«Ahora voy a trabajar
como nunca lo he hecho en mi vida», le dijo a la señora Bevan al saber que el
cáncer había ganado definitivamente la batalla a los rayos X y al estrógeno,
dos meses antes de morir.
Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein
1950
sorprendió a Wittgenstein con escaso dinero en los bolsillos y el deseo de
seguir escribiendo sin ser importunado con trabajos asalariados. A tal efecto,
su amigo Norman Malcolm se
dirigió a la Fundación Rockefeller con el objetivo de tramitarle una beca de
investigación, pero Wittgenstein sentía que, si se la otorgaban, estaba siendo
partícipe de una estafa. Le escribió al director de la Fundación una especie de
confesión sobre su estado actual, físico y mental, para que evaluara si era
pertinente, aun así, otorgarle la beca:
No he podido hacer
ningún trabajo bueno y sistemático desde principios de marzo de 1949. [...] Con la
edad, mis pensamientos pierden fuerza notablemente, cristalizan más raramente y
me canso con mucha más facilidad. Mi salud es algo débil debido a una ligera y
persistente anemia que me hace propenso a las infecciones. Esto, a su vez,
disminuye las posibilidades de hacer un trabajo realmente bueno. Aunque me es
imposible hacer predicciones definitivas, me parece probable que mi mente nunca
vuelva a funcionar tan vigorosamente como, pongamos, hace catorce meses. No
puedo prometer publicar nada durante lo que me resta de vida (citado en RM, p 510).
Atribuía
Wittgenstein su cansancio y su abulia, su “embotamiento intelectual”, en parte
a los estrógenos que le estaban suministrando para detener el cáncer de
próstata, que ya estaba muy avanzado. Mientras los tomaba —comenta Monk— “le parecía
muy difícil alcanzar la intensa concentración necesaria para escribir
filosofía. «Trabajo algo», le dijo a Malcolm el 17 de abril, «pero me quedo
atascado en cosas simples y casi todo lo que escribo es flojo»”. Al año
siguiente murió, de manera que los estrógenos que le impedían pensar con
prontitud y claridad poco hicieron para evitar el curso corriente de la
enfermedad.
Pero hay más. Pocos días antes de su fallecimiento,
los doctores llegaron a la conclusión de que ya no tenía sentido el suministro
de hormonas y se las quitaron, y a partir de ahí recuperó Wittgenstein su
lucidez intelectual:
Durante los dos
meses que le quedaban de vida Wittgenstein escribió más de la mitad (los
párrafos numerados del 300 al 676) de las observaciones que ahora constituyen Sobre
la certeza, y al hacerlo produjo lo que muchas personas consideran el texto
más lúcido de toda su obra (RM, p. 520).
Tomo
nota: si estoy camino a la tumba y me recetan algún medicamento que embota mis
entendederas con el fin de retrasar mi muerte, mejor lo dejo de lado y sigo
forzando mi cabeza hasta las últimas consecuencias.
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