La
teoría del sida fue promovida por el Gobierno republicano de Reagan para
apuntarse un tanto en la lucha de la peste del siglo y obtener pingües
beneficios comercializando los tests y promoviendo el negocio de la farmafia.
Luis Campos, La
macroestafa del sida
El 75% de los hemofílicos tienen en su sangre el virus HIV. Este virus,
supuestamente, data de principios de los años 80, por lo que son cada vez más
los hemofílicos portadores del virus. Sin embargo, la edad media de vida de los
hemofílicos ha aumentado desde 11 años en 1972, a 20 años en 1982 y más de 25
años en 1986. Así las cosas, parecería deducirse de todo esto que el virus HIV,
en lugar de disminuir la esperanza de vida de los hemofílicos, la aumentaría
(cf. Silvia Giménez
Rodríguez, Sida, un debate silenciado,
pp. 119-20).
Esta información viene a cuento de la
hipótesis que sostiene Silvia Giménez, que es la misma que viene sosteniendo
desde hace muchos, demasiados años, el científico
Peter Duesberg, la que dice que el
virus HIV no es el causante del sida[1]. Yo me sumé a esta cruzada inmediatamente
después de que cayera en mis manos, por obra del azar (lo encontré tirado junto
a un árbol) el libro La conjura del sida, de Álvaro Martínez
Arcaya. No necesité más que aquel inmenso libro para convencerme de que el sida
no es causado por un virus sino por otros factores; y el hecho de que después
de tantos años no se haya podido eliminar, o al menos poner en duda, la
hipótesis vírica, me refuerza más en la idea que siempre he tenido respecto de
que los laboratorios médicos no buscan la verdad, o, si esto parece demasiado
idealista, la curación de las enfermedades, sino simplemente el lucro a
cualquier costo[2].
[1] Los tres puntos principales que defiende
Duesberg, en contra de la hipótesis vírica, son los siguientes: 1) El VIH no
tiene ningún papel causal en el sida y podría ser un oportunista, un marcador
de inmunodeficiencia o un indicador del abuso de drogas. 2) El sida no es una
enfermedad viral ni infectocontagiosa ni se transmite sexualmente. 3) El sida
es un síndrome tóxico-degenerativo causado por factores de riesgo no
contagiosos y asociados a las condiciones de vida.
[2] “Habida cuenta de la magnitud de los beneficios
económicos que se dirimen tras la disputa que se mantiene en torno a la
cuestión de las patentes y los precios de los fármacos en el caso del tratamiento
antirretroviral para el sida, sería inimaginable que la investigación de este
síndrome diera un giro a favor de las teorías no víricas del sida. Ello
terminaría con este tratamiento vigente, al no ser considerado eficiente por
esta hipótesis, que lo considera perjudicial y iatrogénico. Los miles de
billones que se darían por perdidos por la industria farmacéutica en este caso
hipotético, ayudan a entender el boicot a la controversia científica, motivado
sin duda en buena parte por intereses económicos y subsidiariamente políticos”
(Silvia Giménez Rodríguez, Sida, un debate silenciado, p. 323).
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