El hombre, dice Wittgenstein,
depende de Dios, pero esto no significa que su destino esté prefijado por Dios:
“La doctrina de la predestinación en Pablo es, en mi grado, irreligiosidad, un
horrible absurdo” (Observaciones, p.
65). Según el austríaco, no estamos predestinados al cielo o al infierno, sino
que nos ganamos estos destinos de acuerdo a nuestras acciones en la tierra. ¿Es
esta idea compatible con la idea que cité ayer? A mí me parece que no, que la
compatibilidad es muy forzada.
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