¿Me estoy aventurando demasiado al criticar con tanto ardor a
quien, a los ojos de muchos pensadores, es la figura más importante que dio la
filosofía del siglo XX?[1]
Es posible. Cito a William Bartley: “Antes de criticar responsablemente a un
filósofo, hay que determinar con mucha precisión cuáles son sus problemas y qué
es lo que hay que decir sobre ellos. Con Wittgenstein esto no es nada fácil” (WB, p. 187). Admito que mis
determinaciones no son precisas y que mi conocimiento del pensamiento de
Wittgenstein no es completo, pero prefiero pecar de temerario y cometer algún
error con mis críticas, error que yo no veo y que otros descubrirán, prefiero
eso a una superabundancia de escrúpulos que impida la crítica por la vergüenza
que implicaría el estar equivocado y tener que rectificarse. La razón humana,
llevada al terreno de la teoría del conocimiento, tiene dos funciones
primordiales: la crítica y la fundamentación. Yo critico a Wittgenstein, y si
resultase que mi critica no está bien fundamentada, aceptaré con gusto la
recrítica, me retractaré y pediré disculpas. Yo saldré intelectualmente
perjudicado, pero quien se tomó el trabajo de descubrir mi error habrá subido
un peldaño en la escalera, peldaño que seguramente no habría existido sin la
existencia de mi temeraria critica. Por eso el descubridor de mi error quedará
en deuda conmigo, así como yo quedo en deuda con Wittgenstein por la
posibilidad que me ha otorgado de poder criticarlo y, a partir de esa crítica,
fundamentar una que otra idea paralela[2].
[1] Cf., por
ejemplo, George Pitcher, The Philosophy of Wittgenstein, prefacio, en
donde afirma que "Wittgenstein es uno de los filósofos más grandes del
siglo xx, quizás el más grande". Otro pensador, ya muy exagerado, entiende
que el Tractatus “se asemeja” al Tao te King de Lao-Tsé (cf. K. T. Fann, El concepto de filosofía en Wittgenstein,
primera nota al pie).
[2] Los servicios que presta
Wittgenstein a los interesados en filosofía son enormes, pero no tanto porque
haya contribuido a crear nuevos rumbos en esta disciplina sino porque nos da la
oportunidad de negar que esos rumbos tengan relevancia. Wittgenstein me obligó
a pensar para poder refutarlo, y eso tiene mérito, quizá un mérito superlativo.
Como dijo James Colbert Jr. en el final de su “Aproximación a Wittgenstein”: “Si
por un maestro en filosofía se entiende alguien que hace pensar, Wittgenstein
es maestro, a pesar de nosotros y, quizás, a pesar de él mismo”.
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