“Mi
vida fue maravillosa” dijo Wittgenstein al morir. Tal vez fue un divague
agónico, porque estas palabras contradicen el empedernido pesimismo que todos
los que lo conocieron concuerdan que cargaba:
Estaba en el
carácter de Wittgenstein el ser profundamente pesimista, tanto por lo que
respecta a sus propias perspectivas como a las de la Humanidad en general.
Cualquiera que tuviera acceso a la intimidad de Wittgenstein ha debido de darse
cuenta de su sentimiento de que nuestras vidas son feas y de que nuestras
mentes se hallan en la oscuridad, un sentimiento que muchas veces bordeaba el
desespero (Norman Malcolm, Recuerdo de Ludwig Wittgenstein, texto incluido en una compilación
a cargo de Ricardo Jordana
titulada Las filosofías de Ludwig
Wittgenstein, p. 75).
Si su pesimismo era
consecuencia de su creencia en que nuestras mentes se hallan en la oscuridad,
podría habérselo curado superponiendo a esa creencia esta otra: nuestros
espíritus vislumbran, atravesando los intersticios de la mente, algunos hilos
de luz divina. Escasos, pero suficientes como para vivir con dignidad y
optimismo. ¿No veía Ludwig estos hilos? Posiblemente sí; pero como se negaba a
hablar de ellos, quedaban opacados por aquella filosofía del lenguaje con que
llenaba sus cuadernos.
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