Estoy
ahora casi decidido a ir a Rusia como turista en septiembre y ver si puedo
conseguir allí un empleo adecuado.
Ludwig
Wittgenstein, carta a Keynes del 30 de junio de 1935
A
Wittgenstein
le interesaba la experiencia social del
comunismo. Por eso [...] emprende viaje a Rusia en septiembre de 1935 [...].
Allí le ofrecen trabajo en la Universidad de Leningrado, una cátedra en la
universidad de Kazastán, pero parece que él preferiría otros trabajos más
sencillos y desde luego mayor libertad de opinión de la que vio que se gozaba
en Rusia. De modo que el 1 de octubre --el 12 de septiembre había pisado suelo
ruso en Leningrado-- ya está de vuelta en Cambridge para comenzar su último
curso de contrato en el College (Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein, p. 49).
Siendo un austero anticonsumista, se había enamorado
de la visión romántica que de la Unión Soviética pintara su amigo Keynes en su ensayo
de 1925 titulado “A Short View of Russia”[1].
Keynes recomienda admirar la revolución rusa no por sus innovaciones
económicas, sino por ser un nuevo tipo de religión. Desdeña los aspectos
económicos del leninismo por basarse casi con exclusividad en lo dicho por Marx
en El capital, “un manual de economía
obsoleto, que considero no solo científicamente erróneo, sino carente de
interés y aplicación en el mundo moderno”. Sin embargo, dejando de lado la
economía, impresionó a Keynes el fervor religioso que acompañaba al movimiento
socialista. Tal entusiasmo puede, escribía,
en una forma
distinta y en un nuevo escenario, aportar algo a la nueva religión del futuro,
si es que en el futuro hay alguna verdadera religión. El leninismo es
absolutamente, y de un modo desafiante, no-sobrenatural, y su esencia emocional
y ética se centra en la actitud del individuo y de la comunidad hacia el Amor
al Dinero (“A short view of
Russia”, artículo de Keynes incluido en su libro Essays in Persuasion).
Suponía Keynes que los rusos, a diferencia de los ingleses y
los norteamericanos, no idolatraban el dinero, y que esa no-idolatría llegaba a
tal punto que se convertía en una especie de despegue místico-religioso hacia
un estilo de vida mucho más sencillo, natural y espiritual. La realidad,
empero, era muy otra, y si no disponían los rusos de dinero en 1925 no era
porque lo consideraran nocivo para el bien vivir sino simplemente porque no
encontraban la forma de obtenerlo. Cuando la encontraron, Perestroika mediante,
resultaron ser tan avaros y acumuladores como cualquier capitalista de occidente.
Keynes supuso que no, que los rusos odiaban el dinero, las propiedades y las
posesiones en general, y Wittgenstein, que realmente odiaba todas esas cosas,
le creyó a Keynes y fantaseó con irse a vivir a ese maravilloso país en el que
las gentes no vivían para consumir sino a la inversa. Triste fue la decepción
de Wittgenstein al constatar por sus propios medios que la tierra prometida no
era tal y que los rusos eran tan estúpidos y codiciosos como los ingleses, o
mejor dicho más estúpidos todavía, porque los ingleses —al menos algunos— conseguían
lo que codiciaban, mientras que en los rusos la codicia quedaba en mero deseo.
Y a esto había que sumarle la notable merma en la libertad de opinión que
Wittgenstein captó ni bien pisó suelo bolchevique[2].
Lo mejor, indudablemente, que había traído la revolución rusa era la comida,
que si bien no era de la mejor calidad, llegaba a las bocas de prácticamente
todos. Sin embargo, por muy grande que sea ese logro, para efectivizar una
revolución en el largo plazo no alcanza. Como dije alguna vez: entre que no me dejen comer, como en el capitalismo actual, y que no me
dejen pensar, como en el actual comunismo, no hay mucho que rescatar. ¡A la
basura con ambos!
[1] “Con
respecto a su libro —le escribe Wittgenstein—, olvidé decirle que me gustó.
Demuestra que usted sabe que hay más cosas entre el cielo y la tierra” (carta a
Keynes del verano de 1927, citada en RKM,
p. 113).
[2] Esta
falta de libertad fue la que obligó a Bertrand Russell a echar pestes sobre la
revolución rusa luego de su visita de 1920. Es notable la diferencia de
perspectivas entre la visita de Keynes a Rusia y la del otro exprofesor de
Wittgenstein, que también, como muchos intelectuales ingleses de su época, se
había sentido atraído por el ideal comunista. Russell, a diferencia de Keynes,
regresó completamente desilusionado. También él trazó un paralelo entre la
revolución rusa y el sentimiento religioso de la cristiandad, pero
contrariamente a lo que hizo Keynes, utilizó ese paralelismo para expresar su
desprecio: "Alguien que, como yo, cree que el libre intelecto es el motor
principal del progreso humano, no puede sino oponerse fundamentalmente al
bolchevismo tanto como a la Iglesia de Roma. Las esperanzas que inspira el
comunismo son, en lo principal, tan admirables como las que infunde el Sermón
de la Montaña, pero se esgrimen de una manera tan fanática que es probable que acaben
haciendo el mismo daño" (Bertrand Russell, Teoría y práctica del
bolchevismo, p. 29). El
propio interés de Wittgenstein por la Rusia soviética data de poco después de
la publicación de este libro de Russell, casi como si creyera que si su examigo
odiaba tanto el régimen bolchevique, debía de haber allí algo bueno.
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