“Ética
y estética son lo mismo”, dice Wittgenstein en su Tractatus (§ 6.421). Esta es la única vez, en este libro, que
escribe la palabra “estética”, de modo que nos quedamos sin saber por qué la
equipara con la ética. Es una pena, porque yo también equiparo a la ética con
la estética, en este sentido: una persona que realiza una acción noble o
heroica produce generalmente placer en quien percibe la acción, pero para quien
comprende que el acto ya estaba determinado desde el principio de los tiempos y
que el actor no tiene mérito ninguno, porque fue solo un agente del destino,
ese placer no está relacionado con la admiración o el orgullo, sino que pasa a
ser un placer eminentemente estético, como el de la contemplación de una obra
de arte o de un paisaje natural. Asimismo, las acciones malvadas producen un
desagrado que, aunado a la convicción determinista, deja de estar acicateado
por la indignación moral y muta en desagrado estético, como cuando escuchamos
una sinfonía mal compuesta o mal interpretada, o como cuando saboreamos un
bocado de algo completamente desagradable al paladar. Así es como, para mí, la
ética y la estética pasan a ser lo mismo, aunque no creo que Wittgenstein se
sintiese cómodo si alguien utilizase argumentos de esta naturaleza para
justificar su afirmación precitada.
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