La
verdad no se diluye en su solvente natural —el pueblo— de una manera
instantánea, como una cucharada de sal en un vaso de agua. Su disolución
requiere tiempo, pero estos tiempos se acortan sensiblemente si se publicita
dicha verdad por los canales adecuados. En este sentido, los medios de
comunicación adquieren un papel importantísimo en la salud y el bienestar de
las personas. Una verdad, pregonada por un vagabundo, tendrá muchas menos
probabilidades de ser escuchada y difundida que una mentira pregonada por un
rey. Por eso es necesario que los reyes de hoy en día —los periodistas— se
tomen muy en serio esta cuestión de la investigación y dejen de ser un simple
eco de lo que el aparato científico, o cualquier otro aparato, les recita en el
oído.
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