Todo cuanto pienso,
todo cuanto soy,
es un desierto inmenso
donde ni yo estoy.
Fernando Pessoa, poema
sin título, 18/3/1935
Teniendo
la casi seguridad de ser un escritor genial, y la seguridad plena de ser un
hombre desdichado, lanza Pessoa el siguiente comentario: “Cuanto más noble el
genio, menos noble el destino. Un genio pequeño consigue la fama, un gran genio
consigue mala reputación, un genio mayor consigue la desesperación” (EBI, §
25). ¿Es esto siempre así? No me parece. Genios de las letras y las artes hubo
que han sido profundamente infelices, pero otros tantos la pasaron bastante
bien, y no por eso ha mermado su genialidad. No existe una relación directa
entre la genialidad artística o intelectual y la desdicha. Si somos desdichados
(¡Oh, mi
espanto de ser, nada podrá vencerte! / ¡La vida y la muerte son un solo y mismo
mal!, AP 2577), si somos
desdichados busquemos la razón en otro lado y no en nuestra supuesta
genialidad. El verdadero santo vive bien, no vive todo el tiempo mortificado, y
creo que al verdadero genio le tiene que suceder, en la generalidad de los
casos, algo parecido[1].
[1] Tal vez Pessoa, habiendo sido un genio de las
letras, haya caído en esta generalidad y no haya sido todo lo infeliz que
suponemos que fue. Así lo pinta su primo, Eduardo Freitas da Costa: “El poeta
deseó toda la vida (y felizmente consiguió) trabajar sin horarios, comer y
cenar donde y cuando le apeteciese, conversar todo el día en la mesa del café y
escribir intensamente durante la noche entera” (citado en CT, p. 88). Según Freitas da Costa, Pessoa tenía sueños muy
modestos y todos los cumplió: su modestia en el deseo habría sido la clave de
su felicidad.
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