También
a Arvid Sjögren, un amigo de la familia, le aconsejó no estudiar,
con el resultado de que el muchacho se
hizo mecánico en vez de ingeniero. Iba a suceder una y otra vez que Ludwig y su
hermana Gretl aconsejaran a los más jóvenes de su círculo dedicarse a
ocupaciones prácticas y sencillas [...]. Es notable su disposición a intervenir
en la vida de otro (Brian McGuinness, Wittgenstein. El joven Ludwig (1889-1921),
p. 371).
La familia de Arvid
lamentó esa decisión, como es lógico, porque si uno tiene cabeza para ser
ingeniero y se conforma con ser un simple mecánico seguramente sentirá que sus
potenciales están desaprovechados y vivirá consternado por eso. Pero lo
interesante es lo último que destaca McGuinness, la disposición de Wittgenstein
a intervenir en la vida de otro con sus consejos, y tanto más interesante
porque precisamente declamaba lo contrario: “La ética consiste en decirle a
alguien lo que debería hacer, mas ¿cómo podría alguien aconsejar a otra
persona?” (Ludwig Wittgenstein, Últimas
conversaciones, p. 65). Al aconsejar a sus amigos el abandono de sus
estudios, Wittgenstein los estaba sermoneando, justo lo que siempre recomendó no
hacer (recuérdese lo que le escribió a Russell: “No tengo ningún derecho a
catequizarte”), y sus consejos, para colmo de males, curiosamente eran
atendidos y seguidos al pie de la letra por aquellos que habían leído el Tractatus y sabían que Wittgenstein
recomendaba no aconsejar (¿aconsejaba no aconsejar?). Odiaba tanto los consejos
(en la teoría) que trataba de idiotas a los aconsejadores:
Imaginémonos a alguien que se pusiese a
darle consejos a otro que estuviera enamorado y a punto de casarse, y que le
señalase todo aquello que no podrá hacer una vez que esté casado: ¡Qué idiota!
¿Cómo va uno a saber cómo son esas cosas en la vida de otro hombre? (Últimas conversaciones, p. 65).
Yo
también creo que es idiota ese consejo, porque aquello que no podrá hacer ese
hombre una vez casado seguramente será menos gratificante que aquellas cosas
que hará de ahí en más con su esposa si es que en verdad está enamorado; pero
no menos idiota es el consejo de Wittgenstein a sus amigos para que abandonen
sus estudios, y por el mismo motivo: ¿Cómo va uno a saber cómo son esas cosas
en la vida de otro hombre? La ética, por más que Wittgenstein reniegue, no se
caracteriza por ofrecer este tipo de estúpidos consejos. El deber no es único y
genérico —decía Ortega y Gasset—, cada cual traemos el nuestro inalienable y
exclusivo. Por eso las proposiciones éticas deben ser un poco más generales
(nunca totalmente generales), para
que no se inmiscuya dentro de ellas el gusto temperamental de cada cual.
Abandonar los estudios y seguir una carrera que implique trabajos manuales
puede llegar a ser un buen consejo para
tal o cual persona, pero nunca es un buen consejo en general. Es decir, como proposición ética no sirve. Wittgenstein
les plantaba este consejo a prácticamente todos sus alumnos, no discriminaba
por temperamentos. Generalizaba un gusto suyo (que tampoco era muy suyo, pues
él mismo no lo seguía) y pretendía imponérselo a los demás. Las
generalizaciones de la ética son más sutiles.
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