Cierta
vez, mientras conversaba con Drury, este le dijo a Wittgenstein que admiraba el punto de vista de
Orígenes en relación al día del juicio final: el apokatástasis, doctrina que
afirma que todos los pecadores, incluido el mismo Satán, serán perdonados y
volverán al seno de Dios. Es una pena, le dijo Drury, que Orígenes haya sido
considerado un hereje, pero Wittgenstein no estuvo de acuerdo: “Naturalmente
que fue rechazado. De lo contrario todo sería absurdo. Si lo que hacemos ahora
no va a contar para nada al final, entonces toda la seriedad de la vida queda
eliminada” (citado en RM, p. 488). Es
decir que según Wittgenstein, los que hacen el bien con el objetivo de ganarse el
cielo son personas de lo más esclarecidas. Yo creo que a los hombres que
así se comportan no tenemos que llamarlos esclarecidos sino egoístas: hacen el
bien no porque su corazón se los pida, sino porque se los pide su cabeza, que
calcula cómo evitar el infierno. El verdadero santo hace el bien porque sus
valores, internamente, lo incitan a ello, sin interesarle en ese momento ni el
cielo ni el infierno. Lo que propone Wittgenstein es fariseísmo puro, y no creo
que con ello la vida gane seriedad sino más bien economía y tasación, y el amor
desinteresado pierda.
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