos; y que los
muchos —la canalla, los pensadores racionalistas, los tecnófilos, los que oyen
pero no escuchan— se queden por siempre sin comprender y malinterpreten la obra
genial como un simple llamado al exterminio. El Heidegger esotérico nos estará
por siempre vedado a nosotros los ilustrados, a los que inteligimos pero no
“pensamos”, porque no somos artesanos del pensamiento…
Pero el universo filosófico, poco a poco, ya se va dando cuenta de
que el rey de la fábula va desnudo.
[1] Solo las listas—aclarémoslo— redactadas por publicaciones filosóficas
o por universidades latinas. Es
curioso que los latinos, y solo los latinos, tengan a Heidegger como el rey de
la filosofía, siendo que el propio Heidegger se encargó de desprestigiar una y
otra vez a las lenguas latinas (y al latín propiamente) aduciendo que es
imposible "pensar" valiéndose de los idiomas derivados de esa raíz.
[2] “Fue Heidegger quien sostuvo, en su curso
sobre Schelling de 1936, que el nazismo era el intento más radical de superar
el nihilismo siguiendo el ejemplo de Nietzsche” (Donatella di Cesare, Heidegger y los judíos, p. 85). Sin
embargo, el propio Heidegger desmiente esta apreciación: "En verdad no se
debe asociar a Nietzsche con el nacionalsocialismo; eso lo impide —aparte de lo
fundamental— la posición de Nietzsche contra el antisemitismo y su actitud
positiva con respecto a Rusia" (Gesamtausgabe (GA)
16, p. 402, citado por Luis Santiesteban en "Heidegger y Vattimo:
intérpretes de Nietzsche", en línea). Es importante recalcar que este
comentario de Heidegger figura en una carta suya del 4 de noviembre de 1945. Si
quería continuar reivindicando a Nietzsche, forzosamente tenía Heidegger que
separarlo del nazismo para evitar la sospecha de que aún seguía comulgando
ideológicamente con ese movimiento.
[3] (Nota añadida el 2/6/20.) No
voy a negar que, como dicen Sergio Véliz y Antonio Micó, "el maridaje de
Heidegger con Nietzsche hacia aguas por demasiados puntos"
("Nietzsche desenmascara a Heidegger", en línea) y que la opinión que
tenía Heidegger de Nietzsche había variado constantemente con el correr de los
años; pero así todo creo entrever que las dos cuestiones fundamentales de la
filosofía nietzscheana, la relatividad de los valores y la voluntad de poder
utilizada como pretexto para el sojuzgamiento de los que no pertenecen a mi
grupo, las asimila Heidegger con bastante apetito y las metaboliza tal cual
son, sin criticarlas demasiado y erigiéndolas, siempre que las circunstancias
políticas se lo permitieron, en consignas propias.
[5] Se
formó una Comisión de depuración para evaluar el grado de colaboración que
había tenido cada uno de los profesores de la Universidad de Friburgo con el
régimen nazi. Esta comisión, siguiendo las recomendaciones de Karl Jaspers,
aconsejó que se lo apartara de la enseñanza durante varios años. "Cuando
terminó la guerra —comenta Luis Tamayo— comenzó la revancha de los sometidos.
La comunidad de Friburgo no reconocía en Heidegger sino al rector pronazi de
1933 y, por tal razón, se le requisó su casa de Friburgo (9 de julio de 1945).
Cuando se intentó hacer lo mismo con su biblioteca, Heidegger estalló y exigió
al alcalde, el 16 de julio de 1945, un juicio justo. A consecuencia de tal petición, Heidegger se presentó, a partir del 23
de julio de 1945, ante una Comisión de depuración (responsable de enjuiciar a
los criminales nazis). [...] En su dictamen, Jaspers no solo dijo todo lo que
sabía sino que afirmó, incluso, lo que apenas presumía. Sostuvo, basándose en
documentos poco fiables, que Heidegger, cuando era rector, había utilizado su
posición para dañar a miembros de su comunidad académica (E. Baumgarten y H.
Staudinger) […]. El fallo no se dejó esperar: el Senado universitario dio el
veredicto que luego el gobierno de ocupación francés recrudecería: Heidegger ya
no poseía el derecho de enseñar en las Universidades alemanas, asimismo se le
redujo la pensión (desde 1946) y luego se le anuló (a partir de 1947), aunque
en el mismo mayo de 1947 se le renovó. Parecía que Heidegger había mentido por
omisión a la Comisión de depuración, y el peritaje de Jaspers lo obligó a
sostener la verdad" ("El colapso de Heidegger, 1945-1946", en
línea). La intervención de Jaspers en el entuerto la había
propuesto el propio Heidegger suponiendo que su testimonio le sería favorable.
He aquí sus palabras textuales: “Heidegger es una potencia significante, no a través del contenido de su
visión filosófica del mundo, sino por la manipulación de herramientas
especulativas. Posee una aptitud
filosófica
cuyas percepciones son interesantes; aunque en mi opinión, es
extraordi- nariamente acrítico y se mantiene en eliminar la ciencia verdadera [der eigentlichen Wissen- schaftfern steht]. A menudo procede
como si combinara la seriedad
del nihilismo con la mistagógica de un mago. En la
corriente de su lenguaje es en ocasiones capaz, de una manera clandestina
y notable, de atacar el núcleo del pensamiento filosófico. En este respecto es,
hasta donde yo veo, quizá único entre los filósofos contemporáneos
alemanes. Es absolutamente necesario que aquellos que ayudaron a colocar
al nacionalsocialismo en su trono deban ser llamados a rendir cuentas.
Heidegger se encuentra entre los pocos profesores en haber hecho eso
[...]. En nuestra situación [después de la guerra], la educación de la
juventud debe ser manejada con inmensa responsabilidad […]. El modo de pensar
de Heidegger que en esencia me parece ser sin libertad, dictatorial,
e incapaz de comunicación [communikationslos],
sería actualmente desastroso por sus efectos
pedagógicos [...]. Ciertamente que Heidegger no vio todo el verdadero poder y
los objetivos de los líderes nacionalsocialistas [...]. Pero su manera de
hablar y sus acciones tienen cierta afinidad con características
nacionalsocialistas, lo cual hace su error comprensible” (Karl Jaspers,
citado por Hugo Ott en Martín Heidegger:
en camino hacia su biografía, pp. 316-7).
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