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jueves, 11 de octubre de 2018

Pessoa el aventurero


Quería comprender todo, saber todo, realizar todo, decir todo, gozar todo, sufrir todo, sí, sufrir todo. Pero nada de eso hago, nada, nada. Quedo abrumado por la idea de aquello que quería tener, poder, sentir. Mi vida es un sueño inmenso.
Fernando Pessoa, Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal,

Desgraciadamente para él —y afortunadamente para nuestra antropofagia poética, que se alimenta de su infortunio—, Pessoa no era un “dandy”, sino un empleado modesto que sentía pánico ante la vida real.

Los poetas han de haber sido enviados para decir, y no para ser.
Alexandre Vinet


¿Era Pessoa un aventurero? Sí, un aventurero de la imaginación y del pensamiento.

Un hombre puede, si posee verdadera sabiduría, disfrutar del espectáculo completo del mundo en una silla, sin saber leer, sin hablar con nadie, solo mediante el uso de los sentidos y el alma no saber estar triste.
Monotonizar la existencia, para que no sea monótona. Tornar anodino lo cotidiano, para que la más pequeña cosa sea una distracción. En medio de mi trabajo de todos los días, oscuro, igual e inútil, me surgen visiones de fuga, huellas soñadas de islas lejanas, fiestas en avenidas de parques de otras eras, otros paisajes, otros sentimientos, otro yo (Bernardo Soares, LDD, § 53).

Fue un escritor genial cuya existencia no fue genial en absoluto.

Pessoa no puso genio en su vida; ni siquiera mal genio. Su vida discurrió mansa, cauta, disimulada, como agua que parece estancada y cava en el fondo. Ni un tumulto que no fuese algo remotamente imaginario, ni una aventura como no fuese en sueños (António Cobeira, amigo de juventud del poeta, citado en CT, p. 76).

Exteriormente, su vida fue de lo más aburrida; interiormente, era una mina de diamantes. ¿Y quién se enriqueció con esa mina de diamantes? Todos nosotros. Un aventurero a lo Indiana Jones no hace nada por su prójimo, se divierte solo; un aventurero interior como Pessoa, que deja constancia escrita de sus aventuras, es el más filántropo de los hombres. No sé si fue una renuncia voluntaria al tráfago mundano o una renuncia impuesta por su propio temperamento; no sé si fue para él un sacrificio vivir una vida de lápiz y papel. Lo que sí sé es que nosotros, los amantes de la filosofía y la literatura, salimos beneficiados a raíz de su decisión.

Pessoa quiso vivirlo todo de todas las maneras poniendo cuanto era en cada cosa que hacía. Paradójicamente, todo eso no sucedió en la vida misma, sino en su escritura: su monótona existencia fue el paisaje adecuado para una de las mayores aventuras literarias de la poesía universal. ¿Quién necesita la vida real, pudiendo inventar cuantas quiera, como las quiera? No todos elegiríamos la forma de vida de Fernando Pessoa, pero todos aprendemos a vivir mejor la nuestra gracias a su elección (Martín López Vega, prólogo a Un disfraz equivocado)[1].


[1] Robert Bréchon describe la paradoja que le representó narrar la vida —o la no vida— de Pessoa: “Como a tantos otros, le hubiera gustado contar su vida […]. Pero he aquí que no tuvo vida, que nada le sucedió, que su vida fue una forma vacía. Y en cierta manera es verdad: yo, que he contado por él esa vida, no he encontrado ningún acontecimiento relevante, ninguna acción notable (salvo Orpheu), ningún gran amor (solo ese amor pasajero con Ofelia). Y, sin embargo, he necesitado seiscientas páginas para relatar esa ausencia de vida” (RB, p. 131). Pero las paradojas, si agotamos los raciocinios, tienen casi siempre su explicación, y la explicación de esta es que de las seiscientas páginas que Bréchon escribió sobre Pessoa, unas quinientas están dedicadas a su obra y tan solo unas cien, o menos, a su vida.

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