Los vacunófilos aducen
que la efectividad de las vacunas es incontestable, que los hechos hablan por
sí mismos. Por ejemplo, antes de la aparición de la vacuna contra la viruela
morían por esta causa cerca de cuatrocientos mil europeos al año. Cuando la
vacuna antivariólica se masificó, la mortalidad se redujo bruscamente. Doy por
buenos estos datos, aunque tengo mis dudas, pero supongamos que fue así, que la
vacuna antivariólica redujo las muertes sensiblemente[1].
¿Qué prueba esto? Prueba, nada más y nada menos, que la vacunación tiende a
mejorar, en un sentido estadístico, la expectativa de vida de una determinada
población que se ha sometido a ella. Antes de la vacuna se moría muchísima
gente de viruela, la vacuna aminoró la cifra. ¿Debo conceder más? Concedo: Tomando dos grupos sociales de
similar nivel cultural, sanitario, económico, dietético, etc., y sea que en uno
de ellos la gente se ha vacunado en masa contra diferentes enfermedades y en el
otro no, el grupo de los amantes de la vacuna, con buenas probabilidades,
tendrá, en términos estadísticos, una mayor expectativa de vida que el grupo de
los invacunados. He concedido ya demasiado y no me retracto de lo que concedí;
pero ¿se deduce de esto que la vacunación sea un procedimiento éticamente
deseable? En absoluto. Porque la ética, si es ética y no moral de transeúntes,
no se fija en el bienestar de un determinado grupo en un determinado tiempo
sino en el bienestar de la biomasa toda proyectado en la eternidad, y ahí es
donde la santa sotana que se supone viste la jeringa comienza a deshilacharse,
porque la sobretensión a la que se ve sometido nuestro sistema inmunológico
debido a las modernas vacunas y a la farmacología en general, redundará, si
seguimos con este paradigma sanitario, en un aumento exponencial de las
enfermedades autoinmunes, que vienen haciendo estragos desde la década del 70 y
seguirán recrudeciendo. Y así perecerá la especie humana, víctima de su propio
temor a enfermarse.
[1] Existen, sin embargo, investigadores que lo niegan. Fernand Delarue, en Salud e infección: Auge y decadencia de las vacunas, sostiene que
el decrecimiento de la viruela en Europa no se debió a la implementación de la
vacuna sino a otros factores. Estadísticas, criterios diagnósticos, protocolos
y datos epidemiológicos habrían sido modificados, según este autor, para
ocultar el fracaso de las vacunas y conseguir su aceptación. Dos ejemplos
extraídos de este libro: Valoración,
según el Congreso de Colonia celebrado en 1881, de la campaña de vacunación
obligatoria de la viruela llevada a cabo entre 1819 y 1873 en Londres: los
cinco primeros años se vacunó a un 10% de la población y la mortalidad fue de
292 personas; en los años en que la vacunación ascendió hasta el 95% (de 1869 a
1873) murieron 679 personas. —Leicester:
a finales del siglo XIX, el 95% de los bebés habían sido vacunados contra la
viruela; en 1871 se produjo una epidemia y la enorme candad de enfermos y fallecidos
dejó en evidencia la inutilidad de la vacuna; cuando las autoridades
abandonaron la vacunación y tomaron medidas higiénicas, la viruela desapareció
más rápidamente que en ninguna otra ciudad industrial vacunada.
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