Tuvo problemas Wittgenstein
cuando se decidió a publicar su Tractatus.
Como por aquel entonces era un desconocido, ningún editor se arriesgaba a
perder dinero con aquel libro ininteligible. Tenía un único as en la manga: Bertrand
Russell, que ya era considerado uno de los más importantes pensadores
filosóficos de Inglaterra. La prestigiosa editorial Reclam
de Leipzig, al enterarse de que el
libro venía recomendado por Russell, aceptó publicarlo con la condición de que
el propio Russell le anexara una extensa introducción. Así se lo pidió
Wittgenstein a su amigo, pero cuando en abril de 1920 recibió su encargo,
Wittgenstein se enfureció y se negó a incluir esa introducción. Los motivos de
la cólera eran muy concretos:
Russell
había escrito que, aunque Wittgenstein había delimitado con nitidez lo decible,
había conseguido, no obstante, decir una gran cantidad de cosas sobre lo que no
podía ser dicho. También le reprochaba el que hubiera dejado traslucir sus
opiniones sobre la ética, aunque había relegado a esta a la región mística e
inexpresable (Wilhelm Baum, Ludwig
Wittgenstein, pp. 116-7).
Vio Russell en el Tractatus lo mismo que yo veo en la
filosofía toda de este vienés: una total y descarada contradicción
performativa. Dice que es mejor callar ante tal o cual tema, pero él mismo no
calla; enseña que de la ética no se puede hablar, pero habla hasta por los
codos[1].
Russell no podía ser condescendiente con su alumno y escribir su introducción
sin mencionar estos errores; su honestidad intelectual se lo impedía. Desairó a
un amigo, pero ganó credibilidad filosófica[2].
[1]
"Dice absurdos, numerosas afirmaciones hace, / siempre su voto de silencio
rompe: / de ética y estética habla noche y día, / y de las cosas dice si son
buenas o malas, erróneas o acertadas. / [...] ¿Quién, en cualquier materia, ha
visto alguna vez / a Ludwig abstenerse de sentar cátedra? / En
todas las reuniones nos acalla a gritos, / y detiene nuestra frase
tartamudeando la suya; / discute sin cesar, áspero, airado y con voz sonora, /
seguro de que tiene razón, y de su rectitud orgulloso" (poema de Julian
Bell, destacado alumno del
King's College en 1929, dedicado a Wittgenstein, que había regresado a
Cambridge, y citado en RM, p. 245).
[2] (Nota añadida el 26/4/19.) Buscando en internet encontré la extensa introducción
de Russell al Tractatus
(correspondiente a la edición inglesa de 1922). He aquí el párrafo que
enfureció a Wittgenstein, que aparece sobre el final del texto: "El
verdadero método de enseñar filosofía, dice, sería limitarse a las
proposiciones de las ciencias, establecidas con toda la claridad y exactitud
posibles, dejando las afirmaciones filosóficas al discípulo, y haciéndole
patente que cualquier cosa que se haga con ellas carece de significado. Es
cierto que la misma suerte que le cupo a Sócrates podría caberle a cualquier
hombre que intentase este método de enseñanza; pero no debemos atemorizarnos,
pues este es el único método justo. No es precisamente esto lo que hace dudar
respecto de aceptar o no la posición de Wittgenstein, a pesar de los argumentos
tan poderosos que ofrece para apoyarlo. Lo que ocasiona tal duda es el hecho de
que después de todo, Wittgenstein encuentra el modo de decir una buena cantidad
de cosas sobre aquello de lo que nada se puede decir, sugiriendo así al lector
escéptico la posible existencia de una salida, bien a través de la jerarquía de
lenguajes o bien de cualquier otro modo. Toda la ética, por ejemplo, la coloca
Wittgenstein en la región mística inexpresable. A pesar de eso es capaz de
comunicar sus opiniones éticas. Su defensa consistiría en decir que lo que él
llama «místico» puede mostrarse, pero no decirse. Puede que esta defensa sea
satisfactoria, pero por mi parte confieso que me produce una cierta sensación
de disconformidad intelectual" (citado por Antoni Defez en “Religión y
misticismo en Russell”, Thémata,
revista de filosofía, número 44, año 2011; artículo
disponible en internet).
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