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lunes, 16 de septiembre de 2019

Wittgenstein y las antinomias lógicas


La filosofía analítica de comienzos del siglo XX tenía como una de sus metas principales la resolución de paradojas a través del minucioso análisis del lenguaje en el que están planteadas. Una de las favoritas de todos los tiempos es la paradoja del mentiroso: “Esta oración es falsa”, dice alguien, y se produce una paradoja al intentar afirmar si esa sentencia es falsa o verdadera. Parece que ya se venía tanteando desde la Grecia antigua, formulada en aquel entonces por Epiménides y Eubúlides, cada cual con sus matices. Fue Bertrand Russell el primero en poner de manifiesto que diversas paradojas como esta revelaban fallos básicos de principios lógicos y lógico-matemáticos que hasta ese momento se habían considerado indiscutibles. Había, pues, que revisar estos principios para solucionar esta paradoja y las restantes. Solucionarlas o más bien disolverlas.
Ahora bien, con estos antecedentes en la mano, Wittgenstein fue más allá y se atrevió a proponer la resolución o disolución de las proposiciones metafísicas de manera parecida a la resolución o disolución de las paradojas lógicas: evidenciando que tales proposiciones estaban mal planteadas gramaticalmente y que por lo tanto su resolución o disolución dependía del análisis del lenguaje en el que estaban escritas. Desmembrando su lenguaje, se llegaría a la conclusión de que las proposiciones metafísicas carecen de sentido y por lo tanto no son un verdadero problema filosófico. Y ¿tuvo éxito en esta empresa demostrativa? Para muchos pensadores británicos, cuyos lavarropas mentales no han sido equipados de fábrica con el programa de centrifugado metafísico, Wittgenstein acertó. No para mí, ni tampoco para William Bartley:

Se pensó que los añejos problemas de la metafísica, al igual que las paradojas lógicas, podrían desaparecer por medio del desarrollo de cánones de expresiones con significado y bien formuladas; que, en suma, estas vetustas teorías metafísicas habrían surgido, antes de nada, solo a causa de la ausencia de técnicas de análisis lingüístico y lógico para detectar lo que carece de significado.
[...] La historia de buena parte de la filosofía de los años 20, claramente la de Wittgenstein y sus seguidores, es la del intento de disolver la metafísica tradicional por medio de la aplicación sistemática de un falso paralelismo: la suposición de que los problemas filosóficos eran generados y podían ser evitados, en un modo paralelo a como se generan y resuelven las paradojas lógicas (WB, p. 74).

Este intento, comenta Bartley, “estaba condenado al fracaso, ya que es un hecho que la autorreferencia que se encuentra en las antinomias lógicas está simplemente ausente en la mayor parte de los problemas tradicionales de la filosofía”. Por eso estas palabras de Wittgenstein que aparecen en el prólogo de su Tractatus, “El libro trata de problemas de filosofía y muestra, al menos así lo creo, que la formulación de estos problemas descansa en la falta de comprensión de la lógica de nuestro lenguaje”, se nos aparecen a nosotros tan disueltas, tan poco palpables, como unas pizcas de sal que han caído en medio de una pileta olímpica.

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