Que otros se jacten de las páginas
que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he
leído.
Jorge Borges, “Un lector”
Los
dos autores con mayor presencia en la biblioteca personal de Pessoa fueron
ingleses. El más leído fue J.S. Fletcher, cuyas novelas policiales devoraba el
portugués con fruición (tenía veintisiete de sus libros), y el segundo un tal
John Mackinnon Robertson, negador de la figura de Jesús, crítico literario y
político liberal; Pessoa contaba con veintitrés de sus libros, entre ellos Christianity
and mythology (1900), Pagan christs (1903), The historical Jesus (1916) y Jesus and Judas (1927)
(cf. CF, p. 478).
¿Qué
primera reflexión me viene a la mente luego de anoticiarme de este sorprendente
dato? Sencillamente que hay que ser muy genio, demasiado genio, para haber
escrito como escribía Pessoa habiendo escogido este material de lectura.
2:26
a.m.
Pessoa “escribió
en vida cerca de 30.000 papeles que tuvieron como tema, casi siempre, a él
mismo o lo que le era próximo [...]. Algo equivalente a casi 60 libros de 500
páginas” (CF, p. 14). Y esta
producción se aceleró conforme se acercaba el momento de su muerte. Pero ¿le
conviene a un escritor ser tan prolífico? ¿No es mejor tomarse las cosas con un
poco más de calma? Yo creo que sí. Dijo Santiago Ramón y Cajal: "Los más grandes
laboriosos son los que han aprendido a administrar metódicamente su pereza. La
actividad febril, paroxística, cae rápidamente en la fatiga y en la desilusión;
deteriora la máquina antes de haber logrado refinar el producto" (Charlas
de café, p. 161). No digo que la máquina-Pessoa —máquina de escribir, nunca
mejor empleada la locución— se haya deteriorado a causa de la profusa escritura,
porque se sabe que lo que lo mató fue el alcoholismo, pero tal vez este ímpetu haya
acelerado el proceso. O tal vez lo que sucede es que el espíritu, presintiendo
el derrumbe, se apura lo más que puede para concluir su tarea. Digo esto porque
a Nietzsche y a Van Gogh les pasó lo mismo: aceleraron a fondo en el tramo
final de la cordura y de la vida. Voy a tener esto en cuenta: si en el futuro
me agarra una desesperación incontrolable por escribir, una diarrea literaria
imposible de solidificar, será seguramente porque ya estoy cerca del cementerio
o del manicomio.
9:41 A.M.
Repudiaba Pessoa
los avances de la tecnología: “Dispenso y detesto vehículos, dispenso y detesto
los productos de la ciencia —teléfonos, telégrafos— que vuelven la vida fácil,
o los subproductos de la fantasía; gramófonos, receptores hertzianos. Nada de
eso me interesa” (citado en CF, p.
119). Comenta Cavalcanti que más tarde “se acostumbró a escuchar los éxitos
musicales de Londres, Madrid, Nueva York, París y Roma” desde un gramófono
instalado en la sala de visitas de su domicilio de la calle Coelho da Rocha. Y
además hay que ser muy cauto cuando uno realiza una declaración de este tipo,
porque por ejemplo, ¿no es un simple par de anteojos un producto de la ciencia
que vuelve la vida más fácil de lo que sería si no contáramos con él? Habría
que hacer una distinción entre los productos de la ciencia que, a fin de
cuentas, se nos han tornado imprescindibles —como los anteojos— y aquellos
otros que, como los gramófonos o la radio, simplemente nos hacen la vida más
llevadera. Tal vez Pessoa solo renegaba de estos últimos, pero así y todo me
niego a creer que no disfrutaba de las canciones que aquel gramófono instalado
en su casa reproducía.
11:49 A.M.
Dijo Álvaro de Campos:
Todos tenemos dos vidas:
la verdadera, que es la que soñamos en la infancia, y que continuamos soñando
cuando adultos, en un sustrato de niebla; la falsa, que es la que vivimos en la
convivencia con los otros, que es la práctica, la útil, aquella en la que
acaban por meternos en el ataúd (“Dactilografía”, AP 86).
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