Cuando Wittgenstein regresó de la Primera
Guerra,
se enteró de la muerte de su amigo David
Pinsent y pensó en suicidarse. Su tío lo encontró en la estación de tren en un
estado muy alterado y con una versión muy cercana a lo que sería el Tractatus
entre sus manos. Finalmente no se suicidó; quizá le salvó la vida su deseo
de publicarlo, y sin duda no fue la última vez que su trabajo filosófico dio
sentido a su vida. Porque si su trabajo filosófico [...] adquiere la capacidad
de dar sentido a su vida es porque está envuelto en religiosidad, y es en este
sentido —me parece— que habría que entender aquello que dijo a Drury: “No soy
un hombre religioso, pero no puedo evitar ver cualquier problema desde un punto
de vista religioso” (Isabel Cabrera, “La religiosidad de Wittgenstein” artículo
disponible en internet).
La filosofía rescata. No sé si recata
a quien la lee, pero sí a quien la piensa y la practica. Y si esa filosofía
está envuelta en religiosidad, su poder rescatista es más efectivo.
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