Voy a sincerarme. Lo que me movió a escribir sobre Wittgenstein y a
interesarme por sus ideas no fue mi curiosidad intelectual, mi hambre de
saberes filosóficos, sino el dato de su supuesta promiscuidad. Siendo yo un
pensador homosexual y promiscuo, deseaba estudiar a otro que también lo fuera.
Pero hay dudas. No estamos seguros de que haya sido Wittgenstein tal como lo
pinta Bartley. Tendré entonces, mal que me pese, que estudiar en algún momento
a Foucault, porque nadie podría dudar razonablemente de que el francés haya
sido, entre los pensadores famosos, el homosexual más promiscuo de la historia.
Foucault murió de sida en 1984. Según uno de sus más íntimos allegados,
el propio Foucault estaba convencido
de haber contraído el sida durante una fellatio en un sauna de San Francisco, pues aprovechaba
las invitaciones a los Estados Unidos para frecuentar allí estos
establecimientos, manteniendo un anonimato que los volvía más agradables que en
Francia, donde su fama hacía fácil que se lo identificara (Mathieu Lindon, Lo que significa amar, pp. 214-5).
Intentaré
corregir a Lindon. Lo que posiblemente haya contraído Foucault en un sauna de
San Francisco no fue el sida, sino el virus HIV. Tener HIV en la sangre no es
lo mismo que tener sida. Y es probable que Foucault haya muerto de sida no por
ser portador de HIV, sino por su adicción a la heroína, al ácido lisérgico y a
váyase a saber a qué otra droga recreativa. Los malos hábitos son más
deletéreos que los malos virus.
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