Estoy ansioso por exprimirme los sesos mientras aún haya jugo.
Carta de Wittgenstein a Norman Malcolm, 6/11/1948
En
Irlanda, adonde se dirigió para escribir luego de renunciar a Cambridge, vivió
en una casa que le prestó Maurice Drury, bastante alejada de todo, ideal para quien desea escribir sin
ser molestado.
La casa [...]
tenía dos habitaciones, un dormitorio y una cocina, y era en este último
aposento donde Wittgenstein pasaba casi todo el tiempo. Sin embargo, no la
utilizaba para preparar las comidas. [...] vivió casi completamente a base de
comida enlatada que encargaba en una tienda de Galway. Tommy [el casero] estaba
preocupado por su dieta. «La comida enlatada será su muerte», le dijo una vez.
«De todos modos, la gente vive demasiado», fue la macabra réplica (RM, p. 476).
Esto fue en 1948. Tres años después,
moriría por causa de un cáncer de próstata. ¿Fue la comida enlatada lo que lo
mató, como le advirtió Tommy? Nunca lo sabremos, pero seguramente habría vivido
más de haber llevado Wittgenstein durante su vida una dieta saludable[1].
[1] Otra costumbre que
ponía en riesgo su salud era su desprecio por el aseo de los utensilios de
cocina. Durante su permanencia en Trattenbach solía utilizar, para
preparar su cena, “una especie de cocina a presión
para calentar el cacao con la avena y otros elementos sin especificar. Nunca
lavaba la olla, de modo que el resto quedaba dentro pegado, haciéndose cada vez
más duro y creciendo más y más hasta disminuir el volumen de la olla. Al final
el volumen de la olla había quedado tan reducido que solo podía preparar el
cacao para una persona” (WB, p. 113).
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