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jueves, 10 de octubre de 2019

El embotamiento intelectual del último Wittgenstein


«Ahora voy a trabajar como nunca lo he hecho en mi vida», le dijo a la señora Bevan al saber que el cáncer había ganado definitivamente la batalla a los rayos X y al estrógeno, dos meses antes de morir.
Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein

1950 sorprendió a Wittgenstein con escaso dinero en los bolsillos y el deseo de seguir escribiendo sin ser importunado con trabajos asalariados. A tal efecto, su amigo Norman Malcolm se dirigió a la Fundación Rockefeller con el objetivo de tramitarle una beca de investigación, pero Wittgenstein sentía que, si se la otorgaban, estaba siendo partícipe de una estafa. Le escribió al director de la Fundación una especie de confesión sobre su estado actual, físico y mental, para que evaluara si era pertinente, aun así, otorgarle la beca:

No he podido hacer ningún trabajo bueno y sistemático desde principios de marzo de 1949. [...] Con la edad, mis pensamientos pierden fuerza notablemente, cristalizan más raramente y me canso con mucha más facilidad. Mi salud es algo débil debido a una ligera y persistente anemia que me hace propenso a las infecciones. Esto, a su vez, disminuye las posibilidades de hacer un trabajo realmente bueno. Aunque me es imposible hacer predicciones definitivas, me parece probable que mi mente nunca vuelva a funcionar tan vigorosamente como, pongamos, hace catorce meses. No puedo prometer publicar nada durante lo que me resta de vida (citado en RM, p 510).

Atribuía Wittgenstein su cansancio y su abulia, su “embotamiento intelectual”, en parte a los estrógenos que le estaban suministrando para detener el cáncer de próstata, que ya estaba muy avanzado. Mientras los tomaba —comenta Monk— “le parecía muy difícil alcanzar la intensa concentración necesaria para escribir filosofía. «Trabajo algo», le dijo a Malcolm el 17 de abril, «pero me quedo atascado en cosas simples y casi todo lo que escribo es flojo»”. Al año siguiente murió, de manera que los estrógenos que le impedían pensar con prontitud y claridad poco hicieron para evitar el curso corriente de la enfermedad.
Pero hay más. Pocos días antes de su fallecimiento, los doctores llegaron a la conclusión de que ya no tenía sentido el suministro de hormonas y se las quitaron, y a partir de ahí recuperó Wittgenstein su lucidez intelectual:

Durante los dos meses que le quedaban de vida Wittgenstein escribió más de la mitad (los párrafos numerados del 300 al 676) de las observaciones que ahora constituyen Sobre la certeza, y al hacerlo produjo lo que muchas personas consideran el texto más lúcido de toda su obra (RM, p. 520).

Tomo nota: si estoy camino a la tumba y me recetan algún medicamento que embota mis entendederas con el fin de retrasar mi muerte, mejor lo dejo de lado y sigo forzando mi cabeza hasta las últimas consecuencias.

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