En su biografía de G. E. Moore [...],
sugiere Paul Levi que los discípulos de Wittgenstein pueden dar un ejemplo
comparativamente raro de “culto a la personalidad” en el campo de la filosofía.
William Bartley, Wittgenstein [p. 228]
Wittgenstein
solía reunirse con sus alumnos más fieles y con algún que otro profesor en una
especie de cofradía a la que llamaban “Club de Ciencias Morales de Cambridge”.
Este club existía desde mucho antes de que Wittgenstein naciera, pero en 1944,
cuando lo nombraron presidente, prácticamente lo hizo suyo, y la tribuna que
ahí se daba cita no tenía oídos sino para sus palabras. Este asunto olía mal, y
Gilbert Ryle, un profesor de Oxford amigo de Wittgenstein que quiso intervenir como
invitado en alguna discusión que allí se suscitaba, se encontró con una
situación muy poco propicia para el aprendizaje a partir del debate:
La veneración por Wittgenstein era tan
incontinente que cuando alguien (yo, por ejemplo) mencionaba a cualquier otro
filósofo, no se oían más que abucheos. [...] El menosprecio hacia cualquier
pensamiento distinto del de Wittgenstein me parecía pedagógicamente desastroso
para los estudiantes, y poco saludable para el propio Wittgenstein. Me hizo
decidirme a ser no un filósofo políglota, pero sí al menos a evitar ser
monóglota; y sobre todo evitar ser el eco de un monóglota, aun cuando fuera un
genio y un amigo (Gilbert Ryle, citado en RM, p. 450).
Lo
que quiere dar a entender Ryle es que a partir
de aquel día comprendió las ventajas de leer a otros pensadores y conocer sus
doctrinas, cosa que Wittgenstein se jactaba de no hacer (“estaba orgulloso
—dice Ryle— de no haber estudiado a otros filósofos”), y también comprendió que
jamás se pondría a la cabeza de un conglomerado de aplaudidores cuya función es
satisfacer la vanidad del aplaudido bajo el pretexto de estar esclareciendo determinados
problemas filosóficos[1].
[1] Otro profesor que pasó por una experiencia
parecida fue Charlie
Broad: “… El único deber que yo rechazaba claramente era la asistencia semanal
a las reuniones del Club de Ciencias Morales [...]. Yo no estaba
dispuesto a pasar horas, cada semana, en una densa atmósfera de humo de
cigarros mientras que Wittgenstein [...] pasaba a través de un cerco y los
fieles, puntualmente, se admiraban con cara entusiasta de tontos” (citado en WB, p. 145). También Alfred Ayer: “Sé
por propia experiencia que cuando él asistía [al Club de Ciencias Morales]
dominaba la discusión, y que nadie se aventuraba a contradecirle” (Wittgenstein, p. 27).
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