No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es mi
ambición. Es mi manera de estar solo.
Fernando Pessoa, Plural de nadie, § 14
“La dulzura de no tener familia ni compañía”,
suspira Soares desde el § 328 del LDD. Y Pessoa, ya separado definitivamente de Ofelia, confiesa estar
enamorado de otra madonna:
Mi mujer,
que es la soledad,
consigue
que yo no esté triste.
¡Qué bueno
es para el corazón
tener este
bien que no existe!
(Noventa
poemas últimos, 28/8/1930)
Pero no conviene quedarse con esta imagen romántica del solitario endulzado.
Tal vez lo era de a ratos, pero en general sucedía lo contrario. Así nos lo
asegura su medio hermana Teca: “¡Fernando fue muy infeliz! La
soledad le pesó toda la vida. [...] Fue una persona muy sola, incomprendida,
aunque a todos gustase” (CT, p. 45), y Alexander Search lo corrobora: “Nunca ha existido
un alma más afectuosa [...] que la mía, ningún alma tan llena de bondad, de
compasión, de todas las cosas relacionadas con la ternura y el amor. Sin
embargo, ningún alma se halla tan sola como la mía” (AP 3184). Las consecuencias de esta
soledad, más bien que dulces, son desoladoras:
Sea
como fuere, era mejor no haber nacido,
porque,
de tan interesante que es en todos los momentos,
la vida llega a doler, a hastiar, a cortar, a
rozar, a crujir,
a dar
ganas de dar gritos, de dar saltos, de quedar en el suelo.
(Álvaro de Campos, “Passagem das horas”, AP 827).
Y de tan solos
terminamos envidiando, junto con Bernardo Soares, “a todas las personas que no son yo” (LDD, § 203).
Yo, por mi parte, tuve no sé si como esposa devota,
pero al menos como novia a la soledad durante gran parte de mi vida, hasta que
llegó Javier y sobrevino la separación. Hoy no me imagino sin Javier, que es lo
mismo que decir que no me imagino enamorado nuevamente de la soledad. Pero
donde hubo fuego…
11:36
P.M.
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