Ser
un especialista en lógica, o estar machacando constantemente sobre cuestiones
lógicas y matemáticas, no nos hace más inteligentes. ¿Existen personas más
lógicas que los eximios ajedrecistas? El ajedrez de alta competencia
requiere una atención excepcional [...] requiere un poder
de combinación tan grande, que quizá nada lo exija igual [...]. Y se podría así
seguir enumerando las facultades que el ajedrez requiere: disciplina, dominio
sobre sí mismo, serenidad, iniciativa, osadía (para el ataque), prudencia (para
la defensa), etc., etc.…
Y sin
embargo,
un excelente jugador de ajedrez no tiene,
por serlo, una sola probabilidad más de ser un hombre inteligente —en general—
que quien carezca de las aptitudes ajedrecistas. [...] La facultad de jugar
bien el ajedrez (y a otros juegos), es una facultad muy aparte, muy separada,
que no tiene que ver con la mayor parte de las actividades intelectuales. No
garantiza ni hace presumir nada sobre la mentalidad en general (Carlos Vaz
Ferreira, “Valor educativo de las matemáticas”, ensayo incluido en el tomo XXI
(suplemento) de sus Inéditos, pp.
231-2)[1].
Así
como el ajedrecista, si juega compulsivamente al ajedrez, será mejor
ajedrecista cada vez, pero no por ello será más inteligente, lo mismo un
pensador que se interna en cuestiones puramente lógicas y no sale de allí, será
cada vez un mejor lógico, pero no un mejor filósofo. Wittgenstein era un
especialista en lógica, pero de filosofía sabía muy poco. Si la capacidad de
raciocinio fuera equiparable a la digestión, Wittgenstein sería un tratado
sobre fisiología digestiva, mientras que un verdadero filósofo sería un caballo
(no de ajedrez sino auténtico): este último no sabe nada mientras que el
primero lo sabe todo; pero el caballo, pese a su ignorancia, digiere, mientras
que el tratado sobre el aparato digestivo es impotente para eso.
[1] Algo parecido pensaba Miguel de Unamuno. El ajedrez, decía, “desarrolla la atención... para el
ajedrez. […] He conocido muchos jugadores de ajedrez y he jugado
a su juego con muchos de ellos. Y debo declarar que la mayor pericia en el
juego no coincidía necesariamente con la mayor inteligencia. Junto a hombres
muy inteligentes y grandes jugadores de ajedrez he conocido ajedrecistas
distinguidísimos que eran hombres de una mentalidad menos que ordinaria […]. El
ser un coloso en el ajedrez […] no prueba sino que se es un coloso en ajedrez.
En lo demás puede ser coloso, hombre ordinario o pigmeo” (“Sobre el ajedrez”, artículo incluido en el compendio
titulado Contra esto y aquello).
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