El marinero de corazón oscuro sabe
que hay hogares felices porque no son
suyos.
Fernando Pessoa,
“Desolation”
A pesar de que casi nunca salió de Lisboa, gustaba Pessoa del
nomadismo:
Entre 1905 y 1920,
el momento del asentamiento definitivo en la casa de la rua Coelho de Rocha, el
poeta cambió de domicilio quince o veinte veces. En la larga lista de viviendas que
habitó se contaban, por lo demás, casas enteras y cuartos alquilados. [...] No sabemos a ciencia cierta, por lo demás, por qué el poeta cambió de
vivienda al ritmo de una vez por año. Zenith sugiere al respecto que en el
fondo le debía complacer (CT, p. 85).
El lugar más incómodo que tuvo como vivienda fue el que ocupó
entre enero de 1915 y finales de 1916. En ese entonces lo encontramos
instalado en el
lúgubre sótano de una lechería, [...] durmiendo de prestado, gracias a la
veneración de un hombre iletrado que acostumbraba asistir a la tertulia de la
Brasileira devorando las palabras del poeta, con los ojos extasiados, como si
estuviera oyendo a un dios del Olimpo. [...] El sótano [...] medía más de dos
metros de ancho por dos y medio o tres de largo, y donde apenas cabía un catre,
el catre donde el pobre poeta pasaba sus noches (JGS, pp. 238-9)[1].
Luego pasó por otros tres o cuatro lugares hasta que por fin, en
1920, su madre, viuda por segunda vez y muy enferma, regresó a Lisboa
proveniente de Sudáfrica y Pessoa se mudó con ella, viviendo en la casa alquilada
por Teca, una de sus medio hermanas, en un pequeño cuarto, hasta el final de su
vida.
Ángel
Crespo especula que tanto cambio de domicilio se debía, en parte, a que no
quería ser molestado por los amigos y conocidos que ya sabían su dirección (cf.
sus Estudios sobre Pessoa, p. 10). Más
allá de la anhelada privacidad y de las razones económicas que en algunos momentos lo
obligaron a mudarse, instalarse definitivamente no lo convencía. Tenía espíritu
de bohemio y de gitano.
11:58 p.m.
El cuarto que ocupó Pessoa en su última casa, la de la rua Coelho
da Rocha, era “pequeño, oscuro, caliente. Deprimente, según su testimonio. Y
sin ninguna ventana” (CF, p. 313). Alberto
Caeiro, premonitoriamente, escribe en 1914: “Mi cuarto es una cosa oscura con
paredes vagamente blancas” (El guardador
de rebaños, XLIV). En ese cuartucho escribió durante sus últimos quince
años. La escritura, en los auténticos escritores, se abre paso ante cualquier
adversidad. Una vida desértica que sin embargo, en ese desierto, engendra
flores.
[1] Según Eduardo Freitas da Costa, no vivió en
este sótano dos años, sino un mes y medio, y ese lugar no habría sido tan
pequeño e incómodo como lo pinta Simões (cf. CT, p. 110). Cavalcanti Filho tampoco le
cree al primer biógrafo (cf. CF, p.
481).
No hay comentarios:
Publicar un comentario