“¿Por
qué no puede un perro simular dolor? —pregunta Wittgenstein—. ¿Es demasiado
honrado?” (Investigaciones filosóficas,
§ 250). La simulación es hija de la astucia, y la astucia es hija de la razón.
¿La racionalidad de los perros no es lo suficientemente profunda como para
urdir una simulación? Yo creo que en algunos perros lo es cuando, por ejemplo,
renguean más de la cuenta ante un pisotón que ya no les causa dolor, granjeándose así los favores que el perro
enfermo suele recibir y que no recibiría si lo creyeran sano. Hasta el
mismísimo José Hernández se había percatado de que algunos perros tienen esta
potestad y en honor a ella escribió estos versos en su inmortal Martín Fierro:
Y
menudiando los tragos
aquel
viejo como cerro
--No
olvidés, decía, Fierro
que el
hombre no debe creer
en
lágrimas de mujer
ni en
la renguera del perro.
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