Yo, el eternamente excluido
de las relaciones sociales y del
placer.
Alexander Search, “In the Street”
Amigos, ninguno. Solo unos conocidos que creen
que simpatizan conmigo y que tal vez sentirían pena si un tren me pasase por
encima y el entierro fuese un día de lluvia.
Bernardo Soares, Libro
del desasosiego, § 232
Fernando Pessoa,
el escritor insocial por naturaleza. “Me rodea un vacío absoluto de fraternidad
y de afecto. Incluso los que quiero, no me son queridos; estoy rodeado de
amigos que no son mis amigos y conocidos que no me conocen” (AP 2602). La gente, toda la gente, era un obstáculo en su misión:
La
presencia de otra persona —aunque sea de una sola persona— me atrasa
inmediatamente el pensamiento y, al paso que en el hombre normal el contacto
con otro es un estímulo para la expresión y para el dicho, en mí, ese contacto
es un contra estímulo. [...] hablar con gente
me da ganas de dormir. Sólo mis amigos espectrales e imaginados, sólo mis
conversaciones resultantes del sueño tienen una verdadera realidad y un justo
relieve, y en ellos el espíritu está presente como una imagen en un espejo.
Me pesa,
además, toda idea de ser forzado a un contacto con otro. Una simple invitación
a cenar con un amigo me produce una angustia difícil de definir. La idea de una
obligación social cualquiera —ir a un entierro, tratar con alguien de un asunto
de la oficina, ir a esperar en la estación a una persona cualquiera, conocida o
desconocida—, sólo esa idea me estorba los pensamientos de un día, y a veces me
preocupo desde la misma víspera, y duermo mal [...].
Mis hábitos
son los de la soledad y no los de los hombres (LDD, § 49).
¿Será de Dios que a mí me ocurre lo mismo, exactamente lo mismo,
cuando me fuerzan a un contacto social que no me interesa? Las invitaciones a
cenar con el doctor Maliandi y su grupo, por poner un ejemplo, no me producían
satisfacción sino angustia, “una angustia difícil de definir”, y eso que en
aquellas reuniones se hablaba de filosofía, el terreno en el que mejor me
muevo. Y el resto lo mismo. El problema es que la soledad completa, la total,
también me desespera. Soy la gata flora[1].
10:21 p.m.
Pessoa, al igual que muchos otros escritores, llevaba,
paralelamente a su obra literaria, un diario íntimo escrito para él mismo, en
mi opinión bastante insulso según las pocas páginas que de él pude leer[2].
Según Luis Gruss, llevar un diario íntimo es una empresa peligrosa, porque
“puede cerrar la comunicación con los otros y confinar al autor a un pozo
estéril y secreto” (Lo inalcanzable,
p. 79). No sé, en el caso de Pessoa, si la escritura de aquel juvenil diario lo
incitó a convertirse en una persona huraña, pero en mi caso no sucedió así. Yo
ya soy huraño por naturaleza; la escritura de mi diario lo único que hace es
posibilitar que mi ermitañismo no me sea tan duro de sobrellevar.
[1] Dos gatas floras:
“Si estoy solo, quiero no estarlo, / si no lo estoy, quiero estar solo, / en
fin, quiero estar siempre / de manera que no estoy” (7/2/31, AP 1133).
[2] Lo mismo opina Bréchon: “Dos veces en su vida
llevó un libro de a bordo, esa especie de cuaderno donde no se escriben
reflexiones, sino donde uno anota lo que ha hecho durante el día. [...] ¿Qué
sentido tiene este ejercicio? ¿Es una suerte de ascesis? La lectura de ciertas
páginas da vértigo, pues anota gran cantidad de detalles sin interés. ¿Se burla
de sí mismo?” (RB, p. 185).
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