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domingo, 15 de septiembre de 2019

El vanidoso Wittgenstein



En su biografía de G. E. Moore [...], sugiere Paul Levi que los discípulos de Wittgenstein pueden dar un ejemplo comparativamente raro de “culto a la personalidad” en el campo de la filosofía.
William Bartley, Wittgenstein [p. 228]

Wittgenstein solía reunirse con sus alumnos más fieles y con algún que otro profesor en una especie de cofradía a la que llamaban “Club de Ciencias Morales de Cambridge”. Este club existía desde mucho antes de que Wittgenstein naciera, pero en 1944, cuando lo nombraron presidente, prácticamente lo hizo suyo, y la tribuna que ahí se daba cita no tenía oídos sino para sus palabras. Este asunto olía mal, y Gilbert Ryle, un profesor de Oxford amigo de Wittgenstein que quiso intervenir como invitado en alguna discusión que allí se suscitaba, se encontró con una situación muy poco propicia para el aprendizaje a partir del debate:

La veneración por Wittgenstein era tan incontinente que cuando alguien (yo, por ejemplo) mencionaba a cualquier otro filósofo, no se oían más que abucheos. [...] El menosprecio hacia cualquier pensamiento distinto del de Wittgenstein me parecía pedagógicamente desastroso para los estudiantes, y poco saludable para el propio Wittgenstein. Me hizo decidirme a ser no un filósofo políglota, pero sí al menos a evitar ser monóglota; y sobre todo evitar ser el eco de un monóglota, aun cuando fuera un genio y un amigo (Gilbert Ryle, citado en RM, p. 450).

Lo que quiere dar a entender Ryle es que a partir de aquel día comprendió las ventajas de leer a otros pensadores y conocer sus doctrinas, cosa que Wittgenstein se jactaba de no hacer (“estaba orgulloso —dice Ryle— de no haber estudiado a otros filósofos”), y también comprendió que jamás se pondría a la cabeza de un conglomerado de aplaudidores cuya función es satisfacer la vanidad del aplaudido bajo el pretexto de estar esclareciendo determinados problemas filosóficos[1].


[1] Otro profesor que pasó por una experiencia parecida fue Charlie Broad: “… El único deber que yo rechazaba claramente era la asistencia semanal a las reuniones del Club de Ciencias Morales [...]. Yo no estaba dispuesto a pasar horas, cada semana, en una densa atmósfera de humo de cigarros mientras que Wittgenstein [...] pasaba a través de un cerco y los fieles, puntualmente, se admiraban con cara entusiasta de tontos” (citado en WB, p. 145). También Alfred Ayer: “Sé por propia experiencia que cuando él asistía [al Club de Ciencias Morales] dominaba la discusión, y que nadie se aventuraba a contradecirle” (Wittgenstein, p. 27).

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