Hitler
apeló a lo inconsciente que había en su público, al insinuar que era capaz de
forjar un poder en cuyo nombre cesaría la opresión que pesaba sobre la
naturaleza oprimida. La persuasión racional jamás puede ser tan eficaz, puesto
que no se adecua a los impulsos primitivos reprimidos de un pueblo
superficialmente civilizado.
Max Horkheimer, Crítica
de la razón instrumental [p. 129]
El Marqués de Sade hizo escuela y Nietzsche
fue su mejor alumno:
La
sympathia malevolens [simpatía malévola] es una propiedad normal del
hombre: ¡y, por tanto, algo a lo que la conciencia dice sí de todo corazón!
[...] Yo he apuntado, con dedo cauteloso, hacia la espiritualización y
«divinización» siempre crecientes de la crueldad, que atraviesan la historia
entera de la cultura superior (y tomadas en un importante sentido incluso la
constituyen). [...] Ver-sufrir produce bienestar; hacer-sufrir, más bienestar
todavía. Esta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano
—demasiado humano—, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se
cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida
al hombre y, por así decirlo, lo «preludian». Sin crueldad no hay fiesta: así
lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre (La genealogía de la moral, II, 6).
Jean
Améry, un sobreviviente de los campos de exterminio nazis que fue prolijamente
torturado en esas bacanales de la crueldad que presagiaba y aguardaba Nietzsche
con entusiasmo, con erótico frenesí, le responde a este incitador de infiernos,
para que quede claro que la “fiesta” no era completa:
Así
habló quien soñaba con la síntesis del bárbaro y del superhombre. Deben darle
replica aquellos que fueron testigos de la fusión del monstruo y del subhombre;
estaban presentes en forma de víctimas, cuando una cierta humanidad realizó la
crueldad en la alegría festiva, como Nietzsche mismo había expresado (Más allá de la culpa y la expiación, p.
147).
Solo puede ser nietzscheano quien no ha
leído a Nietzsche o quien comparta con Nietzsche y con el verdugo ese placer
que experimenta la gente deforme al torturar a un semejante. No hay manera de
racionalizar esto, no hay manera. Hay que estar demente para aprobar la
tortura, para hacerle propaganda, y hay que ser un pensador muy mediocre para
admirar la filosofía de alguien que reivindica estos procedimientos.
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