La vida puede educar para la fe en Dios. Y son
también las experiencias las que lo hacen; pero lo que nos muestra la
«existencia de este ser» no son visiones u otras experiencias sensibles, sino,
por ejemplo, penas de distinta índole, Y no nos muestran a Dios como nos
muestra una impresión sensible un objeto, ni permiten conjeturarlo.
Ludwig
Wittgenstein, Aforismos, § 485
Existe un autor[1]
que relaciona la filosofía de Wittgenstein con la de Montaigne, en el sentido
de que ambos pensadores no creen que la religión pueda estar apoyada en la
razón. Esto es claro, pero yo no le critico a Wittgenstein (ni a Montaigne, por
supuesto) esta disociación entre religión y razón, porque yo también soy
fideísta; lo que le critico es que diga que el discurso religioso en cualquier
caso carece de sentido. No es lo mismo afirmar que la creencia en Dios no es
racional, que afirmar que todo lo que decimos acerca de Dios, o de lo bueno,
carece de sentido. Tampoco Montaigne estaría de acuerdo con esto último[2].
[1] Vicente Raga Rosaleny, “Montaigne,
Wittgenstein y el escepticismo”, artículo disponible en internet.
[2] Las proposiciones
básicas de la metafísica, sus axiomas, se descubren o se adoptan intuitivamente
(dicho esto no en sentido kantiano sino en sentido bergsoniano; no intuición
sensible sino intuición intelectual). Por eso digo que no son racionales; pero
después, una vez que tenemos armado el conglomerado axiomático, comenzamos a
entremezclar las proposiciones y a relacionarlas entre sí, y a verificar si,
lógicamente, no se contradicen unas con otras. Este segundo paso del
procedimiento metafísico es completamente racional; de ahí que no pueda decirse
que la metafísica en general, o que las especulaciones acerca de Dios, del
libre albedrío, etcétera, sean completamente irracionales.
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